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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El miedo es de ida y vuelta

El miedo, en este caso a perder el poder, tal vez explique la involución lingüística del PP, intentando reabrir la batalla del valenciano

El miedo lo impregna todo. Los poderosos amedrantan a las clases medias y bajas: te recorto el salario, o la pensión y ¡ay de ti como te muevas!, porque el paso siguiente es el paro, o la quiebra de la seguridad social; los inmigrantes son un peligro porque te van a dejar sin trabajo o sin hospitales, yo te los espanto a sangre y fuego; rescato a la banca con tus impuestos y los de tus nietos, porque si no, peligran los cuatro chavos que tienes ahorrados; paga la hipoteca, aunque pases hambre o no puedas encender la calefacción, porque mira cuánta gente está durmiendo en los cajeros. El que teme el sufrimiento, sufre lo que teme, dijo Montaigne. Tal vez el Consejo de Ministros no sea más que un administrador del miedo. Ya lo advirtió, con la boca pequeña, el notario mayor del Reino, Alberto Ruiz Gallardón: “Gobernar, a veces, es repartir dolor”. No dijo entre quienes. Más claro fue Warren Buffett, tercero en la lista Forbes de los más ricos del mundo con una fortuna de 44.000 millones de dólares: “Por supuesto que la lucha de clase existe y la estamos ganando los ricos”.

Santiago Calatrava, ese gran patriota fiscal suizo, no es tan rico como Warren Buffett, aunque lleva camino de serlo. Y sin embargo tiene miedo, se le caen, literalmente, los palos del sombrajo. Sólo desde el miedo y un ego tan desmedido como sus artefactos de hormigón, se puede comprender que haya acudido al juzgado porque Esquerra Unida haya creado una página web que recoge sus desastres arquitectónicos y le afea sus descomunales desvíos presupuestarios. Ahora dice que publicar fotos suyas con Francisco Camps y Carlos Fabra es asociarlo con la corrupción. Él sabrá, porque los que allí salen se parecen como gotas de agua a Camps, a Fabra y al propio Calatrava; y no parece que la foto esté trucada. Ni tampoco, que la caída del alicatado del edificio de enfrente de los juzgados sea obra de los autores de calatravatelaclava. Solo desde el miedo y la codicia —reclama 600.000 euros— es comprensible que haya interpuesto una demanda que sólo hace que dar publicidad a la página que pretende cerrar.

El miedo, en este caso a perder el poder, tal vez explique la involución lingüística del PP, intentando reabrir la batalla del valenciano. Una batalla que la derecha lanzó hace más de treinta años, primero para impedir la llegada de la izquierda a las instituciones y luego para desalojarla. Cuando de la mano del gran Eduardo Zaplana la derecha se sintió segura, enterró, a golpe de talonario, el conflicto lingüístico. Ahora, cuando todo lo que era sólido se desvanece en el aire, cuando las encuestas anuncian su derrota electoral, el PP tiene miedo y resucita el conflicto lingüístico.

Y es que el miedo es de ida y vuelta. A veces, son los poderosos los que tienen miedo. Lo hemos visto en Gamonal, donde la ira de los vecinos ha hecho recular al alcalde de Burgos. También en un Madrid, rompeolas de la marea blanca de todas la Españas. O cuando la desobediencia civil rompe los miedos y es capaz de frenar los desahucios, o de engancharse directamente a la luz que les han cortado las eléctricas, unas compañías que antes fueron del Estado y luego privatizaron. Cuando unos comprenden que sólo tienen que perder las cadenas, son los otros los que tienen miedo. Su miedo es nuestra libertad.

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