El socialismo europeo se la juega
Tras las últimas derrotas, el socialismo parece un vagabundo esperando tiempos mejores
La izquierda tiene que estar muy preocupada. Los socialistas europeos tienen que estarlo aún mucho más. Porque las derrotas sufridas por los socialistas españoles, alemanes y, hace pocos días, los franceses, convierte al socialismo europeo en un vagabundo en busca de un lugar donde pueda pasar el día y la noche mientras llegan tiempos mejores.
Los socialistas alemanes (SPD) prefirieron acordar con la derecha de Merkel que con los otros socialistas y algún otro partido bisagra, porque habían conseguido compromisos muy importantes como, por ejemplo, la fijación de un salario mínimo, que lo tiene hasta España. La negativa a pactar con el otro grupo socialista, desgajado del SPD, se produjo de modo automático sin que mediaran papeles ni reuniones. Hay que pensar que si la formación de los nuevos socialistas se produjo en contraposición a la derechización del SPD, provocada por las políticas neoconservadoras del socialdemócrata Schroder, los actuales dirigentes del SPD asumen aquella derechización.
A los socialistas franceses les ha ocurrido algo muy extraño. En poco más de un año Hollande ha perdido su honor, su popularidad y la confianza de los franceses. Pero la derrota no se ha quedado en eso, porque el propio Hollande, es decir el enfermo, se ha administrado la medicina en caliente. Su más lúcida ocurrencia ha sido poner a dirigir al Gobierno a Manuel Valls que, si viviera en la tierra de sus antepasados —Cataluña— habría coincidido con el alcalde de Hospitalet, al menos en lo tocante a expulsar gitanos. ¿Qué quiere salvar Hollande, su propio pellejo o el socialismo? Como ha partido de un perverso diagnóstico, la terapia ha sido inadecuada, porque las formaciones de derechas han recibido los votos que esperaban, y no más, mientras que la abstención ha crecido más cinco puntos. Si los abstencionistas y unos pocos de los votos nulos o en blanco hubieran votado al PSF, Hollande habría comparecido con una sonrisa de oreja a oreja.
El tercer error de diagnóstico se produjo en un acto electoral celebrado en Madrid, en donde no faltaba nadie del PSOE más clásico, desde Felipe González hasta la candidata Valenciano, con Méndez y Martin Schulz, el alemán que dirigirá los debates europeos a favor de la austeridad que Angela Merkel aprendió con tanto ahínco como su primer catecismo. En ese acto la compañera (mía) Valenciano pronunció una frase que debe ser diseccionada: “No basta con indignarse. Hay que votar, ganar y cambiar. Es ahora o nunca”. Pero la respuesta se la dio Martin Schulz: “¿los votantes, nos abandonaron o somos nosotros los que abandonamos a los votantes?” Los indignados ya mostraron si indignación cuando gobernaba el PSOE. Y dejaron de votarle porque el socialismo español había renunciado a sus principios fundacionales: la igualdad dejó de ser una urgencia porque, según algunos, impide la generación de riqueza; y el obrerismo porque la O del PSOE pone demasiados escollos entre los derechos de los asalariados y las ínfulas del empleador.
Nos jugamos mucho los europeos, sobre todo los socialistas, y con nosotros, todas las gentes honradas y sencillas. Pero no sirve de nada reprochar su indignación a los indignados, porque también lo están con los socialistas. Una foto de cabecera de aquel acto, que podría haberse hecho hace más de 20 años, en la que nadie quiere dejar la primera fila, bien podía haberse rejuvenecido un poco, pero Rubalcaba quiso parecer simpático con un “estamos todos”. Pero no, faltaban algunos socialistas desplazados por incómodos, algunos socialistas que desde su contrastada credibilidad ponen en riesgo los liderazgos, algunos socialistas indignados que torcerían el morro al escuchar a Elena.
El socialismo europeo se la juega porque lleva bastante tiempo sin hacer los deberes.
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