Por qué votaré el 25 de mayo
La democratización de las instituciones europeas depende de la voluntad expresa de los electores
Por tercer año consecutivo imparto un curso en Unimajors, la Universidad de los mayores, una excelente y exitosa iniciativa de la Universitat de València, a la que agradezco la oportunidad y felicito por el éxito. Los mayores también tenemos derecho a seguir formándonos; yo lo hago, y conmigo mis alumnos. El título La Unión Europea, historia de un éxito después de dos grandes catástrofes... y algunas más de menor intensidad.
El descrédito de la política se traduce en la desazón de los alumnos acerca de las elecciones al Parlamento europeo del 25 de mayo. He tenido oportunidad de referirme a la necesidad del retorno de y a la política en un libro (Viaje de ida, 2013). Las payasadas gastronómicas de algunos unidas a la cleptomanía de muchos no contribuye a este retorno imprescindible. He aquí, pues, un primer motivo para votar el 25 de mayo, como reclamación para situar a la ciudadanía en el meollo del interés político, y en su consecuencia en el centro de las decisiones de las instituciones en este caso europeas. Las disputas de patio de colegio, los alborotos de gallinero o bien traducen ignorancia o lo que es peor traducen mala fe, y en ambos casos merecen desprecio, apartarlos para que ni siquiera intenten representarnos.
Por supuesto que con esto no se agota la centralidad de la ciudadanía, su traducción política, y administrativa, que no se olvide. En 2014, con todas sus limitaciones, se estrenan en Europa los tímidos avances del Tratado de Lisboa en lo que concierne al Parlamento y sus funciones, en la posibilidad de hacer visible la candidatura a presidir el órgano ejecutivo, la Comisión, y algunas más referidas por ejemplo a los organismos reguladores de las finanzas, o al mismo Banco Central Europeo. Es decir, cuestiones que afectan a nuestra cotidianeidad y que entre unos y otros con sus cortinas de humo procuran señalar a la UE cuando va para mal, y se sacuden de la institucionalidad europea cuando va para bien.
Esto último puede requerir una explicación breve. Durante años, y desde luego desde 1986, junto con las reconversiones industriales o financieras (el mal) llovió un 1% del PIB en forma de fondos europeos (el bien), cuya aplicación, prioridades, y demás correspondió a quienes nos representaban en cada momento. Ferrocarriles, autovías, metros, y más, ocultaban en una esquina la aportación de las instituciones europeas. Uno también puede votar por gratitud, si así puede decirse. Seguimos en lo mismo, respecto de infraestructuras como el corredor mediterráneo, y no cabe la ambigüedad de otro corredor por más que se oculte tras flamígeras declaraciones. Es un ejemplo, que hay más.
Para los demócratas europeístas que tuvimos la oportunidad de serlo en circunstancias menos cómodas en los años sesenta, además nos pueden motivar, como a todos, otras razones para el voto. No volver atrás. El artículo 2 del Tratado de la Unión define con precisión no solo los objetivos sino la naturaleza de la misma como espacio de libertad, de paz, de tolerancia, de protección de todas las minorías, de control jurisdiccional y administrativo sobre las actuaciones de los gobiernos y las administraciones. La herencia de sesenta y nueve años de paz tras la derrota de los fascismos no es algo que debamos olvidar aunque en nuestro caso mediara un largo paréntesis.
Cierto que no siempre se cumplen la totalidad de los objetivos y de las condiciones. Es el caso del nacionalismo húngaro en recientes elecciones; o la falta de respeto a la minoría turca en Bulgaria; o a los gitanos un poco por todas partes. Cierto que tampoco se está a la altura de la potencia económica y demográfica de la UE como fuera el caso de los Balcanes y la antigua Yugoslavia. Una vergüenza tan grande que inició la posibilidad real de una acción exterior común y, bajo el paraguas de la OTAN el ejercicio de la disuasión por la fuerza. Algo que en otro contexto, y sin que tenga que mediar la fuerza, puede estar siendo objeto de repetición en parte como farsa en Ucrania que, no se olvide, viene de la krajina, la frontera.
Aclaro que, en minoría, institucional y política, voté por el ingreso de nuestro país en la Alianza. Tampoco en este ámbito, en el de la defensa, quería la vuelta atrás que viví en primera persona en febrero de 1981 en mi ciudad, Valencia. Las misiones de paz que en el caso de España ya van por el cuarto de siglo, han resultado ser una buena escuela de civilidad y a la vez un puente de reconciliación entre los uniformados y la sociedad civil solidaria. Ahora estamos en un nuevo nivel, a la escala en que nos sentimos incardinados y comprometidos, la europea.
Miles de jóvenes, pese a obstáculos que confío provisionales y reversibles en el caso español, vía Erasmus conocen a otros jóvenes de otras costumbres y sobre todo de otras lenguas. El conocimiento y la tolerancia van parejos al conocimiento y reconocimiento mutuos. Con todos los inconvenientes, en razón de la diversidades entre otras, las Universidades de Bolonia configuran un espacio de conocimiento, investigación, desarrollo e innovación que puede enfrentarse a retos crecientes en un futuro que es presente.
Todo ello en un mundo en efecto global, a la vez que local. Con amenazas como el recientemente descubierto borrador de Tratado entre los EUA y la UE, cuya ocultación no deja de ser una burla para quienes creemos en el edificio institucional democrático de la UE, “descubrimiento que debemos al periodismo de Le Monde (15/4/2014). Cuestiones como los reguladores de los mercados financieros, el comercio electrónico, la privatización de servicios , las comunicaciones o los correos, las marcas o referentes de producciones agrarias, la producción de transgénicos y mucho más. De esto habrán de ocuparse el Parlamento y las instituciones salidas a partir de la aplicación de los Tratados desde las elecciones del 25 de mayo.
Reducir el ámbito europeo de estas elecciones a disputas localistas sin repercusión alguna sobre los temas de la UE constituye un nuevo desprecio a los electores y a su inteligencia.
Por primera vez, desde sus inicios hoy podemos elegir entre dos modelos de UE. La que prefiere desmantelar, reducir, adelgazar hasta hacerla invisible caso del Frente Nacional francés o, por el mismo procedimiento declararla subalterna como desean algunos representantes del Reino Unido, y no solo el UKIP, sino como con gracia subraya el Ministro Principal de Escocia, “los separatistas son los de Londres, los tories, que quieren hacer un referéndum para salirse de la UE”; y con este desmantelamiento llevarse por delante la Europa del bienestar, que la democracia cristiana y la socialdemocracia construyeron en beneficio de la ciudadanía... para entre otros objetivos salvaguardar sus intereses ante el comunismo soviético. Por supuesto, pese a la ironía anterior bien fundamentada, optar no solo por mantener el sistema de salud pública, la educación laica, gratuita y universal y la atención a las minorías sociales: jóvenes, mayores, mujeres; y a las minorías que se agregan a las anteriores, las de cultura, lengua y alguna más. Es decir, sumadas, la mayoría.
La democratización de las instituciones europeas depende de la voluntad expresa de los electores. El control sobre las troika que nadie ha elegido, la puesta a la luz del día de negociaciones que afectan a los intereses de la ciudadanía, la acción exterior que permita disuadir a quienes quieren atentar contra los valores que representa la UE y su larga tradición de tolerancia incluso en medio de las catástrofes, son otras tantas apuestas que comienzan a formularse y pueden aplicarse con nuestro voto el 25 de mayo. Schulz y Juncker son europeos, sin duda, y europeístas, pero no representan la misma idea de Europa, ni están del mismo lado de las mayorías sociales y de los valores que se han generado en la UE en las últimas décadas.
Por estas razones, y alguna más que el espacio no me permite expresar votaré el 25 de mayo. El sentido del voto, como expliqué a mis amables alumnos y oyentes del curso de la Universitat de València en Gandia, es secreto.
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