_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Delitos y faltas

Atropellar a un peatón y darse a la fuga parece el comportamiento típico de esta época, llena de egoísmo y rampante insolidaridad

J. Ernesto Ayala-Dip

DELITO. José Luis Regojo es un escritor de literatura infantil con el cual suelo de tanto en tanto hablar de literatura. Pero el otro día no hablamos de lo que nos gusta hablar sino de un asunto bastante menos imaginario. Hablamos de los individuos que tras atropellar a alguien con su vehículo se dan a la fuga. El tema salió porque esta vez le tocó a él experimentar de cerca el cobarde comportamiento. Su hija, de 14 años, cruzaba una calle de Barcelona por el paso peatonal cuando un taxi la atropelló y la arrojó contra el pavimento. El resultado fueron tres costillas rotas y dos días en una unidad de cuidados intensivos. Mi amigo está muy dolido con el comportamiento del taxista. No solo por el atropello, evidentemente delictivo, sino por la huida. Me dice que lo único que quiere es que el culpable dé la cara, que se haga responsable de lo que hizo.

Han pasado varios días y nada se sabe del taxista. La Policía Municipal inició una búsqueda que parece que no llegó a nada. Una semana más tarde del accidente que comento, los Mossos d'Esquadra localizaron el vehículo que atropelló y mató a un ciclista en una carretera, dándose también a la fuga. Solo por los fragmentos dispersos del coche culpable, los agentes identificaron su marca y dado que en dicha comarca había una cantidad limitada de unidades de esa marca, el homicida fue localizado y detenido.

Atropellar a un transeúnte y darse a la fuga, sin atender si ha quedado mal herido o si de su rápida atención hubiese podido depender su supervivencia, parece la clase de comportamiento típico de la época que vivimos. Una época de egoísmo y rampante insolidaridad. Sin embargo recordé una novela policiaca que leí en los años setenta. Era La bestia debe morir, del poeta irlandés Cecil Day-Lewis (padre del actor Daniel Day-Lewis), aunque firmada con su habitual seudónimo, Nicholas Blake. Esa novela, publicada en 1938, tiene una primera parte extraordinaria, seguramente la razón por la cual con ella Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares inauguraron la célebre colección de novela policiaca Séptimo Círculo. (No puedo reprimir las ganas de regalarles su comienzo: “Voy a matar a un hombre… Todo criminal, cuando carece de cómplices, necesita un confidente: la soledad, el espantoso aislamiento y la angustia del crimen son demasiado para un solo hombre”).

La novela es la historia de una desesperada y desoladora búsqueda: la del hombre que abandonó al hijo del protagonista, después de atropellarlo y dejarlo morir en la calle

La novela es la historia de una desesperada y desoladora búsqueda: la del hombre que abandonó al hijo del protagonista, después de atropellarlo y dejarlo morir en la calle. Mi amigo me asegura con una media sonrisa que no es su caso. Su hija ya se está restableciendo de las heridas. No quiere tomarse la justicia por su mano. Y por no querer, a lo mejor ni siquiera le interesa contribuir a su castigo. Solo quisiera decirle al causante de lo que pudo ser una tragedia, que dejar abandonado a su suerte a quien te has llevado por delante no es humano, me dice.

Al hilo de estas reflexiones, me acordé también del bailador Farruquito. El 24 de julio del 2008 presentó un espectáculo titulado Puro. Fue en Palma de Mallorca y asistieron 2.000 personas. Bailaba ante sus incondicionales tras la obtención del tercer grado penitenciario. Sucedió que el 30 de septiembre del 2003, el artista conducía su potente coche a una velocidad el doble de lo permitido en una arteria de Sevilla. Como consecuencia de ese comportamiento temerario, Farruquito atropelló y mató a un hombre. Lejos de auxiliar a su víctima, se dio a la fuga. Cuando se lo detuvo, declaró que quien conducía su coche era su hermano. Unas grabaciones pusieron al descubierto la mentira. Farruquito cumplió 14 meses de la pena de tres años que le fue impuesta. Con el tiempo, se mostró arrepentido y pidió perdón.

Del texto de la sentencia sobre la culpabilidad de Farruquito sobresale con meridiana claridad el énfasis que se pone en lo que para mí es sustancial desde el punto de vista ético en este tan desgraciado caso: denegación de auxilio y, sobre todo, quebranto de las más elementales normas de solidaridad humana.

FALTAS. De la infanta Cristina se han dicho y escrito muchas cosas. Algunas muy interesantes, como para hacernos una idea del personaje (y uso la palabra personaje a sabiendas de su connotación narratológica). Algunas muy llamativas y otras sintomáticas. Me llamó la atención, por ejemplo, la teoría amorosa que esgrimió el abogado de la infanta, Jesús María Silva, además de una disertación sobre el matrimonio.

Para este letrado, solo el profundo amor que la Infanta siente por su marido hizo que nunca haya sabido nada de sus patrañas empresariales. Acto seguido, adujo que la encontró extrañada y dolida. Andreu Manresa, por otra parte, escribió que durante su parca comparecencia ante el juez Castro, la Infanta consumió cinco botellines de agua en menos de seis horas.

Esa descripción me llevó hasta lo que me sucedió hace unos años en mi casa. Entraron durante mi ausencia unos cacos y me vaciaron la habitación en que trabajo: habían desaparecido un vídeo, ordenadores, un fax, un pequeño televisor y una impresora. Lo que más me llamó la atención fue la cantidad de botellas de agua vacías que quedaron desperdigadas por la casa. Cuando les pregunté a los agentes que vinieron a recoger huellas por los envases vacíos, me contestaron: “Esta gente mientras está delinquiendo suele ponerse muy nerviosa, por eso necesita ingerir mucho líquido”.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_