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Las canciones hacen furor

Formaciones con muchos músicos en escena y repertorios con orientación pop marcaron la primera noche del Sónar

Actuación del grupo noruego Röyksopp y la cantante sueca Robyn, en el Sónar, en la noche del viernes.
Actuación del grupo noruego Röyksopp y la cantante sueca Robyn, en el Sónar, en la noche del viernes.gianluca battista

Hubo un tiempo en el que las canciones no anidaban en el Sónar, territorio de largos desarrollos pilotados por los disc-jockeys en sus sesiones o por los ruidistas en sus improvisaciones. La idea de canción, de pieza más o menos breve auto conclusiva y a ser posible con estribillo, no formaba parte del ideario no tanto del festival como de los artistas que lo visitaban para participar sus hallazgos. Este proceso se ha invertido hace tiempo, no es noticia, pero en la noche del viernes el Sónar vio el triunfo de diversos artistas que montaron sus conciertos en torno a esa idea de canción, de viñeta más o menos aislada de su entorno que puede ser memorizada, coreada y bailada por la asistencia. Puede así decirse que el regusto pop de propuestas como las de Röyksopp con Robyn, Woodkid, Caribou o Moderat se hicieron con la muchedumbre que se movió por los inmensos hangares del Sónar nocturno, esa descomunal cueva destinada al baile cuyas dimensiones apenas son aprehensibles hasta que se atraviesan.

Vaya por delante el dato: muchedumbre. Que nadie se asuste, exceptuando algunos accesos puntuales, caso de los que conducían a los escenarios de Moderat o Caribou cuando estaban actuando, el tránsito por el hormiguero, dividido en cuatro grandes zonas, dos exteriores y dos bajo techo, es razonable. Ocurrió que las actuaciones más concurridas no se ubicaron en el escenario central, el Club, donde las actuaciones de Röyksopp y, de manera especial Pretty Lights, no concitaron la atención de las masas, más proclives a la electrónica amable y sentida de Woodkid y Caribou, propuestas que, en consonancia con el triunfo del formato canción, ofrecieron directos con banda convencional.

También fue el caso de la colaboración que pintaba estrella de la noche, la del dúo noruego Röyksopp y la cantante sueca Robyn, que llegó a tener en escena a diez músicos, dos de ellos baterías, por si no hubiese bastante con los ritmos digitales. Pareció que el famoso axioma "que no farte de ná" se está expandiendo en un mundo antes reconocido por su minimalismo y amojamada austeridad. No sólo en músicos, sino también en propuesta de concierto, ya que lo que pintaba como una actuación conjunta se convirtió en un 3 en 1. A saber: concierto de Röyksopp, concierto de Robyn y concierto entre ambos. No fue precisamente una demostración de dinamismo. Todo ello sirvió para evidenciar que Robyn se comió a los noruegos y en plan estrella pop, perfil Madonna, para entendernos, destapó a la gran cantidad de extranjeros presentes en su escenario, únicos que coreaban temas como With every hearbeat o Dancing on my own. El momento culminante del show llegó con todos en escena, instante de presentar las piezas de Do it again, el disco resultado de la colaboración entre grupo y estrella. Pero al sonar Monument o Do it again, la multitud ya se había deshilachado. Ni el aparatoso despliegue de luces la retuvo.

El sonido hinchado, también en forma de canción, de Woodkid recogió a parte de los fugados, a los que entregó un concierto en el que cada gesto tenía algo de barroco o épico en su adn. Tal parece que hoy en día se ha de remachar con gestualidad, engrandecimiento, épica o acentuado lirismo, el sentimiento que palpita bajo cada canción. Bienvenidos al mundo de lo sobre explicado, de los mapas con el camino trazado, allí donde no ha de quedar duda de que el artista es sensible y le aquejan problemas humanos que resuelve con melodías tirando a tiernas, caso de Caribou un artista fino, canadiense y matemático, lírico y melódico. No suena precisamente arrebatador, ni tan siquiera pasional, sino a músico educado y pulcro. Una multitud, muchedumbre, le agradeció su estilismo sonoro.

Por su lado, el escenario grande, ocupado por una sesión de dubstep a cargo de Flux Pavilion -¿qué les pasa a los ingleses con Queen?, ¿será que en todos palpita un hooligan que se destapa cantando el We will rock you como afirmación de su rudo hedonismo?- dio paso al hip-hop electrónico y a la música negra descacharrada y con perfil grueso de Pretty Lights. El músico norteamericano no encontró apoyo del público, que ya a esas horas parecía pedir algo menos intrincado, más explícito, veloz y zapatillero. Lo habían encontrado un poco antes con Moderat, aunque en su versión germana, contenida y a la vez marcial, no estrictamente bailable y por ello más sutil con los pies. En un escenario muy bien pensado, compuesto por dos paneles que se cruzaban como en una puerta giratoria, la multitud encontró su dosis de ritmo con voz, de canciones de corte clásico ambientadas con las imágenes de sus discos. De las más celebradas, el saltador de toro, no se sabe si minóico o sanferminero, que acompañó la interpretación de Last time. Tras ellos, la noche se abrió a la impenitencia del baile y la muchedumbre se abandonó.

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