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Columna
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El pueblo superó su destino

Cuando Adolfo Suárez toma las riendas de la transición, estaba todavía vigente la terrible advertencia que Antonio Machado hacía al “españolito” que venía al mundo. “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, decía el poeta. No parecía haber más alternativa que afiliarse a uno de los bandos fratricidas, o perecer víctima de ellos, como le sucedió por cierto al autor del célebre poema. La historia de nuestro país se resumía en ese dilema terrible. Ciertamente no sólo recogía enfrentamientos civiles, pero incluso los periodos de paz estaban presididos por la revancha. No eran las nuestras paces ecuánimes, sino que en ellas existían siempre vencedores y vencidos. Unos gobernaban, regían las vidas de los ciudadanos y hasta redactaban constituciones, mientras que los otros se limitaban a soportar, esperando el turno que les permitiera vengarse. Era una espiral interminable que a la muerte de Franco vuelve a sobrevolar el destino de los españoles.

Por más que suene a grandilocuente, la verdad es que Adolfo Suárez inaugura una historia diferente. Lo hace basándose en un principio que expuso durante la presentación de la ley de la Reforma Política, en 1976: “el futuro no está escrito porque sólo el pueblo puede escribirlo”. El situar la voluntad popular por encima de un destino que siempre nos había sido ingrato, fue la gran aportación del hombre que acaba de dejarnos. Suárez nos dijo que España no era un país maldito, ni predestinado al pleito permanente, y demostró que la reconciliación de las dos Españas era posible. Adolfo Suárez hizo que los españoles creyésemos en nosotros mismos, nos devolvió confianza y autoestima, destruyó el tópico de que sólo podíamos ser gobernados con mano dura. Gracias a eso estableció con la sociedad una complicidad que pocos políticos han logrado. La clave la dio en una frase que sigue teniendo plena vigencia para todos los que desempeñamos responsabilidades públicas. Para el primer presidente que abre las puertas a la libertad, la democracia no es otra cosa que “elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal”.

No había manuales para pilotar la transición. No se contaba con precedentes del paso pacífico de una dictadura a una democracia en nuestro entorno internacional, y menos aún en nuestro pasado. La gran inspiración la encuentra Suárez en la sociedad misma, atosigada por una disyuntiva que parecía excluyente entre continuismo y ruptura. Con la tutela permanente de Su Majestad El Rey, abre una tercera vía por la que pueden caminar no sólo los españoles de entonces, sino también los del futuro. Al hacerlo, Adolfo Suárez reivindica algo sistemáticamente denigrado por la dictadura: la política. En unos tiempos en los que la política suscita recelos, en ocasiones explicables por comportamientos poco edificantes, su recuerdo es también el recuerdo de una Política con mayúsculas que une, remueve obstáculos y encuentra una solución para cada problema. Adolfo Suárez no es un tecnócrata, ni alguien que aplique recetas publicadas por especialistas. Es un político, capaz de implicar con sus palabras y sus hechos a todo un país. La prueba de que la mayor gesta de los últimos siglos de nuestro país lleva el sello de Adolfo Suárez, es que los españoles vivimos en su herencia.

El camino que él trazó sigue abierto. Por él sigue transitando la democracia, y seguimos caminando los españoles sin miedo a que la otra España nos hiele el corazón. Hay dudas, padecemos imperfecciones, soportamos crisis de todo tipo, pero para solventar todos los desafíos, contamos con el recuerdo de un hombre excepcional. Él nos enseñó que la política es noble. Gracias a él aprendimos que España es una nación diversa y unida, capaz de escribir por sí misma la historia.

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