Partidarios de las frutas
Los frutales en la naturaleza ordenada, un motivo del jardín doméstico. Los naranjos y los nísperos, especialmente dominan corrales y huertos
Los frutales son (eran) parte de la naturaleza ordenada, un motivo del jardín doméstico, los naranjos y los nísperos, especialmente. Granados, azufaifos (gingolers), albaricoqueros, melocotoneros y limoneros dominan los corrales y huertos antiguos. Las higueras eran raras vecinas del hogar. Modernamente se siembran o trasplantan olivos, moda municipal y alemana.
Muchos ejemplares para fruta —manzanos, ciruelos, membrillos— quedan solos en la nada, son marginales o sujetos robustos de plantaciones anticuadas. Hubo y renacen campos arbolados que son manifiestos temáticos, uniformes, cultivos extensivos, donde una única variedad del fruto denomina al lugar.
Verdes durante medio año o perennemente, esos árboles no silvestres manchan bien lo que queda del árido paisaje agrícola mediterráneo. En verano sorprenden como hitos de color, perdidos en zonas llanas de cereal. A veces, los ejemplares están abandonados, con exceso de ramas, inalcanzables, caídas o secas. Nadie los poda.
En los espacios urbanos antiguos y los nuevos de adosados, dominan solos y en esplendor en micro espacios. Alrededor de las ciudades los huertos y campos de naranjales fueron asolados por el urbanismo compulsivo —y efímero— al ladrillo sobre su suelo rural.
El postre (‘darrería’)
Se ven nuevas hileras, de arboles tensados en alambres y parrales. Serán nuevas masas de melocotoneros, cerezos, picotas y manzanos. Al iniciarse parecen que siembran vides u olivares nuevos, que son pulsión absoluta de burgueses de ciudad y propietarios rurales. Algunos campos se confunden con un altar gigante de cirios. Son los tubos blancos protectores alrededor de los jóvenes arbustos sembrados para evitar que los conejos frustren la plantación.
Los macro mayoristas locales que controlan cultivos, producción, venta y distribución de frutas y hortalizas promueven siembras extensivas de frutales.. Se nota y lo indican los carteles en estos campos. Las frutas de hueso marcan una oferta cambiante de la realidad que también se traduce en la mesa, en la boca. Es pura lógica cultural. Las sucesivas y distintas cosechas de fruta pueden remarcar otras tendencias alimentarias, ayudar a recuperar o introducir costumbres y, además, componer modas gastronómicas.
La buena fruta del tiempo real puede ser la alegría sustancial de una comida, la culminación de un deseo, un detalle de placer, por dulzura, frescor o acidez, capacidad de atracción. Fijar en el recuerdo el sabor solo se da con la calidad y la entidad del producto. En crudo, sin compañía artificiosa o sacrificio al fuego, la fruta no es solo parte secundaria de un menú de dieta de necesidad o supervivencia hospitalaria.
La mesa y la cocina
Las ensaladas, macedonias, tutti frutti, multiculturales y multinacionales en ocasiones no ayudan, no son la apoteosis de las mixturas, son un choque y tumulto de muchas partes que no sugieren un universo de sensaciones. Recuerdan un mal trencadís, bonito, necesitan compañía el cemento del licor.
El postre (la darrería, lo último sublimado en el código arcaico insular) puede ser una sorpresa aun siendo un ritual. Es parte de la alimentación, apetecible, necesaria, saludable, sabrosa y ligera. La marginada o destrozada cocina autóctona, de país, lugar, regional, de mercado, de temporada, simplemente honesta, podría trasladar al plato y al paladar del comensal los colores y texturas del paisaje que habita o goza de paso.
Excelentes nísperos locales (con entidad y no solo pulpa), fantásticos pequeños o mediano melocotones o albaricoques que no saben a rábano, cerezas deliciosas en su época casi de verano. Hay que evitar estar atado a las refrigeradas piñas y plátanos o aquello que tiene el nombre y la forma de melones y sandías pero no su cuerpo y su gusto.
La mesa y la cocina explican un lugar, completan las miradas e impresiones emocionales sobre las cosas, los paisajes y sus gentes. Los menús son congruentes con el clima y el estilo cultural de relacionarse con el entorno.
Los árboles y la tierra narran las estaciones y la secuencia del fruto: emoción de las flores, triunfo de las hojas verdes, aparición de los puntos de colores si la cosecha y el clima casan. Al final, casi todos los árboles se manchan de amarillo, marrón metálico y finalmente se desnudan y duermen.
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