Cascos contra la ruina de Ferrol Vello
Los vecinos de esta barriada portuaria protegida por la Xunta se movilizan contra el olvido de las Administraciones competentes
Llevan casco pero no son obreros. Son los vecinos de Ferrol Vello que tienen que convivir cada día con la ruina que carcome a un barrio histórico y protegido por la Xunta como Bien de Interés Cultural (BIC) por su valía arquitectónica. Hoy se han puesto el casco para parapetarse contra los trozos de fachadas y cornisas que se deshacen como arena después de tres meses consecutivos de lluvia y que amagan con desprenderse en cualquier momento. “Queremos vivir aquí pero no entre ruinas”, clamaron por el altavoz.
El casco es una protección pero también ha sido ingrediente y protagonista de la protesta. Fue este mediodía durante una concentración vecinal en la Praza Vella, epicentro de un barrio que está a un paso de los pantalanes de Curuxeiras pero que se parece más a un decorado de posguerra que a un espacio público. Un buen tramos de la Praza está inundado por los cascotes y con amplias zonas totalmente impracticables y acotadas con vallas para cerrar el paso a los imprudentes.
La protesta de este sábado no fue la primera y reunió a medio centenar de personas de todas las edades que llegaron a pie o en bicicleta. Detrás de esta convocatoria está A Comisión Cidadán pola Recuperación de Ferrol Vello, enfrentada a la directiva vecinal del barrio a la que reprochan que se hayan olvidado de una parte de la vecindad, concretamente de las cinco familias afectadas por el desalojo de tres inmuebles de la calle Carmen Curuxeiras el pasado enero -los números 10, 12 y 16- y varios desplomes sucesivos.
El último fue esta misma semana, en la madrugada del pasado lunes y afectó al número 51 de la calle San Francisco, en la casa natal de Ricardo Carvalho Calero, una propiedad por la que el Ayuntamiento de Ferrol pagó 350.000 euros hace tres años con la idea de rehabilitarla como centro cívico, un proyecto muy ambicioso que sigue congelado. “Es gravísimo que un edificio público lo dejen caer así”, se quejaron.
“No estamos muertos de puto milagro”, aseguró rotunda Mariluz. Esta jubilada vivía en el primer piso del número 12, uno de los tres bloques desalojados por la policía local de la calle Curuxeiras la noche del 15 de enero. Es una de las arterias de Ferrol Vello por la que discurría el primer tramo del Camino Inglés a Compostela desviado 'provisionalmente' desde hace más de un año. En el lateral del edificio de Mariluz hay una grieta muy profunda que forzó el desalojo de nueve personas: siete adultos y dos niños del número 12, y dos vecinos más de los números 10 y 16. La culpa, explican los propietarios, la tuvo una viga solitaria y podrida que flota sobre el solar de lo que fue el número 14. Un viejo tronco de madera que ha sido suficiente para herir de muerte a un inmueble de tres plantas mucho más nuevo y dejar sin casa a las tres familias que lo habitaban.
A Ángeles Rivera, 'Gelines, como la llaman sus convecinos, se le saltan las lágrimas. A finales de este mes cumplirá los 76 y ha pasado en Ferrol Vello todos y cada uno de sus años desde que nació en una casa de la calle Mártires en la primavera de 1938, en plena contienda civil. De lo que fue a lo que es, ya no queda nada, dice. “Estaba la Pysbe y la fábrica de lápices. Venían las lanchas de Mugardos y Maniños -al sur de la ría- con los obreros para Bazán. Había tres ultramarinos, dos pastelerías y, por lo menos, dos barberías la misma calle”, rememora. “Esto era una verdadera calle Real. El centro del centro. Un barrio con vida que ahora, ya ves, da peniña verlo”, se lamenta. Critica que una pala excavadora metida en la Praza Vella le echara abajo un patín, una pequeña terraza amurallada que todavía quedaba en pie de una vieja casa de su propiedad que está dispuesta a reclamar donde haga falta.
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