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CRÍTICA / DANZA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Llega el baile de creación a la sala Nave 73

La nueva sala dedica una semana al mes a la danza con un espacio diáfano y un escenario generoso

En esta nueva sala, que dedica una semana al mes a la danza, un espacio esmeradamente diáfano y abierto, con escenario generoso y grada, el bailarín y coreógrafo Francesc Bravo vuelve a la escena madrileña después de un tiempo sin estrenar; su físico revela las huellas del tiempo y del duro y largo trabajo corporal, desde los juanetes a una replegada musculatura de hombre maduro, pero conservando su siempre poderosa concentración expresiva. Bravo fue un prominente (y hasta básico) bailarín y creador en la primera generación de la danza contemporánea española, con un paso largo por la agrupación de Cesc Gelabert y luego una trayectoria propia con la compañía suya: Rayo malayo. En algunas cosas, no ha cambiado nada, mantiene sus señas individuales: su seguimiento de la música es tan personal como intuitivo y sus gafas de gruesas lentes lo acompañan al bailar, son parte de su estampa ya fraguada.

El primer solo, fuertemente deambulatorio y sin relato lineal, lo muestra en forma tratando de organizar una dominante espacial larga y expansiva. La bailarina que le sigue es artista madura y su obra carece de humor (algo que sí aporta Francesc); ella habla, pero casi no se le entiende el diálogo. Ambos parecen estar interesados en un sonido duro y repetitivo que luego se atempera con un piano. Mientras en Bravo hay algto festivo, en Berrozpe se barrunta drama.

Tras los solos de presentación, los dos artistas aparecen en silencio para armar un dúo que no puede decirse sea improvisación pura y dura; al menos, no lo parece a pesar de cierta aleatoriedad y ciertos mecanismos de respuesta rápida. La relativa brevedad y concisión (se agradece9 de las tres piezas no permite distracción y es por eso también que hay un comprimido tono de laboratorio, de proceso en directo bien envasado y presentado al público. La chácena de fondo al final juega un papel escenográfico de impacto y afora a los bailarines con cierto misterio. También las luces entran en ese juego de mostrar sin evidencia.

En cuanto a la estructura, a veces pasa como ciertas coreografías maestras de Cunningham, donde lo reglado se pliega a la banda sonora y el material se cercena por instinto.

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