El postfordismo y la producción intelectual en cadena
Antonio Tabares se revela con una divertida comedia dramática sobre la organización del trabajo y las relaciones de poder
¿Qué pasará cuando el taylorismo, hasta hace poco aplicado exclusivamente a la organización del trabajo manual, se extienda, como ha empezado a suceder, al de carácter intelectual? Si H&M comenzó a trasladar su producción de China a Etiopía, donde hay salarios de 50 euros mensuales, ¿cuánto más debería devaluarse nuestra mano de obra para competir con la suya? Y cuando nuestros salarios sean lo bastante bajos como para que en la Costa da Morte florezcan de nuevo los talleres textiles hoy deslocalizados, ¿qué sucederá si el Instituto para la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre halla mano de obra más económica en Marte?
Estas preguntas y otras similares suscita la divertida peripecia de La punta del iceberg, comedia dramática con pespunte trágico, original de Antonio Tabares, joven autor canario cuyo nombre, a tenor de lo visto, sonará pronto fuerte y seguido. Mediante nueve entrevistas entre una alto cargo y empleados de una multinacional en la que se han producido tres suicidios en cinco meses, Tabares habla con humor corrosivo y precisión quirúrgica de las relaciones de poder en el seno de la empresa, de la pérdida de control del trabajador especializado sobre procesos de producción que fueron de su dominio, de la incomunicación entre niveles y departamentos, de la contaminación recíproca entre vida personal y vida laboral, y, en el fondo, de la ruptura unilateral del pacto entre clases sociales que condujo al estado de bienestar.
La punta del iceberg
Autor: Antonio Tabares. Vestuario: Vanessa Actif. Luz: Kiko Planas. Escenografía: Max Glaenzel. Dirección: Sergi Belbel. Teatro de La Abadía. Del 26 de febrero al 30 de marzo.
Entre muebles de oficina que sugieren un laberinto, Sofía, directiva comisionada para investigar si tales suicidios tienen que ver con la reducción de plantilla y el incremento de trabajo y productividad exigido por el inflexible nuevo director, va manteniendo nueve cara a cara reveladores a través de los cuales pergeña la accidentada topografía de relaciones sentimentales entre empleados, los conflictos de intereses y el nivel de presión impuesto para no entrar en pérdidas. Nieve de Medina despliega con gesto breve y preciso el extenso abanico de actitudes que su personaje conductor requiere: incomodidad (acaso demasiado acusada) en el tanteo inicial con Carlos, su homólogo; curiosidad genuina en su interrogatorio a Gabriela; sensualidad renaciente cuando se siente espoleada por Alejandro; cercanía en su reencuentro con el camarero; desconcierto e inteligencia (¡eureka!) al descubrir a Jaime fuera de sí, determinación y fragilidad en su entrevista última.
Montse Díez imprime a su Gabriela la extrañeza e incomodidad característicos de quien lleva mucho tiempo bajo presión; el Carlos de Eleazar Ortiz es peligro puro: un arma de doble filo, sin empuñadura ni vaina; el Alejandro de Pau Durà, un ejemplo fidedigno de sindicalista en los tiempos del fordismo; el camarero de Chema de Miguel, un oasis humano donde abrevan chacales; y Jaime, el prototipo de trabajador logrero, que Luis Moreno, un torbellino, encarna con certera ironía pero a saco. Sergi Belbel concierta la función armónicamente, con interés e intriga crecientes.
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