_
_
_
_

Magaluf y nombres nuevos

Los Escarrer crean Calviá Beach Resort, Sol Wave House Mallorca y Nikki Beach y los Matutes Ushuaïa y abren un sinfín de ofertas para clientelas caprichosas

Uno de los muchos complejos hoteleros en la isla.
Uno de los muchos complejos hoteleros en la isla.tolo ramon

La familia Escarrer de Meliá Hotels pretende que Magaluf, en Mallorca, sea Calviá Beach Resort. Con sus dominios Sol Wave House Mallorca y Nikki Beach quieren que las marcas comerciales —y el complejo de nombres ajenos en antiguos hoteles— camufle en el mapa del turismo la mala fama que nubla la imagen de aquel territorio y su topónimo.

Magaluf destino tormentoso, cuestionado por una parte de su realidad excitada por negociantes y sensacionalismo. Hace décadas que se da la apoteosis de los excesos privados en público, con alcohol, sexo y drogas.

Turismo de masas. Hooligans en multitud hacen bullir la noche y las cajas de una sola calle con idénticos negocios-trampa. La exhibición, sin horarios ni mesura, a veces ofende la dignidad.

El raro topónimo, en Europa está adherido a la bacanal y al barullo etílico. Con la intoxicación y la desinhibición domina el eco del grito, más eructos, pis y vómitos. Sucede solo en una porción del todo, en una maldita zona, Punta Ballena, una esquina trasera, menor, una mancha.

Una vía domina el destino. En las postales Magaluf tuvo interés por sus rascacielos aislados como cirios. La discoteca gigante de Tolo Cursach, BCM, activó su factoría de dinero y la idea invadió con pistas, Dj y conciertos las piscinas y patios de hoteles.

La clientela, barata, juvenil, es trashumante, del frio y el veto a la noche del desahogo, bebida sin horario y poco sol. Cada verano crece y se reitera un parte de guerra: el goteo de víctimas de sus trágicos intentos de vuelos desde las terrazas de beodos. Ese balconing ennegreció Magaluf. En la cara oculta queda una brutal estadística de violaciones de mujeres por otros bebedores y criminales sexuales. Ahora, un tonto sin escrúpulos lanzó el mamading por un vídeo de una felación en serie.

Los medios amarillos y otros serios hicieron el tam-tam, en su llamada del todo por la audiencia. Una miserable anécdota devino categoría de fenómeno viral, una pandemia morbosa. La hecatombe global alentada por el populismo demagógico.

Inventar nombre, denominar los lugares y las cosas de otra forma es colocar una máscara, un disfraz de decorado, otra fachada. Al tapar escenarios menos interesantes u obscenos actúan tramoyistas del lujo y precios caros. Explican la reconversión de viejos hoteles para abrir otros ámbitos de referencia que evocan el lujo de la exclusividad y la fama.

En Ibiza, Abel Matutes —padre e hijo— reinventan el contenido y el precio de su oferta de la playa d’en Bossa. La moda de los topónimos deslocalizados aflora para vestir mitos y conceptos turísticos. Ushuaïa Ibiza Beach, Ibiza Tower o Ibiza Hard Rock abren un sinfín de ofertas para clientelas caprichosas.

Cada lugar, hasta las nubes, tuvo su nombre, una referencia de identidad, sin necesidad de acudir al repertorio ilustrado en las leyendas populares y las referencias cristianas. Los árboles tuvieron apellido como las “señas”, hitos de pesca, con coordenadas entre el mar y el litoral: “la maradédeu pel faro i la punta de s’homonet”.

Antes del GPS, el Google, tras los radares de navegación sobre tierra y agua, el destino era un lugar determinado. Una finca, un camino, una peña, una cueva secreta de contrabando, una curva, las casas y los picos de los montes. Miles de topónimos ya perdidos por falta de uso han quedado marcados en mapas y libros de rutas gracias a los rastreados de la toponimia.

El turismo inventó una tradición de denominaciones absurdas. En dos islas hay dos urbanizaciones Sangri-la. En Palma, Sometimes, más allá el Dorado, Maioris, bahía Grande, bahía Azul. En Portopetro la colonia del Silencio. Más: Maryland, el puerto el Cocodrilo, port Adriano, cala Fe, cala Romántica, cala Tropicana, el paraíso de los Pinos, Stella Maris, poblado Butano.

Son topónimos absurdos, hirientes, clavados como lanzas sobre la identidad anterior y popular. La voluntad de hegemonía territorial llevó a un urbanizador hotelero a bautizar con nombre familiar —Esperanza— un falso lago de s’Albufera, la playa y un hotel. Otro hotelero, Toni Pomar, no quiso que su calle estuviera dedicada a un clásico, Suetonio. Rogó al Ayuntamiento de Palma que quitaran la placa. Lo logró. Iba en secuencia: Horacio, Virgilio, Tito Livio, César o Cicerón. Es Can Pastilla city.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_