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La fidelidad tiene premio

El Gordo cayó en bares que siguieron comprando el número pese a que no daba “ un duro” Uno lo adquirió minutos antes del sorteo

Carlos García Mosquera, del bar Capilla 2, con la contabilidad del 76.254 que demuestra que no daba dinero.
Carlos García Mosquera, del bar Capilla 2, con la contabilidad del 76.254 que demuestra que no daba dinero. NACHO GÓMEZ

No se ven restos de celebraciones por las calles, a pesar de que, de media estricta, a cada monfortino le ha correspondido un millón de las extintas pesetas. Sí los restaurantes inhabitualmente llenos para ser martes, y escenas que en otras situaciones podrían parecer casualidad, como dos personas saliendo a la vez de una tienda de electrodomésticos con sendos televisores de plasma. Lo único que llena el ambiente de la ciudad, sin verse, es el runrún de quien será el superagraciado o hiperagraciada que se ha llevado los 40 millones de euros. Si el joven escayolista un tanto balarrasa de Ribasaltas que vive en las Casas Baratas o una de las camareras de uno de los bares vendedores.

“Yo jugué ese número en Navidad y también en Reyes. Lo juego todas las semanas. Siempre. No es que me guste o no. Es que es el que tienen en el bar Anduriña desde que lo abrieron, hace unos nueve años. Cuando allí había otro bar, el Guai, yo también jugaba al número al que estaban abonados”. A José Rivera, que tuvo que cerrar su taller de electricidad del automóvil hace año y pico, el mantenerse fiel al número de lotería del establecimiento de hostelería que se radique en el número 80 de la avenida Leopoldo Calvo Sotelo (antes José Calvo Sotelo, antes Pablo Iglesias) le ha supuesto 200.000 euros del primer premio de la lotería del Niño. No es el único caso. La mayoría de los agraciados con el Gordo que cayó en exclusiva en Monforte de Lemos tenían reservado el décimo o eran clientes habituales de bares que, a su vez, llevaban tiempo abonados a ese número.

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De hecho, Libertad González, la propietaria del Anduriña, habla de un cliente al que le entregó el décimo cinco minutos antes del sorteo. “Me había olvidado de él, porque no lo había pagado, pero era un habitual, y como me quedaban dos, le di uno”. No identificada es una clienta que tampoco había llegado a pagar el importe de la lotería, y temía no llegar a tiempo porque vivía en Lugo. “No te preocupes si llegas tarde, aunque estemos cerrados, llamas y me lo das a través de la verja', le dije”, cuenta Libertad. La lucense no llegó pero obtuvo igual su décimo.

La que se quedó sin él fue otra jugadora, tal y como descubrió la dueña del Anduriña cuando se abrazó a ella ebria de alegría y la notó intensamente pálida: “Como nunca tocaba, esta vez no jugué”, balbuceó. En el mismo barrio de la Estación, hubo un caso más grave de desgracia ocasionada por la falta de perseverancia, el de la Sociedad La Fraternal. La Fraternal, que pese al nombre sobrevivió al franquismo, y que con el Colegio Ferroviario o la Coral de Renfe eran el entramado social del mundo del tren, y que permitió la integración de muchas familias foráneas, languidece, como casi todas las instituciones de este tipo. Vendieron todo el año el 76.254 de la administración que tienen enfrente, pero desde Navidad cambiaron, de administración de lotería y de número. Como en las fábulas morales, el hostelero que mantiene sus principios para con él y sus clientes, triunfa. Carlos García Mosquera, con el traspaso del bar Capilla 2, obtuvo el de un número de la lotería, pero un desencuentro con el lotero le hizo cambiar de administración y de cifra. Se mantuvo fiel a ella a pesar de que, como muestra la contabilidad que lleva desde entonces, “no hemos sacado un duro” y de que los 17 abonados que llegó a tener hayan descendido, entre fallecidos y morosos, a media decena. Los ahora agraciados. El dueño del Capilla 2, que hoy no deja pagar a nadie, también repartió su décimo con un cliente que se había olvidado de reservar el suyo (y que lo fue a recoger y pagar después del sorteo). “Más me molesta darle 20.000 euros a Montoro”. Carlos se alegra especialmente por dos poseedores de los billetes: “Uno al que hace un par de meses le diagnosticaron una enfermedad grave y otro que cayó en agosto de un tejado y está en una silla de ruedas. Es que este barrio, como los demás, es de gente trabajadora”.

Este barrio es Carude, y como O Morín, o Abeledos, Campo de San Antonio, en donde aterrizaron los cientos de miles de euros, todos en la periferia de la ciudad, fueron agrícolas, y artesanos y ahora son fundamentalmente de jubilados. El bar Manhattan, en A Florida, está todavía más lejos. Está lleno de gente, entre ellos un par de bancarios que dejan sus tarjetas al joven propietario, Luis Maceda. Repartió 70 décimos del 76.254, pero el que más le alegra era el de un hombre de unos 50 años “al que le dolía meter el dinero en el décimo porque lo necesitaba para comer”. “Bueno, lo compró con el reintegro del décimo de Navidad”, contesta a la pregunta de por qué compra lotería en vez de comida. Luis solo tiene 24 años, y amigos que en la barra hacen chistes por no haber comprado uno de los décimos: “Y pensar que los tuve días ahí, al lado, colgados. ¿No tendrás uno? Te puedo dar mil euros”. “Juega la semana que viene. La bola todavía está caliente”, se ríe Luis. Hay menos risas en el bar JJ de la calle Abeledos. Los dueños pensaron que se habían quedado sin ningún décimo porque el hijo había dado el último a un vecino en paro. Hasta que el padre, Francisco Díaz, recordó que conservaba dos, y que los tenía en el pantalón que había usado… y que su madre había metido anteayer en la lavadora. “En Hacienda me dijeron que hay unos trámites legales que pueden durar años, pero bueno, ya pasó”, contaba ayer por teléfono Paco desde el hospital, donde habían ingresado a su madre con una crisis de ansiedad.

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