Competencia y competitividad
Una cosa es ser competentes y otra competir. Sería mejor combinar la competencia con la colaboración
Hace ahora unos seis años cambió de forma abrupta y radical la situación económica. Desde entonces se instaló en nuestras conversaciones la palabra crisis, sin saber exactamente de lo que hablábamos. A medida que se iba haciendo evidente su dureza y su persistencia, iban cambiando los calificativos usados (inmobiliaria, financiera, económica, social, política…) según se hiciera referencia a sus causas, a sus consecuencias o a sus diversas facetas. Seguramente, la que de alguna forma es más profunda y las resume todas es “crisis de modelo socioeconómico” o, aún mejor, “crisis de valores sociales”.
Para mí, estas dos expresiones son equivalentes. Puede parecer que los aspectos económicos de una sociedad son algo estrictamente material, mientras que los valores tienen una dimensión cultural o espiritual. Pero en realidad, el modelo de convivencia, del que la economía es una parte fundamental, está muy influido por la jerarquía de valores, ya que refleja la importancia y la prioridad que la mayoría de los individuos concede a unos u otros objetivos personales, y las distintas combinaciones o equilibrios que con ellos se pueden hacer. En el modelo económico se contraponen normalmente libertad e igualdad; en el modelo educativo, excelencia e inclusión, en el modelo policial, libertad y seguridad...
Competencia. A la hora de reflexionar sobre los valores que se reflejan en nuestro modelo económico, siempre me han preocupado los malentendidos y los abusos que existen alrededor de algo que considero un valor importante: la competencia. Para mí es muy importante “ser competente”, es decir tener los conocimientos, las habilidades y la voluntad de hacer las cosas bien hechas, tanto si se trata de una profesión, de una actividad artística o de un deporte. Desde este punto de vista creo que es necesario que las personas, las empresas, las organizaciones, o los países, sean lo más competentes posible, y por tanto dirijan sus esfuerzos y sus recursos a conseguirlo. La competitividad de una economía es el reflejo de la competencia de sus personas, y es la mejor forma de garantizar el bienestar de una sociedad.
Competición. Pero los problemas aparecen cuando se mezcla el concepto de competencia con el concepto de competición, y la competitividad ya no se mide entonces en términos de nivel de competencia, sino en base al triunfo en una situación de enfrentamiento. Entonces, la competitividad no consiste en “ser más competente”, sino en “ser más competente que…”. Con ello pasamos de una medición en términos absolutos a otra en términos relativos, ya que el triunfo en la competición no garantiza ser más competente; solo significa ser más competente que aquel con quien te has comparado, con quien te has enfrentado y a quien has derrotado. Es una forma efectiva y fácil de medir competencias, pero no la única ni seguramente la mejor.
La competitividad de una economía es el reflejo de la competencia de sus personas, y es la mejor forma de garantizar su bienestar.
Lo más preocupante de ella es el hecho de que usar la competición como marco de juego de la competencia introduce necesariamente el binomio ganador-perdedor, y por tanto descarta la posibilidad de conseguir las deseadas, y cada vez más buscadas, soluciones Win-Win, es decir unas relaciones que generen resultados en los que ambas partes salgan ganando. Al contrario, lo que se tiene entre manos es un juego de suma cero, es decir, que lo que uno gana otro lo debe perder, y en muchos casos esta pérdida es enormemente destructiva.
Colaboración. He leído repetidas veces que es un error interpretar la historia de la vida en la tierra solo desde una óptica darwinista: una historia de mutaciones que dan lugar a diversidad de especies con la consiguiente selección, fruto de la lucha entre ellas. Este darwinismo evolutivo ha generado un darwinismo social, y muy especialmente un darwinismo económico, reflejado en la competitividad en los mercados tanto de las empresas como de los países.
Me ha parecido entender que los antropólogos defienden que en el proceso evolutivo ha habido más etapas de colaboración que de competencia, o por lo menos, que esta historia de éxito no se podría haber escrito sin la existencia de constantes y repetidas acciones de colaboración. Tal vez esta visión mía esté influida por un prejuicio emocional, ya que me resulta difícil aceptar que la vida colectiva sea fundamentalmente lucha y no cooperación. Confieso que las etapas más provechosas que yo he conocido han sido las que han estado presididas por actuaciones de colaboración colectiva, y he tenido la esperanza de que a mayor racionalidad evolutiva, mayor sería la comprensión de este fenómeno.
Es por ello que me pregunto a menudo si no tendríamos mucho mejor resultado combinando competencia con colaboración, en lugar de combinarla con competición. Esta idea nos obligaría a revisar o rediseñar algunos aspectos fundamentales de nuestro modelo social, para reducir el papel de la “lucha partidista” en la política, o de la “competitividad empresarial” en los mercados. Podríamos concentrar la competición en el espacio deportivo; sus consecuencias son menos graves y tiene algunos efectos beneficiosos. En el deporte de equipo se combinan intensamente competición y colaboración…
Joan Majó es ingeniero y ex ministro.
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