Farrera como síntoma
El Centre d’Art i Natura (CAN) de Farrera, residencia de investigadores y artistas, no tiene garantizado su futuro. La semana pasada se hizo público que este equipamiento del Pirineo catalán podría cerrar sus puertas por la denegación de una subvención del departamento de Cultura. Lamentablemente, la noticia no sería extraordinaria si tenemos en cuenta el número de iniciativas culturales que han perdido el apoyo o han tenido que cerrar sus puertas, como en tantos otros sectores. Sin embargo, las dificultades del centro de Farrera son sintomáticas de algunos problemas culturales y territoriales de fondo.
Farrera es un pueblo del Pallars de dieciocho habitantes que se encuentra a más de tres horas de Barcelona. Está situado a más de mil metros de altura en una de las zonas menos densamente pobladas del país. Ya en los años setenta, su aislamiento, su belleza y su proximidad con Francia lo convirtieron en un polo de atracción de intelectuales y hippies de diferentes partes de Europa que pasaban temporadas en el pueblo y lo conectaban con los debates culturales del momento. Escritores como Colm Tóibín, destacado embajador de Cataluña en el mundo, sigue teniendo su residencia de verano ahí. En este marco nació hace dieciocho años el CAN, un centro que acoge a más de doscientas personas al año y organiza talleres y cursos de todo tipo, entre los que destacan los tradicionales seminarios de tradición poética que han formado a traductores del catalán a otras lenguas europeas. Con todo, lo extraordinario del CAN no es solo la calidad de su actividad en sí, sino la relación de este programa con su contexto. Con toda su modestia, el CAN es la única iniciativa cultural del Pirineo de apoyo a la creación artística local. Sus actividades y los intercambios que promueve lo han erigido en el principal dinamizador cultural de la zona y contribuyen de manera decisiva a la vertebración del territorio.
El Centre d’Art i Natura de Farrera (CAN) es la única iniciativa cultural del Pirineo de apoyo a la creación artística local
Por su ubicación, el CAN es también un punto de referencia para reflexionar sobre nuestra historia más reciente, porque los caminos de sus montañas se convirtieron en una de las rutas destacadas del exilio catalán. Esta misma frontera fue utilizada por los judíos que huían de Hitler y llegaban a España provenientes de Francia para posteriormente viajar a América. Farrera constituye de esta manera un espacio privilegiado para reflexionar sobre la guerra civil, el Holocausto y el significado de las fronteras en la Europa actual. Como todo espacio fronterizo, los Pirineos separan y conectan a la vez y esta puerta privilegiada a Francia y Europa merecería un poco más de atención.
Pero el CAN no es importante solo por su dimensión cultural y su vinculación con la historia. El interés de tener un buen punto de referencia en Farrera también tiene que ver con la geografía y la sostenibilidad. Que el Pirineo se está despoblando no es ninguna novedad, pero tampoco lo es que el modelo de desarrollo territorial de los últimos tiempos nos ha llevado al desastre, de manera que observar nuevas formas de desarrollo local significaría haber aprendido alguna lección de la crisis actual. Allí están surgiendo interesantes iniciativas que utilizan materias primas como la lana o la madera para fomentar el crecimiento económico y nuevas formas de arquitectura más sostenibles y eficientes energéticamente, que serían aplicables a todo el territorio. Estas nuevas cooperativas emplean a gente joven formada en las mejores universidades catalanas y extranjeras que ha hecho del vivir en su lugar de origen una afirmación política a favor del respeto por el paisaje y de un crecimiento más equilibrado. Son iniciativas que no piden nada a la administración, pero para las que el cierre de un espacio de referencia como Farrera sería una nueva señal de indiferencia de Barcelona. No se trata de incentivar la nostalgia ni de mantener instituciones por inercia, pero que el Pirineo esté lejos en el imaginario colectivo no debería impedir adoptar una actitud más curiosa para aprender de él.
Farrera constituye de esta manera un espacio privilegiado para reflexionar sobre la guerra civil, el Holocausto y el significado de las fronteras en la Europa actual
Cultura, historia y paisaje han constituido históricamente los elementos vertebradores de la identidad de Cataluña. Con sobriedad y sencillez, el CAN de Farrera incluye estas tres dimensiones en su razón de ser. Su precariedad es una nueva señal de la gran paradoja del catalanismo, que siendo un movimiento esencialmente cultural, se ha mostrado históricamente incapaz de poner la cultura entre sus prioridades políticas. No estamos hablando de la defensa de un gremio, sino de la articulación social y política de una nación a través de la cultura. En este marco, sorprende que, en la crisis actual, nadie salga a defender con mayor contundencia el papel central de TV-3 en la normalidad lingüística y cultural de Cataluña y la importancia para todos de tener una televisión pública crítica y de calidad.
Obviamente, la crisis económica, el centralismo de Madrid y la mercantilización de la cultura dominante no ayudan, pero un presupuesto del 1% demuestra el escaso interés de hacer de la cultura un instrumento político y de equilibrio territorial de primer orden.
Judit Carrera es politóloga.
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