Matas, a cuatro metros de la Historia
El delito del cohecho / soborno descrito por el jurado parece una nimiedad aunque es un perno del sistema soterrado, la clave de una red enorme
El instante resultó histórico, una representación cruda del clásico “el pueblo contra” una ex autoridad. Jaume Matas, engominado y pose de galán de cine clásico, frunció el ceño, tres surcos arrugaron su frente y se le remarcó el hoyuelo del mentón.
Frente a él, a cuatro metros, una voz clara, femenina, le leyó la papela. Tres hojas del cuestionario con respuestas y puntuación, el ‘objeto’, el veredicto. Un memorándum de hechos y comportamientos, desfavorables. Era el guión, una opinión colectiva, fundada, intuida también.
En la bancada de nueve ciudadanos se decidieron en 20 horas los porqués de una conducta reprobable, penalmente culpable, corrupta. La sentencia será por cohecho/soborno por exigir un favor/regalo a un amigo, un sueldo para su esposa, Maite Areal, que cobró y nada hizo. El jurado popular no quiere que se indulte o suspenda la condena al ex presidente de Baleares y ex ministro de Medio Ambiente.
El sistema sumergido, la corrupción, afloró en el juicio por el contrato de su mujer
El hombre ya está condenado por tráfico de influencias por el contrato y subvenciones al periodista Antonio Alemany, penado éste a dos años y tres meses por el Tribunal Supremo que minimizó de seis años a nueve meses la pena que la Audiencia de Palma impuso a Matas. La Audiencia ordenará, previsiblemente, otra vez, la cárcel por esta embarazosa condena. Él ha de reconocer el delito y pedir perdón al solicitar el indulto al Gobierno Rajoy para evitar su encarcelamiento.
En apariencia, el delito del cohecho descrito por el jurado es una nimiedad, un detalle en los engranajes del sistema soterrado de intereses cómplices, la red de magnitudes gigantescas. En el actual código penal, el delito —de 2007— estaría penado con cárcel, advirtió el fiscal implacable Pedro Horrach de Costitx y sa Pobla.
El magistrado Juan Jiménez Vidal, de Alaró, que presidió el juicio y moderó las tensiones entre las partes, articulará la sentencia sobre el veredicto emitido. Será una pena multa de 9.000 euros (tres meses a 100 euros día) más el retorno de los 42.111 euros netos que cobró Maite Areal de Matas del hotelero Miguel Ramis.
Matas es una década de poder. Político enterrado —dijo su defensor el exjuez Miguel Arbona—, recuerda las fechas de sus etapas de autoridad. Precisó en la Audiencia los días en que fue Ministro de Medio Ambiente con José María Aznar, 2000-2003. Antes y después ocupó siete años la presidencia de Baleares, entre 1996 y 1999 y desde 2003 hasta 2007.
Matas quería que se acordasen de él por el dinero de Madrid y las inversiones
Le temblaron las piernas al sentarse en la mesa del Consejo de Ministros en la Moncloa. Sintió ese vértigo, lo confesó. Emprendió su campaña electoral anti Gobierno balear del Pacto de Progreso. Viajó cada semana a las islas, para quedar en la Historia con su “¿qué puedo hacer?” y esparcir proyectos en todos los pueblos.
El Ministro Matas quería que se acordasen de él, por el dinero “de Madrid”, decenas de obras e inversiones. Ahí están, su parque de la cuña verde de Palma es un despropósito, sin uso; los molinos de Campos para generar electricidad que sólo decoran; media docena de desaladoras millonarias e imposibles de mantener. Los paseos aguantan pero su ‘pirámide’ en Sa Colònia, el centro del parque de Cabrera, es un gesto imperial, de 21 millones, el triple de lo presupuestado.
Matas vecino de la pirámide y del parque de Cabrera planeó que el puerto del parque nacional fuera un poblado turístico. Navegó con su doble Eduardo Zaplana, rodeó ese mar con Mariano Rajoy, embarcó a José María Aznar. Siempre en barcos de cuatro hoteleros y dos constructores. Uno fue Miguel Ramis el que contrató a su esposa. La intimidad familiar Matas-Ramis quedó descrita en el juicio en un temporal entre Mallorca y Menorca, y en las tan dichas matanzas de Muro, con Norma Duval y 800 más.
En el juicio, Jaume Matas (Palma, 1956) usó rictus forzado, hizo poses nada distraídas para las cámaras, se retocó las gafas y ladeó su cabeza para aguzar su oído, con apoyo tecnológico. Fijó sus dedos finos y sus manos blancas. Encajó el golpe. Escuchó incólume, el veredicto de culpabilidad que fue desgranado en cuatro minutos para la crónica contemporánea. Es un detalle, clave, es la punta del iceberg.
El sistema sumergido, el molde de la corrupción, afloró en otro contrato privado de Maite Areal, anterior, de 2006, pero no se juzgó a Matas por haber prescrito. El testimonio de los dos asesores Amengual y Martorell (Miguel), que pagaron otro sueldo a la esposa del presidente, fue un autorretrato tragicómico, un capítulo del mundo desconocido de Baleares SA.
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