La crisis pide plaza en el colegio
La salida de Bancaixa del San Juan de Ribera deja ante un futuro incierto al centenario centro
“Intelectual, religiosa y profesionalmente fueron decisivos para mí esos seis años en Burjasot”. Pedro Laín Entralgo se refería con esta afirmación a los años 40 del pasado siglo en su Descargo de conciencia. El que fue director de la Real Academia de la Lengua, rector de la Universidad Complutense hasta su dimisión tras los disturbios estudiantiles de 1956, y premio Príncipe de Asturias en 1989, residió esos años “decisivos” en el entonces colegio Beato Juan de Ribera, un edificio histórico al que en Burjassot llaman el castell. Laín forma parte de una amplia nómina de influyentes exalumnos, como los ministros Rafael Calvo Serer y José Luis Villar Palasí. A pesar de lo que sugiere su imponente presencia y 100 años de historia, por el centro han pasado apenas 350 estudiantes. Sin embargo, como afirma un antiguo alumno, “la lista de gente conocida, incluso célebre, sería larguísima”.
Una de sus mayores fuentes de financiación es precisamente la ayuda de un buen grupo de colegiales. Ahora la crisis ha pedido habitación en el centro con la retirada de la otra importante fuente financiera, la de la Obra Social de Bancaixa. “El centro necesita una inyección económica fuerte”, advierte su director, Santiago Pons: “solo con sus propios fondos no es sostenible”. Hasta hace un año, Bancaixa cubría el déficit del centro, explica Pons, ocupado ya estos días en los actos de celebración del centenario; la pérdida de esta fuente de financiación acentúa una crisis que se nota también por la merma de los fondos bancarios con que habitualmente ha contado la fundación, invertidos por ley “en valores seguros, de poco riesgo y, por tanto, de baja rentabilidad”.
“El colegio no es solo el más antiguo, sino que nació con una función social que mantiene viva”, subraya el director. En la actualidad 14 colegiales habitan la parte nueva del castillo, que en realidad es un palacio gótico del siglo XIV remodelado, en el que ya en 1401 Martín el Humano convocó las Cortes del Reino de Valencia. Todos ellos han tenido becas de excelencia, tras superar un examen de entrada y mantener un expediente sobresaliente, que cubre la mayoría de los gastos de su estancia universitaria, incluida matrícula.
A finales del XIX, el palacio y la dehesa adyacente fueron adquiridos por la madrileña Carolina Álvarez, que en su testamento marcó como primera finalidad del colegio “dar ayuda en sus carreras a estudiantes que carezcan de suficientes medios económicos, con aptitud y voluntad propicia para el estudio”. En septiembre de 1916 entraban los primeros 10 colegiales. La familia de la fundadora había comprado esos bienes en la desamortización y los legó para evitar la amenaza de excomunión que durante un tiempo pesó sobre los compradores. Pero “si bien los orígenes están vinculados a la época del llamado catolicismo social, el colegio se convirtió en un curioso espacio de libertad intelectual y tolerancia que en cada momento reflejó las tendencias predominantes en la cultura universitaria”, puntualiza Joaquín Azagra, antiguo alumno, exconsejero de la Generalitat Valenciana y profesor de Historia Económica. De hecho, durante la República convivieron estudiantes de izquierdas con derechas, “a veces incluso con carlistas y fascistas” y durante el franquismo, “el colegio ofreció intelligentsia al régimen, pero también a la democracia”.
Desde Laín Entralgo a Tomás Llorens destacan el influjo en su formación
Adscrito a la Universitat de València, en el colegio de Burjassot se han formado científicos de prestigio, como Alberto Sols (química), Mariano Aguilar (óptica), Vicente Rubio (bioquímica), Eugenio Coronado (nanotecnología), José Bonet (matemáticas), así como médicos (los psiquiatras Marco Merenciano y López Ibor, López Piñero en historia de la ciencia), letrados o humanistas (Mariano Peset, Corts Grau, Julio Carabaña, José Luis Villacañas), además de universitarios metidos eventualmente a políticos (García Añoveros, Sánchez Ayuso o Pérez Garzón). “Tuve la suerte”, subraya Azagra, “de tener dos directores especiales, Ximo García Roca, que dirigió después La Coma, y Rafael Sanus”. El obispo Sanus fue antes colegial y con él coincidió Tomás Llorens, exdirector del IVAM y del Thyssem Bornemisza, que ganó en 1953 beca para entrar en el colegio.
Llorens recuerda “lo mucho que influyó” en su educación y la “enorme inquietud cultural” que halló. De hecho, aunque estudiaba Derecho, aprendió “de literatura, de música, de arte, de filosofía a través del trato con los compañeros mayores”, lo que decantó su futuro vocacional y profesional. Participaba de “interesantes conversaciones” con físicos o matemáticos y contrastaba con “la penuria cultural de España” en ese momento. “En mi familia no había libros”, recuerda, “me nutría de la biblioteca pública de Castellón”. Pero en San Juan de Ribera descubrió a Tolstoi, a Faulkner, a Sartre ... “En el último curso renuncié a la beca, porque a raíz de mis lecturas llegué a la conclusión de que no creía”, confiesa el crítico e historiador.
A pesar del ambiente de libertad de pensamiento que se ha respirado siempre en el colegio, una de las notas discordantes con la modernidad son tres condiciones que plantea en sus estatutos para ser becario de excelencia: varón, español y católico, El director, Santiago Pons, reconoce que el tema se ha planteado en el Patronato de la fundación, presidido por el Arzobispo de Valencia pero con presencia mayoritaria de antiguos alumnos. En la práctica, a nadie se exige el certificado de bautismo, asegura, pero acepta que el punto de la masculinidad pueda cuestionarse “desde la perspectiva de justicia social” que inspira este proyecto centenario. En todo caso, esas condiciones permanecen en los estatutos. “Si el colegio pudiera acceder a ayudas públicas porque así se consiguiese salvarlo, debiera plantearse el cambio estatutario”, sugiere un Joaquín Azagra. De momento, las entidades bancarias tanteadas para obtener la inyección económica necesaria para salir adelante, no han dado resultado. Tomás Llorens recuerda que en “en los años 40-50 el colegio estuvo tentado de ser ocupado por el Opus Dei, pero la dirección se resistió”.
Fue modelo en la fundación de otros colegios
800 años de historia colegial
Manuel Martínez Pereiro, colegial de la promoción de 1923 en San Juan de Ribera, ha escrito que con éste “se resucitaba la vieja tradición española de los colegios mayores de nuestros siglos clásicos, a la vez que serviría de modelo para la fundación de otros colegios mayores, a partir de la década de los cuarenta”.
Los colegios mayores españoles tienen casi 800 años de historia. El primero fue creado en 1367, paradójicamente en Bolonia, por el cardenal Álvaro Gil de Albornoz, para la formación de un grupo escogido de estudiantes que se quedarían a trabajar en Italia. De este modelo surgió el San Bartolomé, de Salamanca, en 1401, que sería el más antiguo del territorio español en activo de no ser por su extinción en el siglo XVIII. Fue refundado en 1942 como residencia universitaria y renovó su condición de mayor por decisión de Consejo de Gobierno en 2011. La profesora salmantina Ana María Carabias, una de las pocas estudiosas del fenómeno, destacaba recientemente en la revista Redex "la enorme importancia política de los colegiales mayores" en la Edad Moderna y "su interacción social" posterior en la administración española, hasta su cierre en el siglo XIX, así como su renacimiento en el XX, especialmente en el franquismo.
Dadas las peripecias históricas de los colegios mayores históricos, y la continuidad centenaria del San Juan de Ribera (salvo el paréntesis de la Guerra Civil), el de Burjassot es un caso insólito en la historia de los colegios mayores españoles.
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