El lince se expande pese a las enfermedades
La cepa del virus hemorrágico del conejo reduce la crianza de la especie pero no altera los planes de reintroducción
Hubo un tiempo en que las sierras de Huelva, Sevilla, Córdoba y Jaén estaban unidas por una especie felina autóctona, el lince ibérico. Un animal que conectaba el norte de la región con el paraíso natural de Doñana, al sur. Y las zonas de campeo de estos mamíferos, profundamente territoriales, moteaba buena parte del paisaje. Pero la presión humana, las enfermedades y la escasez de conejos —su dieta principal— esquilmaron las poblaciones y pusieron al lince al borde de la extinción. A mediados de los años noventa comenzaron los trabajos por parte de la Junta para intentar recuperar la especie. Entonces, sobrevivían apenas 60 ejemplares y hoy, tras lustros de trabajos con apoyo de la UE a través de proyectos como Life, son más de 319 los que habitan repartidos en la zona más importante de Andújar y Montoro (169 animales) y la icónica referencia de Doñana (85), donde apenas quedaban animales hace unos años. Pero más peligros acechan al símbolo de la biodiversidad en España: la nueva cepa del virus hemorrágico (EHV) de los conejos está arrasando. Y aunque este mal interfiere en los planes de reintroducción de la especie, estos siguen adelante por parte del proyecto Life Lince.
“Mis planes, antes de que apareciera la nueva cepa de la enfermedad hemorrágico-vírica era centrarnos menos en las poblaciones de Doñana y Andújar (…) y trabajar más en las áreas de reintroducción de Guadalmellato y Guarrizas que llevan en marcha tres años. Y, además, empezar en las nuevas áreas de reintroducción en Extremadura, Portugal y Castilla La-Mancha”, explica Miguel Ángel Simón, el director del proyecto Life Lince. Pero el virus de los conejos ha reconvertido ciertas partidas presupuestarias del proyecto —que estaban destinadas a crear esas conexiones geográficas en las poblaciones de linces— en un plan de choque para reintroducir conejos en las zonas afectadas por la enfermedad y en la que haya presencia de linces.
A diferencia de la cepa anterior, el actual virus hemorrágico de los conejos afecta y mata a los gazapos. Y, de rebote, también a las crías de los linces. La falta de conejos ha provocado que el número de cachorros de felinos haya descendido un 30%. De los 78 linces que nacieron en 2012 se ha pasado a 54 crías, en 2013. Y lo que es peor, los atropellos se han duplicado y han pasado de 7 a 14. “Son muchos atropellos, es un número demasiado importante pero solo suponen un 26% de las muertes de los linces desde 2002 a 2013”, señala Simón, a quien sobre todo, le preocupan la incidencia de las enfermedades. “Esa es la causa principal de muerte y es también la más peligrosa, porque los atropellos se pueden minimizar trabajando con las administraciones. Pero la lucha contra las enfermedades es mucho más importante”.
A pesar del severo impacto de la enfermedad y de que se desconozca todavía su evolución, pues no existe una vacuna, el proyecto Life sigue adelante. Y ya se han escogido cuatro zonas potencialmente interesantes para la suelta de nuevos ejemplares: el área del valle del Matachel, al sur de Badajoz; Guadalcanal en la zona de Sevilla; Campos de Calatrava y los montes de Toledo, en Castilla La-Mancha y el valle del Guadiana, en Huelva. Está previsto escoger en marzo una zona de reintroducción para la próxima primavera que se hará en función de los estudios de densidad de los conejos, la calidad del hábitat, la presencia de artes ilegales de caza o de puntos negros de atropellos, así como de la incidencia de enfermedades en animales o el apoyo social de los propietarios de fincas y de los vecinos del entorno.
A pesar de todos los problemas a los que se ha enfrentado esta especie (debilitamiento por consanguinidad, falta de variabilidad genética, propensión a enfermedades como la leucemia felina) desde el año 2002, cuando se empezó a tener un censo más real de los ejemplares, se comprobó que, poco a poco, va agrandándose por el mapa la mancha de campeo del lince ibérico. Usando técnicas como el fototrampeo —trampas que cuando saltan los animales sacan una foto del animal— se han podido analizar a los distintos ejemplares a través de sus motas, las manchas negras características de los linces que, como una huella dactilar, les diferencian unos de otros. “Hemos identificado casi al 95% de los ejemplares en libertad. Y si cuando empezamos los trabajos de recuperación registraban unos 300 kilómetros cuadrados de campeo, ahora andan por los 1.100 kilómetros cuadrados”, destaca Javier Madrid, director general de Gestión del Medio Natural en la Consejería de Medio Ambiente. “Eso quiere decir que no solo hay más ejemplares sino que están más distribuidos, puesto que hablamos de una especie muy territorial”, prosigue Madrid.
Esos 1.100 kilómetros cuadrados se distribuyen por la zona de Andújar y Cardeña (370 kilómetros cuadrados), la zona de Doñana (unos 520 kilómetros cuadrados) y, finalmente, la zona del Guadalmellato (115 kilómetros cuadrados) y Guarrizas (unos 100 kilómetros cuadrados de ocupación), que son las últimas áreas de reintroducción, en Córdoba. “El objetivo planteado en Córdoba es poder unir las distintas manchas que se han propiciado entre esta provincia y Jaén. Y facilitar que las poblaciones de lince del Guadalmellato se unan a las de Cardeña y Andújar”, apunta el director general. Estos territorios de linces enlazarían así con Guarrizas para crear una gran mancha de ocupación felina.
La idea de los técnicos es que las poblaciones vayan creciendo en círculos concéntricos para que al final se recupere una zona de ocupación más o menos similar a la extensión original por la que se movían los linces. “En algún momento tenemos que llegar a que el lince ibérico vuelva a ocupar todo lo que es Sierra Morena y los lugares donde estaba hace años. Nuestro objetivo es que, si es posible, la próxima temporada podamos llegar a soltar ejemplares en la sierra norte de Sevilla y tratar de crear círculos con Extremadura y Portugal”, termina Madrid. Y algún día, lograr el sueño de que Doñana vuelva a comunicarse con Sierra Morena a través de los corredores naturales que usaban los linces y que servían para interrelacionar a las familias y garantizar su supervivencia.
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