Grandes esperanzas
¿Qué se siente en medio de toda esta gente que da vivas a la esperanza con frío que da vivas a la esperanza? Se siente la fuerza de la sociedad
Otro telefonazo de Guerrero, el fotógrafo que siempre estuvo allí. "¡Javier, vente para la PAH de Santa Coloma!", me dice. "Yo, a donde vaya tu cámara", le digo. "¡La PAH esté con nosotros!", dice. La PAH está con la gente, con toda la gente, con la buena gente, no como los bancos. En Santa Coloma, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca se reúne todos los jueves en el Ateneo Popular Julia Romera. Ocupa los bajos de un bloque de pisos. Viviendas normales y corrientes como las de la gente a la que desahucian. Sin embargo hay cada vez más personas a las que se les niega el derecho a ser normal y corriente, a vivir en una casa como todo el mundo. El capitalismo se ha vuelto providencial e igual que el Señor en el libro de Job da y quita a su antojo. Hace medio siglo hacían pisos para sacar a la gente de las barracas y ahora vuelven a poner al personal debajo de los puentes. Pero la santa paciencia es una virtud para practicar en el desierto. La ciudad es el lugar del compromiso.
Dos mesas grandes, juntas, un puñado de caramelitos en medio, paredes blancas pintadas a rodillo (no es lo mismo vivir del rodillo que vivir de rodillas), hojas con dibujos infantiles y murales sobre el hambre en el mundo. Un grupo de unas 15 personas prepara la asamblea, que empezará como siempre a las 19 h. Esta vez vendrán dos familias para anunciar que han conseguido la dación en pago. Y cinco familias nuevas van a contar sus casos. Se hablará, además, de la pobreza energética (quizá las administraciones locales puedan estar obligadas a pagarle el agua, la luz, el gas... a quien no pueda) y de la multa que le ha caído a la banca por manipular el euribor (y de si esto afecta a las hipotecas). La puerta de la calle no para de abrirse, está llegando ya todo el mundo y acabarán faltando sillas como de costumbre. Hoy se han reunido unas 80 personas. Una barbaridad.
Donde hay libros hay esperanza, por eso la asamblea se celebra en la biblioteca. Estanterías de metal y estanterías de IKEA. Libros de hace veinte, treinta años, de cuando la gente leía, de cuando toda asociación destinaba una pared a biblioteca. Pero el libro, el de papel, es una especie en extinción. Lo vio venir Ray Bradbury y lo anunció con hogueras. Donde hay libros hay lucha por la vida. El mogollón de la asamblea. La gente sentada con los abrigos puestos. El frío es una forma de exilio y por eso hay un frío exterior y también un frío interior. Otros se han quitado los abrigos y se los doblan en las rodillas. Algunos se sientan en los peldaños de cemento que bajan a la sala y muchos se quedan en pie tras las sillas, también alrededor, y todos miran en silencio. Hay unos cuantos que escuchan desde afuera. Cada jueves se presentan cinco, seis, siete familias nuevas para exponer su situación, enseñar su carta de desahucio, la de su hijo al que han avalado..., es un goteo que cae como una tortura malaya sobre los trabajadores. Familia a familia hasta destrozar el cuerpo social. Pero esta vez las primeras en hablar serán las dos familias que han conseguido la dación en pago. Una de ellas es la de Mayte y su marido, tienen tres hijos, y la mujer relata en voz alta como acudieron aquí destrozados, como la caja les había dicho: “Tú verás si quieres hacer pasar a tus hijos por un desahucio”, y después de luchar y defenderse, de tener claro que la última palabra la tenían ellos, lograron lo que se proponían: la dación y el alquiler social por 225 euros mensuales. Entonces alguien grita: "¡Sí se puede!", y los demás aplauden. Las manos son la boca del pobre. Un hombre cuenta que también le ofrecieron el alquiler de 225 euros y lo obtuvo por 180. "Conseguirlo es cuestión de tener fe en uno mismo", dice.
¿Qué se siente en medio de toda esta gente con frío que da vivas a la esperanza? Se siente la fuerza de la sociedad. ¡Claro que se puede! Puede la gente cuando lucha. Ahí están. Un hombre que se parece a Obama y que lleva una chupita de estilo militar abraza a su mujer. Hay una chica que se ha rapado el pelo en solidaridad con un compañero de la PAH de Canovelles que tiene un cáncer raro; están recogiendo dinero para pagarle una operación en Estados Unidos. Un negro (iba a decir un subsahariano, pero ese sub..., los prefijos son vallas, concertinas que se les colocan a las palabras) se pone en pie para gritarles a todos: “La PAH es un templo de la vida”, y lo repite y todos le dan la razón y se sienta de nuevo contento, orgulloso de haber tenido razón en lo que opinaba. Se levanta un hombre con coleta, una bolsa de plástico en la mano y pulseras de cuero en una muñeca. Tiene voz de la Santa Coloma vieja, la entonación de cuando los barrios marginales parecían hablar de lejos (pero no era lejos, era afuera). Cuenta su situación. En la asamblea le piden que se comprometa, que del mismo modo que van a llevar a cabo una acción para ayudarle hay que apoyar las acciones que se hacen para los demás. "Hombre, es que yo estoy muy liado", dice. "Todos estamos liados", contesta alguien. "La camiseta ya me la he comprado", es lo que responde, y se escapa una carcajada colectiva. Eso es lo que se ve en esta sala bajo un bloque de pisos. Gente que ha trabajado y a la que han estafado. Gente que ha luchado y no está dispuesta a perder, porque todos saben que perder es un lujo. Gente que ha llegado a este local humillada, con lágrimas en los ojos, que les han hecho sentirse excluidos de la sociedad, y en compañía de sus iguales (sus iguales somos nosotros, lo dijo Babeuf) han escupido el mal trago, y han visto que los culpables no son ellos sino otros. Gente que aplaude y que ríe. Pero esto último dura poco, pues enseguida la alegría regresa al lugar del corazón de donde salió y las caras se van volviendo otra vez serias. La esperanza es algo muy serio. La esperanza es el motor de la democracia.
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