¿Por quién doblan las campanas?
El gran reto del catolicismo en Cataluña y en toda España es reubicar a los católicos en la vida pública
Entre La tradició catalana de Torras i Bages y la Fura dels Baus, la idea de transgresión ha incidido en la sociedad catalana hasta tal punto que la concepción cristiana de la vida lleva largas décadas en retroceso. Es constatable que del “Cataluña será cristiana o no será” del obispo Torras i Bages hemos pasado a una Barcelona en la que los sacerdotes ordenados cada año se pueden contar con los dedos de una mano. Respecto a la propuesta secesionista, la posición de la jerarquía eclesiástica, en sus diversos niveles, está siendo visiblemente contradictoria, ampliando un trecho entre Madrid y Barcelona que tiene que ver más con la política terrenal que con el mensaje evangélico. En Madrid, portavoces eclesiásticos han formulado la advertencia de que el independentismo altera los contenidos de la fe, mientras que en Cataluña algunas parroquias lanzaron las campanas al vuelo el último 11-S y hubo sermones flamígeros en pro de las tesis independentistas, por no hablar de la versión secesionista del tradicional Els pastorets.
Quien esto firma es un católico no siempre paciente. Cuesta entender que la Iglesia católica —un todo formado por laicos y sacerdotes— pueda decir en un territorio que es incompatible ser católico e independentista y en otro territorio proclamar que la independencia es un valor de catolicidad. En realidad, es tan legítimo ser católico y a la vez independentista, como autonomista, constitucionalista o miembro anónimo del gran partido del abstencionismo en Cataluña. Al igual, se puede ser católico y centrista, liberal, socialista, conservador o ecologista. Sin tener por qué inmiscuirse en litigios terrenales que no afectan a lo que es la esencia del cristianismo, la Iglesia católica tiene una misión legítima que es contribuir a la concordia, ser un espacio para el diálogo, propiciar el entendimiento, cauterizar la fragmentación. Tal vez estemos en los inicios de otro ag giornamento. En una sociedad cada vez más polarizada y dividida por la opción secesionista, lo que importa es sugerir puntos de luz y estar presente en la plaza pública con la aportación clara de valores trascendentes que impregnen una forma de contribuir al bien común, preservando la autonomía de la ciudadanía política. Los púlpitos de las iglesias son para predicar la verdad cristiana e inducir a la convivencia, tanto para creyentes como no creyentes. Del mismo modo, es contraproducente y esterilizador usar los medios de comunicación propios para apostar unívocamente por una u otra tesis respecto al lugar o no-lugar de Cataluña en España. Sobre todo, incluso desde el profano punto de vista del marketing, lo fundamental para la Cataluña católica sería afrontar la realidad de unas iglesias cada vez más vacías.
Lo prioritario es dar respuestas a estas incertidumbres y ahí es de urgencia reubicar a los católicos en la vida pública
Existe una catalanidad del catolicismo en Cataluña, pero no es exclusiva y, ciertamente, poco tiene que ver con la sociedad en la que Torras i Bages tuvo una influencia determinante, como amigo del poeta Joan Maragall o de Francesc Cambó. Es una sociedad que ha hecho un masivo tránsito de la vida rural a la vida urbana, con todos sus factores de desarraigo. Es una sociedad receptora de inmigraciones. También es una sociedad bilingüe, por lo que tendría lógica de comunicación que así lo fuese la Iglesia católica. Es una sociedad culturalmente secularizada hasta el extremo que todo vínculo entre vida intelectual y fe parece relegado a las catacumbas. Ese es el gran reto del catolicismo en Cataluña y en toda España. Lo prioritario es dar respuestas a estas incertidumbres y ahí es de urgencia reubicar a los católicos en la vida pública. Entre el neointegrismo y la desnaturalización de la fe, el amplio espacio del ágora solo puede ser fértil asumiendo que vivimos en una sociedad plural, en la que rige el contraste de ideas y donde se hace obligado competir en términos morales con otras creencias y doctrinas. Concretamente, entre la dimensión pronacionalista de una publicación como Catalunya Cristiana y la agresividad explícita en 13TV, quien padece es la verdad mientras mengua la posibilidad de un entendimiento que de cohesión y calidad a la vida cívica, como contribución católica.
En los conflictos de las sociedades pluralistas, los católicos tienen algo que decir y que no se expresa en su filiación política sino mucho mejor en una forma de encauzar la discrepancia. El ciudadano católico participa activamente y vota de acuerdo con su conciencia. Del mismo modo, tomar posiciones en las tensiones actuales de Cataluña corresponde también a la conciencia de cada uno. En toda fase de desvinculaciones y desencantos sigue vigente el cardenal Newman al decir que en un brindis bebería por el Papa, con mucho gusto, pero que primero bebería por la conciencia, y después por el Papa. Seguramente los pastores de la iglesia, con la debida prioridad del evangelio sobre el derecho canónico, harían su mejor contribución propiciando la reflexión, matizaciones del desacuerdo, formas cohesivas que trasciendan el conflicto, entendimientos que susciten lo mejor de nosotros mismos.
Valentí Puig es escritor.
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