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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Servicio civil

Rigau ha hecho uso de las competencias que le deja la LOMCE para introducir una nueva educación para la ciudadanía

La nota que he podido leer es muy escueta y no da detalles, pero creo que se trata de una buena iniciativa. La consejera de Enseñanza, Irene Rigau, propone un programa para el curso que viene por el que los alumnos de 3º y 4º de ESO, de 150 institutos, participarán en actividades de “servicio comunitario”. Entiende la consejera que es una forma de promover la “competencia ciudadana y social”. (Reconozco que lo de “competencia ciudadana” suena un poco raro, pero me consta que ese es el término que ahora priva en pedagogía: no se trata de educar a los alumnos, sino de que sean competentes en una serie de cosas, incluida, en este caso, la condición de ciudadanos).

Hecha esta salvedad, me parece una buena idea instar a los alumnos a que hagan una especie de servicio civil como una de las maneras de educar a la ciudadanía. Cuando Aristóteles disertaba sobre la ética y las virtudes, ya puso de relieve que estas no se aprenden como el resto de asignaturas teóricas —la geometría o la matemática—, sino en la práctica, ejerciéndolas y a partir del ejercicio y el ejemplo de otros. La manera más eficaz de educar en la igualdad, en la solidariad o en el respeto a los demás, la mejor manera de dar a entender en qué consiste cooperar con la comunidad en que uno vive, es poniendo a los adolescentes ante realidades en que las desigualdades son flagrantes y las necesidades perentorias.

Es ahí donde surge espontáneamente ese sentimiento llamado compasión que provoca reacciones de apoyo, de solidaridad y respeto. Estamos acostumbrados a que sean imágenes televisivas las que nos ponen en contacto con las situaciones más aberrantes y con la miseria extrema. Pero las imágenes suelen serlo de una realidad lejana, que no suscita mucho más que una emoción superficial y pasajera de incomodidad y tristeza, en el mejor de los casos. Nada parecido al contacto directo con algo que está reclamando atención y ayuda.

El ministro Wert acaba de eliminar la asignatura Educación para la Ciudadanía precisamente ahora que estábamos de acuerdo en que esta era la mejor manera de introducir la educación moral en las escuelas, una educación laica y válida para todos. La respuesta de la consejera Rigau merece un aplauso. Ha hecho uso de las exiguas competencias que deja en sus manos la LOMCE y ha burlado la rectificación ministerial introduciendo una educación para la ciudadanía con otro nombre.

Wert acaba de eliminar la asignatura Educación para la Ciudadanía ahora que estábamos de acuerdo en que esta era la mejor manera de introducir la educación moral en las escuelas

La empresa tiene sus dificultades, pues existe el peligro de que el trabajo comunitario se convierta en una nueva rutina destinada únicamente a conseguir una nota que mejore fácilmente el expediente del alumno, sin que arraigue en él el valor de lo que está haciendo. Debería tratarse de inculcar en los más jóvenes la afición al voluntariado, algo que en los países anglosajones es habitual y bien valorado por el conjunto de la sociedad. Y de conectarles con el mundo georgráficamente más próximo. Los municipios pueden tener un papel activo y positivo en el reclutamiento de voluntarios para servicios necesarios en la comunidad.

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Por mucho que nos creamos que el camino hacia una mayor equidad empieza por sostener una escuela pública de calidad, y aunque tenemos un sistema educativo que no es del todo público pero que cumple bastante bien con el cometido de garantizar la educación a todos, la realidad es que las diferencias sociales y culturales no desaparecen tan fácilmente, y que los alumnos que proceden de los sectores más favorecidos de la sociedad no llegan a mezclarse con los social y culturalmente menos capacitados. Solo la educación superior consigue nivelar a los que llegan a ese nivel que, en nuestro país, tiene aún una demanda escasa si nos comparamos con el resto de Europa.

El voluntariado social no mezcla nada, simplemente desplaza a los voluntarios a realidades desconocidas, pero esa salida de lo habitual y encuentro con lo extraño es imprescindible para la formación ciudadana. Los servicios sociales que requieren voluntarios suelen responder a necesidades urgentes, muchas de ellas desatendidas por la Administración pública. Las ONGs tienen, en principio, esa función: la de llamar la atención sobre fenómenos que están pidiendo a gritos que alguien se fije en ellos , sobre todo cuando los recursos son más escasos.

Para que la iniciativa cumpla su cometido hay que procurar que no quede desvirtuado desde el principio el sentido del voluntariado social. Sería bueno que se tratara efectivamente de una opción voluntaria y no obligatoria, una opción estimulada por los centros escolares, pero que el alumno pueda escoger libremente. Toda educación ética, y la de la ciudadanía lo es, tiene que ver con la formación de la voluntad. En segundo lugar, no está de más, dado el alto nivel de desempleo, enseñar que no solo el trabajo remunerado es digno, sino que, por el contrario, es casi un imperativo ciudadano encontrar tiempo para trabajar por algo más que el fin de obtener un sueldo. Otra vez, algo que solo se enseña con el ejemplo y la práctica.

Victoria Camps es profesora emérita de la UAB

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