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Danza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos creadores mexicanos en la capital

La sala DT reunió dos muestras de la muy activa y prismática danza contemporánea del país

La bailarina Amada Domínguez en 'Laberinto', de Rossana Filomarino.
La bailarina Amada Domínguez en 'Laberinto', de Rossana Filomarino. Miguel-Ángel

Una breve panorámica en la sala DT Espacio Escénico de la siempre muy activa y prismática danza contemporánea mexicana permitió primero ver el pasado fin de semana Laberinto, poético e intenso solo de la coreógrafa Rossana Filomarino (una de las últimas discípulas de la que fuera gran mentora: Guillermina Bravo), bailado por Amada Domínguez. Y se puede ver hasta hoy día 7 el trabajo Cartografía especializada, ideado por el actor y coreógrafo Jaime Camarena (México, 1961). En las dos obras se usa con profusión el texto, pero con propósitos y resultados diversos. En Laberinto Filomarino acude a la voz de Jorge Luis Borges, que repite como salmodia un fragmento disociado y del que se cita: “Nuestro laberinto sólo encuentra un sentido en su centro”. La bailarina va vestida funcionalmente evocando la tanagra arcaica griega, y su baile es concentrado y ceremonioso, nunca banal, articulada sobre acordes del Lamentatede Arvo Pärt e intervenciones sonoras de Rodrigo Castillo. En esa lectura hay todo un poso que va desde Graham hasta una refinada evocación neoclásica.

Es Cartografía… en principio un paso a tres actoral que los bailarines Michele Ferrer y Edisel Cruz acotan y luego estrechan en un paso a dos de fuerte textura física, donde demuestran sus dotes acrobáticas y gestuales. En un momento dado, el diálogo es feroz y se emborrona con el sonido y el gesto, formando un ruido tenso que lo inunda todo. La bailarina vuelve al hielo (los bloques azulados que ya usó como escenografía el arquitecto Philip Johnson para la coreografía inaugural de Balanchine en el New York State Theater). La idea bascula entre la intimidad de la pajera, rota y en fase catártica, a la búsqueda plástica de un nuevo tenebrismo urbano tocado de una cierta sordidez: cada uno a su rollo, sin hilo común. Acaso la fantasía empecinada de un tercer intruso arma y cataliza el discurso.

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