¿Cómo están ustedes?
En Cornellà y ante el Madrid se dio la impagable experiencia de sentirse un extraño en tu propia casa
Nos estamos quedando sin asideros. Los desasosiegos, como los bancos, nos embargan, dejándonos a merced de la intemperie existencial. Franco era mentira, la Monarquía era mentira y recién estamos descubriendo con estupor que esta democracia, también es mentira. Crecimos con los Payasos de la Tele y aún retumba en nuestras cabezas la pregunta: ¿Cómo están ustedes? Y seguimos, como entonces, sin saber qué contestar, mientras el resto grita que bien, que están todos bien, los muy histéricos. Así de histéricos gritaron gol los miles de madridistas que el domingo llenaron Cornellà-El Prat, que son los mismos que llenaban Sarrià, pues los madridistas se reproducen con nocturnidad y alevosía, como las vainas vegetales que perseguían a Donald Sutherland en La invasión de los ultracuerpos. Impagable la experiencia de sentirse un extraño en tu propia casa, exactamente igual que cuando nos sentábamos los sábados por la tarde frente al televisor y contemplábamos, pasmados, aquel espectáculo que perpetraban Gaby, Fofó y Fofito, tres señores con un saxo, nariz roja y ojos profundamente tristes que daban gato por liebre a millones de incautos niños y niñas españoles, que creyeron que la felicidad era eso: gritar “bien”, cuanto más fuerte mejor, cuando preguntan cómo están ustedes.
En Cornellà y ante el Madrid se dio la impagable la experiencia de sentirse un extraño en tu propia casa
Hemos perdido tres partidos seguidos: en Pamplona, Alcorcón y Cornellà, donde nos invaden como a los polacos los alemanes. Por fin los periquitos somos polacos sin discusión. Y sí, estamos mal, no sabemos quiénes somos ni adónde vamos. Nadie lo sabe. La brecha con los de arriba es cada vez más honda, y los de abajo nos juntamos en un tumulto como de periferia, de asalto a grandes almacenes y de pillaje, de containers quemados por el fuego de la rabia y la humillación. Es un sálvese quien pueda que acabará el día en que muramos todos por canibalismo recíproco y el capitoste de turno certifique la muerte de los pobres y el nacimiento de una liga europea para pijos. Ya lo decía Tono, dramaturgo de la otra Generación del 27: los pobres, algo habrán hecho.
Thievy Bifouma era un joven delantero blanquiazul que solía salir en las segundas partes y era recibido en Cornellà con un rugido de ilusión por parte de la grada, que apreciaba su ímpetu, su desparpajo y su irreverencia. Con su mechón rojo en una cresta mohicana, parecía un rock star. Jhon Córdoba también es delantero blanquiazul, luce una cresta algo menos llamativa y, por lo visto el domingo contra el Real Madrid, no parece una rock star, sino un futbolista. Dicen los médicos que Thievy Bifouma tiene ansiedad. La ansiedad es el desasosiego del espíritu, que avisa de que no está conforme con la vida que lleva. Hay que hacer caso de la ansiedad, del spleen, de la melancolía. ¿Cómo están ustedes? Mal, coño, mal.
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