El feliz regreso de Ángel Rojas
No es por contar intimidades del artista, pero hay que decirlo: Ángel Rojas ha pasado por quirófano de traumatología hace menos de seis semanas, y la función de los Veranos de La Villa era su esperado regreso a escena, su segundo bautizo. El bailarín-bailaor de escuela, pinturero, atildado y sirviendo él mismo de hilo a la velada, ha vuelto fuerte y con un baile asentado, maduro, muy hecho. Ya de siempre nos tiene acostumbrado a la exhibición y a alargar esas partes de lucimiento, pero ahora ha recogido velas y hace lo justo. En pocas palabras, ha ganado en la parte meditada del baile y oferta ese destilado de los buenos artistas en dominio consciente de sus facultades.
El espectáculo es un viaje a los tablaos antiguos y quizás hasta los primigenios días del café-cantante. Así, el decorado evoca las colgaduras en pabellón y en el suelo se alinean candilejas; el escenario está dividido en dos, como para establecer un diálogo, una alternancia. Rojas invitó a este experimento a Antonio Canales (que dejó en pasmo al público al salir ataviado con algo así como una cortina de un “buodoir chinoise” del XVIII); a Pol Vaquero y a La Lupi, una bailaora de raigambre popular que tiene su luz y su drama (ella, por su parte, también sorprendió llevando pololos de puntilla y cinta bajo los volantes, un verdadero viaje en el tiempo); todo se entregaron en sus formas y en sus estilos.
EL ARTE POR DELANTE
Coreografías y baile: Ángel Rojas, La Lupi, Pol Vaquero y Antonio Canales; cante: Rocío Bazán, Gabriel de La Tomasa, David ‘El Galli’ y Cristo Heredia; toque. Curro de María y Oscar Lagos; percusión: Miguel Cheyénluces. Jardines de Sabatini. 8 de agosto.
Pol Vaquero sigue siendo una espiga que se deja mecer por el ritmo. Recuerdo que hice la crónica de su debú precisamente en la “Bernarda Alba” con Canales, una de sus mejores creaciones, que hizo en colaboración con Luis Pascual. Pol ya prometía con solidez a pesar de ser casi un adolescente; hoy, ya hecho, sigue en línea y su Solo por bulería lo demostró.
La Lupi es una fuerza de la naturaleza; su palillo es naif en contraste con el de Ángel, que ha encontrado en ella una espita, un estímulo racial. La Lupi en sus Alegrías o en Verdiales (junto a Rojas) borda un posado de quiebro y modela una línea que alguien, antaño le enseñó en profundidad, y es por eso que transmite algo tan verdadero como poético.
Cuando Canales vuelve a escena (ya de negro, más discreto) baila lo que puede, lo que le permiten los años. Siempre ha habido grandes bailaores orondos de circunferencia (Enrique el Cojo, Farruco), eso no es óbice para dar de sí y tirar de recurso histórico.
Este cuidado espectáculo donde se aúna el flamenco de tradición con una puesta en escena actual, debía ser visto en todos los festivales de la península, pues resulta un buen ejemplo en muchas materias del quehacer escénico. Por una parte, la colaboración que se siente armónica entre bailarines-coreógrafos de diferentes generaciones con un plantel de músicos centrados en el rol de acompañar. Se trata demás, de un acompañamiento de altura, comprometido con lo jondo y con el seguimiento de unos materiales de baile complejos. No abundan hoy cosas así, cuando se ve que el ballet flamenco declina y navega en un mar proceloso y oscuro, abusando de las innovaciones y de los aspectos teatrales propiamente dichos en detrimento de un esencial bailado que debe ser su canon siempre. No por mucho modernizar se amanece en el futuro. La Lupi, Ángel Rojas (alma aglutinadora de esta velada), el propio Vaquero y Canales cuando se sitúa en sí mismo (lo que no pasa siempre) saben esto, lo han experimentado en los más variados tabloncillos, y es por eso que recogen un fruto primordial de la entrega. En los jardines de Sabatini, que estaban llenos (unas 1.200 localidades de aforo, según la organización) el público se levantó, coreó a palmas y vitoreó a estos artistas, que se deben sentir orgullosos de sus maneras y de su seriedad.
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