Entre Europa y Catalunya
La política catalana está atrapada en la idea independentista, que solo comparte la mitad de la opinión pública
Ante las elecciones al Parlamento Europeo han proliferado en Cataluña las voces que reducen lo que está en juego al vigente pleito entre Cataluña y España. Nos contamos entre quienes piensan que es imprescindible la palanca unitaria del catalanismo, en su pluralidad, para sacar al Gobierno español de su encastillamiento y para situarlo en la imprescindible lógica del diálogo y del pacto entre un Estado-nación español y una vieja nación catalana que pervivió a todos los intentos de asimilarla y liquidarla. Pero pensamos que es una simplificación tratar de reducir una cita electoral europea a un móvil meramente nacional. Eso es lo que denunciamos en los nacionalismos de Estado y en las opciones populistas y antieuropeas, que ralentizan el avance urgente hacia la unión económica y política de Europa.
La izquierda europea, social y política, la gente que no se doblega y que no se conforma con el retorno de la selva por encima de los tejados estatales, concentra en estas elecciones la esperanza de caminar hacia una Europa fuerte y progresista, capaz de inaugurar otra política económica y de propiciar un entendimiento intercontinental que ponga en vereda al capital financiero. Esto está en juego en las elecciones europeas, porque son las únicas que pueden dar lugar a un poder democrático nuevo y efectivo, capaz de remedar, en el plano global, el camino de la vieja, insuficiente y muchas veces claudicante socialdemocracia estatal, elevando sus objetivos a objetivos continentales y globales. Por esto, nuestro candidato a la presidencia de la Comisión Europea es Martin Schulz.
Ello debe incluir, naturalmente, el combate contra toda opresión, contra toda exclusión o falta de reconocimiento, también respecto de las viejas naciones con voluntad de ser como Catalunya. A nuestro entender, el combate por la libertad y la justicia es indivisible y no deja fuera ninguna de sus facetas, tampoco ésta.
Al respecto, sin embargo, más allá de las deseables presiones internacionales por el entendimiento, pensamos que las cosas se juegan, fundamentalmente, en casa, en el acierto o desacierto con que movamos las piezas de que disponemos. Y sólo disponemos de lo que somos, de la máxima fuerza que podemos reunir. Esto es, de la fuerza de la máxima unidad posible, que no es otra que la unidad del catalanismo, en su pluralidad. Y esta unidad se expresa hoy mediante el derecho a decidir y mediante la mayoría parlamentaria del 80% que hay tras él.
En Catalunya, sin embargo, se da una lamentable superposición de planos. En el plano principal se encuentra la gran mayoría por el derecho a decidir, entendido tanto como una puerta hacia la independencia, como también una palanca necesaria para sacar al Gobierno español de su ensimismamiento y traerlo hacia el diálogo y hacia un pacto superador. En un plano superpuesto, con vocación hegemónica —y con posibles riesgos de fractura interna—, está la estrategia independentista, que sólo es compartida por la mitad de la opinión pública catalana (según las encuestas). Ésta nos parece más una táctica partidaria que una estrategia nacional. La política catalana está hoy atrapada por este segundo plano, porque es el que mejor interpreta y protagoniza la indignación y el rechazo que produjo en la inmensa mayoría de los catalanes el increíble vía crucis estatuario.
¿No es obvio, sin embargo, que, sólo con que Rajoy pierda la mayoría absoluta, todo puede acabar en un nuevo y solemne Majestic entre el gobierno del PP y el gobierno de CiU? Un escenario al que llegaría CiU ya liberada de ERC, después de haber conseguido, de paso, la autoinmolación del PSC como alternativa de gobierno en Catalunya. Algunos aplaudirían este Majestic, hartos de tanta confusión interesada, especialmente porque supondría, sin duda alguna, una versión del imprescindible pacto Catalunya-España que nunca debió ser anulado por el “café para todos” y que tampoco deberá serlo, de nuevo, por ningún “federalismo” que no comporte el reconocimiento de la “plurinacionalidad” española. Esto es lo que siempre propugnó el socialismo catalán, aunque el actual PSC, si no se enmienda, habrá conseguido quedar fuera de juego y en grave contradicción con la inmensa mayoría a la que siempre aspiró a representar.
Entretanto, no vamos a seguir cualquier toque a rebato. El peso se mide en kilogramos y la distancia en kilómetros y no al revés. En las elecciones europeas se juega algo específico y muy importante, sobre todo para quienes más sufren: avanzar o no hacia una Europa democrática y progresista, capaz de dar la batalla frente a la selva financiera y los grandes depredadores que nos invaden, capaz de trabajar por una sociedad y un mundo distintos, habitables, a la medida humana. El futuro de Catalunya dependerá de si somos capaces de dar sentido, responsabilidad y sostenibilidad a la sociedad catalana y europea.
Laia Bonet es jurista; Jordi Font es historiador.
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