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Política de campanario

"Después de seis años y tres congresos, Compromís ha desmentido a los cenizos"

La coalición Compromís es un proyecto político que goza de buena salud. Por ahora, y después de seis años o alguno más y tres congresos, ha desmentido a los cenizos que, no sin motivo, le pronosticaban un desenlace convulso y semejante al ball de Torrent.Su crecimiento, en cambio, ha sido constante, tal como revelan las citas electorales y su presencia en las instituciones y corporaciones, habiendo puesto ya un pie en Europa, tras la primera intentona. Sin embargo, a nuestro entender, la pieza más valiosa de este botín tan duramente trabajado ha sido el desarrollo de la cultura del diálogo, la negociación y el consenso a la par con la voluntad de converger cada día más y armonizar los talantes individuales ahormados en distintos moldes partidarios. En fin, un motivo de satisfacción y aliento para todos los comprometidos con esta empresa que tiene por objetivo principal arrumbar el gobierno del PP y regenerar la democracia.

De ahí que en el seno de la coalición, o a buena parte de la misma, haya desconcertado e indignado la noticia propalada estos días acerca de que se cuestionaba la primacía de Mònica Oltra como candidata a la Generalitat en las próximas elecciones autonómicas. Se consideraba éste un asunto cerrado en atención a los intereses superiores del colectivo político y, consecuentemente, del mismo país. Mònica comparecería como cabeza de lista en las elecciones primarias en tándem con el portavoz en las Cortes, Enric Morera, con quien mantiene una relación cálida y de plena colaboración en las lides parlamentarias. Se aprovechaba así la estela de las encuestas de opinión que califican a la citada diputada como la política más valorada del momento en el marco valenciano y —lo que también resulta obvio— la de mayor y mejor proyección mediática. Un verdadero chollo que ningunos dirigentes en su sano juicio minusvalorarían.

¿Por qué, pues, se pretende que la referida pareja entre en colisión, movilizando a sus respectivas clientelas —que deberían ser unas y las mismas en esta circunstancia—, con el riesgo de dejarse pelos en la reyerta, por pacífica que ésta sea, y desalentando a potenciales electores proclives a la combativa dama? ¿Acaso las gentes responsables del Bloc no se sienten suficientemente saciadas habiendo nutrido desde sus propias filas los puestos de portavoz de la coalición de las Cortes Valencianas, un escaño en las Cortes Españolas y, últimamente, el de Bruselas? La gula puede abocar a empachos que malversen la buena imagen alcanzada por Compromís, del que un abstruso columnista indígena escribió no ha mucho que “andaba sumergido entre los heterogéneos pliegues de la modernidad”. Sólo Dios sabe qué foso es ese, pero ahí acabará la coalición si sus responsables no proceden con sensatez.

A riesgo de confundir los deseos con la realidad queremos creer que esta novedad que glosamos ha sido fruto de un calentón estival alentado por las felices previsiones electorales, por la soberbia o las perspectivas de medro personal. Política de campanario, en suma. Confiemos en que, como ha venido aconteciendo estos años, prime el diálogo y prospere el interés general y superior que en este caso y a tenor de los aludidos muestreos demoscópicos coincide con la candidatura de Mònica. Otra cosa será joder la marrana, que es como decir que se arruina o echa a perder la mejor oportunidad por cometer el mayor de los errores políticos: sacrificar el pragmatismo a los intereses de una capillita.

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