El euroescepticismo viaja al Sur
La imagen de la UE se está hundiendo: el descontento con el proyecto europeo se ha multiplicado por cuatro en cinco años
Si existe alguna fecha reciente que merece ser recordada por haber marcado profundamente el rumbo político de nuestro país, esta es, sin duda, el 12 de mayo de 2010. Ese día el presidente Rodríguez Zapatero acudía al Congreso de los Diputados para anunciar unas dolorosas medidas de ajuste económico, posiblemente las más duras de todo el período democrático. Tales medidas, que se adoptaron de forma inesperada y urgente, representaron una enmienda a la totalidad a los seis años previos de Gobierno socialista.
Durante los primeros años de crisis económica, el PSOE había conseguido amortiguar su desgaste electoral por medio de la clásica estrategia de compensar con políticas sociales los estragos de la crisis. Pero ese 12 de mayo todo cambió. España escenificaba entonces su capitulación ante las instituciones europeas y, especialmente, ante algunos de sus destacados Estados miembro. Con ello, el presidente Rodríguez Zapatero no solo condenaba al PSOE a sufrir su peor crisis electoral, sino que también propiciaba el fin del idilio entre la sociedad española y la Unión Europea.
La imagen de la UE se está hundiendo: el descontento con el proyecto europeo se ha multiplicado por cuatro en cinco años
Hasta 2010, el apoyo de los españoles al proyecto europeo era prácticamente unánime. Según los datos de Eurobarómetro, antes de 2010 tan solo uno de cada diez españoles tenían una visión negativa de la UE. Sin embargo, desde entonces su imagen ha iniciado una caída libre: el descontento con el proyecto europeo se ha multiplicado por cuatro en apenas un lustro. Tal ha sido la magnitud de la decepción de los españoles con Europa que en la actualidad sólo una minoría confía en las instituciones de la UE. Este creciente descrédito no puede ser considerado como un simple efecto colateral de la crisis económica. Si bien la confianza con las instituciones europeas se ha ido deteriorando desde 2008, no ha sido hasta la llegada de las políticas de austeridad en 2010 cuando la imagen de la UE se descalabra de forma imparable.
No hay duda de que nuestro país se encuentra ante un grave proceso de desafección hacia las instituciones europeas. Pero España no está sola en esta oleada de euroescepticismo. Le siguen muy de cerca Portugal, Irlanda, Italia y Grecia. Tradicionalmente estos países se situaban en cabeza del ranking de satisfacción con la UE. Sin embargo, en pocos años se han ido acercando al bando de los euroescépticos, incluso con niveles de apoyo por debajo de la media.
No creo que existan grandes dudas de por qué la imagen de Europa se ha deteriorado especialmente en los países del sur. Todos ellos tienen en común que sus ciudadanos han visto cómo, en los últimos años, sus democracias les han dado la espalda. En efecto, las democracias afectadas por la llamada crisis de la deuda han sido incapaces de cumplir uno de sus principios fundamentales: atender a las preferencias de los ciudadanos. Los gobiernos, anulados por su incapacidad de financiar su deuda, dejaron de escuchar a la sociedad y se rindieron a las presiones provenientes de Europa (lean, si tienen la ocasión, La impotencia democrática de Ignacio Sánchez-Cuenca, Editorial Catarata).
las democracias afectadas por la llamada crisis de la deuda han sido incapaces de cumplir un principio fundamental: atender a las preferencias de los ciudadanos
En definitiva, los votantes fueron reemplazados por los famosos hombres de negro. En algunos de esos países, los ciudadanos perdieron todo el control de su política económica. Pero incluso en aquellos que no fueron formalmente intervenidos, los votantes también acabaron ninguneados. En Italia, el primer ministro Berlusconi fue sustituido por Mario Monti, un técnico de confianza de Europa que —recuerden— no gozaba del credencial más elemental en una democracia: el aval de las urnas. Cuando Monti decidió hacerse con tal credencial en las elecciones de 2013 apenas obtuvo el 10% de los votos, un porcentaje muy inferior al que consiguió el propio Berlusconi. Más claro no podían haberlo expresado los italianos.
De aquellos polvos, estos lodos. Como no podía ser de otro modo, los ciudadanos del sur de Europa han reaccionado ante la degradación de la lógica democrática más esencial, que los gobernantes representen las demandas de la sociedad. Y lo han hecho dando la espalda a uno de sus principales agresores: las instituciones europeas. Los vientos euroescépticos soplan hacia el sur. La UE ha perdido gran parte del crédito del que gozaba en muchos países que en su momento se adhirieron al proyecto europeo con entusiasmo. Algún día la crisis económica se irá, pero quizás nos deje como legado una profunda crisis de confianza hacia el proyecto europeo.
La participación en las elecciones a la Eurocámara ha sido modesta en España a pesar de su tradicional adhesión a la UE. Los votantes siempre han prestado poco interés por unas elecciones a una institución opaca y de la que prácticamente nada se sabe sobre sus implicaciones para la vida diaria de los ciudadanos. A este desinterés se le suma hoy un profundo desencanto por el papel que las instituciones europeas han desempeñado en la crisis económica. Cuando el próximo 25 de mayo la jornada termine con unas urnas más vacías que nunca, a muchos no nos cogerá por sorpresa. Se lo habrán ganado a pulso.
Lluís Orriols es doctor por la Universidad de Oxford y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Girona.
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