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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Liderazgo y dignidad

Ada Colau y Ester Quintana han mostrado, con un elevado coste personal, cómo hacer frente a la arrogancia del poder

Milagros Pérez Oliva

Dos mujeres decididas, valientes y con los pies bien anclados en la realidad, nos han brindado esta semana la oportunidad de adentrarnos en dos cuestiones sobre los que resulta estimulante reflexionar: Ada Colau sobre las fortalezas y debilidades del liderazgo mediático, y Ester Quintana, sobre la dignidad como arma frente a la prepotencia del poder.

Después de haber levantado con otros activistas el movimiento de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), Ada Colau acaba de anunciar que deja de ser su portavoz. Que seguirá trabajando por la causa, pero desde un segundo plano. En los 5 años en los que ha sido la cara visible, la voz y el alma de la lucha de los desahuciados contra el intocable sistema bancario y su protectora ley hipotecaria ha demostrado una capacidad extraordinaria para caracterizar y poner al descubierto las verdaderas relaciones de fuerza y dominio que se esconden tras los eufemismos del discurso político.

La clarividente radicalidad de sus postulados la ha convertido en un referente moral y cívico de las muchas mareas que en estos años de crisis se han alzado contra las políticas de austeridad que ponen en jaque nuestro débil Estado de bienestar. Precisamente por eso, para los poderes interpelados Ada Colau era poco menos que el demonio mismo. Percibían con desasosiego que era portadora de un mensaje profundamente perturbador: el de que los humillados y ofendidos —en este caso por una injusta ley hipotecaria y un gobierno sordo y ciego a lo que no quiere ver ni oír— pueden en su fragilidad reunir fuerza suficiente si se reconocen a sí mismos como sujetos de la historia y no solo como meras víctimas. Que si se unen, muchas debilidades pueden dar lugar a una gran fortaleza. Y que pueden llegar a cambiar las reglas del juego si, como dice en su carta de despedida, son capaces de dotarse de mecanismos de autotutela.

La simpatía que el movimiento despertó llevó rápidamente a los poderes interpelados a arbitrar medidas lampedusianas de cambio, es decir, pequeños retoques en la legislación que hicieran algo más llevadera la situación de los desahuciados pero en absoluto alteraran las reglas del juego que aseguran el poder absoluto del prestamista, como hubiera sido aceptar una fórmula eficaz de dación en pago. Como la maniobra no disolvió las plataformas, emprendieron entonces el acoso mediático de su principal representante. Y ahí es donde Ada Colau percibió acertadamente el peligro. Recibió amenazas, fue ridiculizada, señalada, insultada por todos los medios posibles, en una especie de escrache inverso en forma de vocerío mediático. La situación estaba llegando a ese lamentable punto en que el líder cuestionado tiene que dedicar más energías a zafarse de sus cazadores que a la lucha que da sentido a su figura pública.

Aparte del alto coste emocional que supone estar en la diana, el riesgo de quedar chamuscada por la presión de los focos era evidente. El liderazgo mediático se rige por unos tiempos tan rápidos y cambiantes, tan intensos, que en su fuerza llevan a veces el germen de la propia destrucción. Ada ha hecho lo que aconseja la sabiduría popular: tan importante es saber dar un paso al frente, como saberse retirar. Pero en este caso, solo de los flashes y las cámaras, porque quienes la conocen saben que su apuesta es de largo recorrido y que está teorizando y ensayando nuevas formas de empoderamiento basados en el reconocimiento y ayuda mutua.

También Ester Quintana ha sufrido las dentelladas de un poder arrogante que reaccionó al fastidioso incordio de su ojo perdido negándole lo más importante: el reconocimiento. Negándole su condición de víctima. No solo fue ninguneada sino también humillada por el entonces consejero de Interior Felip Puig cuando llegó a sugerir que había perdido el ojo por “algún objeto” lanzado por “vándalos” que, como ella, habían participado en la manifestación de la huelga general, aquel 14N de 2012.

Ella insistió siempre, con serena firmeza, en su versión mientras el consejero tenía que cambiar hasta cinco veces la suya a medida que testimonios, vídeos y fotografías iban desmintiendo los sucesivos relatos, expuestos siempre con prepotente distancia y ausencia de cualquier humanidad hacia quien les interpelaba desde el sufrimiento. Ahí residía su debilidad. Lo peor para los responsables policiales resultó ser algo inatacable por intangible, que cualquiera podía captar con solo ver y escuchar el vídeo que Ester Quintana grabó explicando lo que le había sucedido. Ese intangible era, sin embargo, algo tan sólido como el acero: la dignidad.

Ahora el juez ha dado la razón a Ester Quintana al afirmar en su auto que las lesiones por las que perdió el ojo y ha tenido que sufrir ya 12 operaciones, fueron ocasionadas por una pelota de goma lanzada por el agente imputado. Es decir que se dispararon balas de goma allí donde según el consejero Puig, primero no había policías, luego sí los había pero no dispararon, y luego sí dispararon, pero solo salvas. Finalmente las balas de goma han sido proscritas, pero será difícil que el cuerpo de los Mossos d'Esquadra recupere ningún prestigio si sus mandos no son capaces de demostrar que les importa la verdad y que son capaces de recuperar el control interno del cuerpo. Aún les queda una oportunidad de mostrar dignidad: dimitir.

@MilagrosPrezOli

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