Dar trágica austeridad a Gaudí
Josep Maria Subirachs ha sido un enorme artista, por todo lo que aportó a la escultura en los años cincuenta y sesenta
Subirachs ha sido un enorme artista, por todo lo que aportó a la escultura en los años cincuenta y sesenta, pero también por todo lo que hizo en su etapa de madurez en el conjunto de las artes. Él inventó un vocabulario plástico riquísimo, personal e intransferible, enraizado en toda una tradición que va desde el mundo minoico y helénico hasta el constructivismo ruso. Su obra, compleja y abundante, responde a un lenguaje plástico de su invención, coherentemente utilizado, que logró algo insólito: hacer de una expresión contemporánea un arte no sólo descifrable por parte de un público relativamente amplio sino incluso capaz de hallar quien lo “consumiera” con placer, algo consubstancial a la creación artística pero que para muchos parecía incompatible con el vanguardismo.
Fue además, pese a su físico frágil, un artista de gran aliento, que se atrevió con obras de mucha envergadura. La última de las cuales fue la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia, en Barcelona, que venía a ser un paso más después de su unánimemente admirada aportación a la renovación del arte sacro que había significado a fines de los cincuenta el gran Pentecostés expresionista en bronce del santuario de la Virgen del Camino, en León.
Su concepto en la fachada de la Pasión era hallar la solución contemporánea a una parte importante de la obra de Gaudí, que éste sólo había esbozado, disponiendo que fuera de una trágica austeridad. Subirachs sin duda dio respuesta adecuada al problema, sin embargo, la obra habría de significar un sesgo muy amargo para el escultor, ya que fue prejuzgada y condenada antes de empezada y constituyó el pretexto para organizar en su entorno un auto de Fe delirante que rebasó todos los límites éticos, hace ya de ello casi un cuarto de siglo. Desde entonces en un mundo tan cauto a la hora de valorar a artistas vivos, el vilipendio a la obra de Subirachs a menudo gozó en cambio de una impunidad recurrente.
El artista siempre declaró que había superado aquel trance pero no era cierto: del fortísimo golpe moral recibido ya no se recuperó aunque lo disimuló con elegancia, y quedó definitivamente tocado, en lo personal y en lo público, hasta el punto que fueron eclipsadas todas sus otras virtudes y su inmensa aportación a la historia de nuestra escultura.
Esa gran figura, que se ha ido sin el Premi Nacional catalán, concedido a menudo hasta a artistas principiantes, pasará inapelablemente a la historia del arte —ya está en ella—, pero también su circunstancia será algún día objeto de estudio sociológico profundo, lo que tal vez llegue a aclarar cómo entre sociedades adultas, la mezquindad y el gregarismo pueden trastocar situaciones que no deberían rebasar nunca el estadio del simple y civilizado debate de opiniones.
Francesc Fontbona es especialista en pintura y escultura del siglo XIX y XX.
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