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El cazador de luces del norte

El Thyssen muestra desde hoy un centenar de obras del pintor asturiano Darío de Regoyos El artista está considerado uno de los primeros impresionistas españoles

'Plaza en Segovia', obra de 1882 de Darío de Regoyos.
'Plaza en Segovia', obra de 1882 de Darío de Regoyos.

Considerado uno de los primeros impresionistas españoles, el pintor asturiano Darío de Regoyos (1857-1913) fue sobre todo un maestro del paisajismo que supo embaucar al espectador para convertirlo en un elemento más de su obra. Su manera de trabajar con la luz, los colores y las formas convirtieron al artista nacido en Ribadesella en uno de los grandes del paisajismo del siglo XIX europeo debido a su temprana vinculación a los grupos vanguardistas belgas de L’Essor y Les Vingt.

Lo esencial de su producción, un centenar de obras, llega ahora al Museo Thyssen-Bornemisza en una exhibición antológica que antes se ha podido ver en el Bellas Artes de Bilbao (60.000 visitantes) y que viajará después al Museo Carmen Thyssen de Málaga. Los tres museos han contribuido con piezas destacadas de sus respectivas colecciones (la propia Carmen Thyssen es propietaria de cuatro de los paisajes) a las que se han sumado instituciones como los Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique, el Musée d’Orsay de París, el Museu Nacional d'Art de Catalunya y el Reina Sofía, además de numerosas colecciones particulares.

La exposición, que estos días convive en el Thyssen con la retrospectiva dedicada a Paul Cézanne, es un recorrido por toda su obra organizado por Juan San Nicolás, comisario de la muestra. A modo de presentación del autor, se han reunido cinco autorretratos del artista que cuelgan junto a otros que le dedicaron sus amigos pintores. En esos primeros años hay trabajos en los que su pintura empieza ya a estar protagonizada por los efectos lumínicos que acabarían adueñándose de sus telas. En esos primeros trabajos se recogen las influencias de quien fue su gran maestro, Carlos de Haes.

De sus viajes por España junto al poeta Émile Verhaeren, cuelgan los trabajos inspirados en la España negra. Son óleos, pasteles, acuarelas y dibujos que le sirvieron para ilustrar las impresiones del recorrido. Víctimas de la fiesta (1894) o Viernes Santo en Castilla (1904) son algunas de las obras más relevantes de este apartado.

En París y Bruselas tuvo la oportunidad de enriquecer sus conocimientos con los artistas James Ensor, Camille Pissarro, Georges Seurat o Paul Signac. Con ellos ahondó en el neoimpresionismo o el divisionismo, pero lo que a él le seducía de verdad era pintar al aire libre y correr contra el tiempo para hacerse con la luz. Cuenta el comisario que a Regoyos le gustaba trabajar en interiores y que para ello transportaba cada día su caballete. “Le interesaba la impresión inmediata que produce la apariencia de las cosas y de las personas”, añade.

Convencido de que cada artista tiene su propia luz, Regoyos escogió el Cantábrico para encontrar la iluminación natural necesaria para sus vistas del campo. En este recorrido central de la exposición, las salidas y puestas de sol se entrecruzan con los días nublados, vendavales y aguaceros que tanto predominan en el norte de España. Carmen Thyssen, coleccionista entregada del pintor español, explica que nadie como él consigue arrebatar al espectador para hacerle parte de sus paisajes. “Por eso me fascina tanto”, contó ayer la baronesa.

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La última parte de la exposición coincide con la de la vida del pintor: sus últimos años en Barcelona, ciudad en la que murió a consecuencia de un cáncer de lengua, con solo 55 años. Las comarcas catalanas inspiraron también una gran parte de sus bellísimos paisajes. En Barcelona logró protagonizar dos exposiciones y allí realizó también algunos de sus paisajes urbanos: El Tibidabo por la tarde, El Tibidabo por la mañana o las vistas de La Diagonal constituyen algunas de las paradas obligatorias de esta gran exposición.

Darío de Regoyos (1857-1913). Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado 8. Desde hoy hasta el 1 de junio.

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