Unas elecciones clave: europeas 2014
De golpe, nos han hecho dar cuenta, de la importancia que tiene para nuestras vidas lo que se decide en Europa
Las próximas elecciones europeas pueden ser muy importantes. No lo han sido hasta ahora. Más bien diríamos que han ido transcurriendo sin pena ni gloria. Baja participación popular. Listas de candidatos que, con excepciones, combinaban su condición de jóvenes promesas en espera de puestos más relevantes a escala nacional, con personas más bien situadas al final de su carrera política. Y un debate previo más centrado en la agenda de cada país que en los dilemas de la construcción europea. Pero, de golpe, nos hemos dado cuenta o, mejor, nos han hecho dar cuenta, de la importancia que tiene para nuestras vidas lo que se decide en Europa. Hemos podido constatar lo que significa hablar de “déficit democrático” de la Unión Europea. Y cada vez que habla Rajoy sobre el futuro, confirmamos que él está aquí de “encargado”. En su última (¿o primera?) rueda de prensa en directo y sin control previo de preguntas, el Presidente confirmó que la reforma constitucional que tanto se pide, ya está en marcha y la hacen en Europa. En fin, no vale la pena insistir. A pesar de la estructura poco democrática de la toma de decisiones en la UE, la composición del próximo Parlamento es muy importante, como lo es la votación de los candidatos que presente cada partido europeo a la Presidencia de la Comisión. Nos jugamos mucho en las elecciones del próximo mayo.
En la nueva legislatura deberán tomarse decisiones significativas en materia de integración económica. No queda claro que la solución sea tomar medidas expansivas de tipo keynesiano, cuando lo que tenemos es una crisis de acumulación de riqueza que busca retornos que no encuentra en la tradicional explotación productiva, y que se refugia en la financiarización. Más liquidez monetaria, como hemos visto en el caso de la crisis bancaria, no tiene por qué implicar cambios positivos en producción y creación de puestos de trabajo. Lo que debería preocuparnos es la tendencia a buscar nuevos filones de beneficio en la privatización de los bienes comunes. Algunos como el agua ya en situación terminal, otros, como lo terrenos comunales, en pleno asalto. Muchos de los estados europeos han contribuido y contribuyen a estos procesos de extracción financiera de la comunidad, sea aprovechándose de los partenariados público-privados, sea haciendo pagar los costes de la quiebra de los mismos cuando la cosa no funciona (autopistas, obra pública, energía,…). Y es ahí donde el proyecto europeo ha sido víctima y, al mismo tiempo, instrumento de esta dinámica de turbo-acumulación financiera. Si el proyecto europeo era visto en los 60 y 70 como la ventana de oportunidad de una Europa social, hoy más bien es visto como amenaza para las parcelas de bienestar a preservar. Un cambio de rumbo a escala europea es imprescindible. Y lo es porque hay poco espacio para salidas estrictamente nacional-estatales en un capitalismo que ya es irreversiblemente financiero y global. La salida es política, es democrática, es europea.
Sin embargo, la situación ahora mismo en Europa es muy preocupante. Los gobernantes europeos parecen sonámbulos. Se llenan la boca de una soberanía que ya no tienen. A Barbara Spinelli le recuerdan a Cocteau: “Visto que estos misterios nos sobrepasan, hagamos ver que somos los organizadores”. Nos oponemos a las políticas de los estados nacionales cuando de hecho la alternativa radical está en otra Europa. Y el peligro está en que cada uno se refugie en su pequeño o gran cubículo, pensando en reducir daños. Aumenta la desigualdad entre ricos y pobres en Europa, y aumenta la fuerza de los movimientos xenófobos. Marine Le Pen y Geert Wilders han unido fuerzas para debilitar Europa y reforzar los nacionalismos excluyentes. Esta pasada semana anticiparon una invasión de búlgaros y rumanos, tras su plena equiparación al resto de europeos, que luego los hechos han desmentido. Agitan los fantasmas del desempleo, de los inmigrantes, del capital extranjero, y van creando el caldo de cultivo necesario para considerar a Europa como el enemigo a batir desde el encastillamiento nacionalista. Mientras, desde posiciones de cambio y transformación social, las cosas van más lentas. La socialdemocracia no sale de su marasmo, tras años de gestión de los precedentes del desastre. La izquierda más consecuente busca en Alexis Tsipras de Syriza la persona que pueda encarnar un cambio de rumbo en Europa. En Italia, gente como Paolo Flores d’Arcais y Barbara Spinelli apuestan por su candidatura a la Presidencia de la Comisión. Europa necesita un nuevo impulso, devolviendo la palabra a la ciudadanía. La respuesta a la situación actual es más democracia, más política. Si no somos capaces de reforzar esa vía, la extrema derecha xenófoba va a crecer aprovechando el sonambulismo tecnocrático imperante.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB.
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