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ROCK - Stephen Malkmus & the Jicks
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La vieja sabia escuela

El ex de Pavement ha perdido capacidad de convocatoria, pero su reciente disco compendia lo mejor de la costa oeste

Los mitos y sus circunstancias. Stephen Malkmus acumula a estas alturas más discos y trienios en primera persona, junto a The Jicks, que en su etapa al frente de Pavement. Sin embargo, aquella banda de los noventa goza de un sólido estatus como referente, mientras que el californiano hubo de conformarse anoche con apenas 300 seguidores en una Joy Eslava de aspecto extrañamente desangelado. Poco importa que Malkmus acabe de entregar el que quizás sea el mejor trabajo de su trayectoria, Wig out at jagbags, y que hiciese gala de una soltura insultante al frente de un cuarteto cualificado en una contundencia nunca gratuita. Las marcas son las que desequilibran la balanza, ya sea para escoger vaqueros, zapatillas deportivas o un concierto de gélido lunes por la noche. Y su nombre y apellido no le sirven a Stephen como el sello de aquella discografía pretérita, hoy con creces superada.

No importa. Malkmus le dejó a la menguada parroquia el regusto de un concierto expeditivo, inteligente y resuelto siempre a partir de las enseñanzas de la vieja sabia escuela rockera. Invirtió una hora exacta hasta abandonar el escenario (“muchas gracias, viva Madrid”) y un cuarto de hora adicional para las propinas, espacio para la única concesión al repertorio de Pavement (From now on) y una despedida en torno a una libérrima lectura de Stairway to heaven. En realidad, tomó solo la parte B del clásico de Led Zeppelin y se permitió la primera y última licencia a la digresión instrumental, una característica de los Jicks que en el pasado llegó a ser defecto.

Entre medias, un buen lote de canciones recién estrenadas y la sensación, desde la inaugural No one is, de que bien podríamos estar en 1973. O incluso antes: Planetary motion es la primera de las píldoras lisérgicas que parecen inspiradas por aquella caja cuádruple, Los Angeles nuggets, en torno a la psicodelia y el underground angelinos en plena década dorada.

Planetary… abre el nuevo álbum, del que cada título aportaba desde el escenario un matiz diferente. Cinnamon & lesbians encarna la línea ruidosa, con cambios de ritmo y unas teclas prestadas de The Doors; ‘Rumble at the rainbo’ es barullo y melodía, lo más cercano al punk en dos minutos; en Lariat brotan las segundas voces de la escuela country-rock y J smoov es un gran ejemplo de cómo Malkmus caracolea por recovecos armónicos para evitar parecerse a otras mil canciones anteriores (y acabar recordando, en todo caso, a Jeff Tweedy). Pero nada seguramente tan enriquecedor como Houston hades, que esconde tras los guitarrazos un evidente aliento soul, con un estribillo tarareado y en falsete. Grandes momentos para un lunes antipático; las noches de leyenda habrán de esperar.

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