Las horas
La gran prioridad política del cambio horario debería ser la igualdad entre hombres y mujeres
En las últimas semanas, se ha reactivado el debate sobre la necesidad de una organización más racional de los horarios como respuesta a algunos de los principales desajustes de la sociedad actual. Un grupo de expertos catalanes ha impulsado una interesante Iniciativa para la Reforma Horaria que busca concienciar al conjunto de la ciudadanía de los beneficios de una mejor organización de los tiempos colectivos y forzar, así, cambios políticos y sociales de envergadura.
El proyecto parte del reconocimiento de que la actual distribución del tiempo, con tardías comidas y largas jornadas laborales, no tiene nada de natural ni cultural sino que es el resultado de los años del desarrollismo franquista, en los que la escasez obligaba a los hombres a tener dobles jornadas laborales para llegar a fin de mes. Anteriormente, aquí, con este mismo clima, se comía al mediodía y se seguía lo que ahora llamamos horarios europeos. A este desajuste provocado por la necesidad también contribuyó la decisión política de Franco en 1942 de adaptar el huso horario de España al de la Alemania nazi, alejándolo del que le corresponde por posición geográfica, el del Reino Unido y Portugal.
Uno de los resultados de la perpetuación de este modelo es el desencaje entre horarios laborales y escolares. Las extensas jornadas de trabajo no garantizan eficiencia ni productividad, y el fracaso escolar, gran lacra de nuestro sistema, es el resultado de la falta de acompañamiento paternal de sus hijos fuera de la escuela. El consiguiente desorden también tiene efectos nocivos para la salud, porque la sensación de no llegar a nada y el dormir 50 minutos menos de media que el resto de los europeos son fuente de ansiedad, bajas laborales, accidentes de tráfico y, en general, una mayor medicalización.
La sensación de escasez de tiempo no deriva exclusivamente de una mala organización social
En realidad, la sensación de escasez de tiempo no deriva exclusivamente de una mala organización social, sino también de la falta de sincronización de los tiempos en la esfera pública, porque el elevado ritmo de las finanzas, que son las que marcan el paso, contrasta con el de la vida cotidiana, la educación o la política, que por naturaleza requieren tiempos largos, sedimentación y amplios consensos. Las nuevas tecnologías tampoco son ajenas a este desasosiego, porque incrementan el número de estímulos y vivencias por unidad de tiempo y aumentan así la sensación de aceleración.
La Iniciativa para la Reforma Horaria tiene la virtud de ofrecer soluciones pragmáticas y parte de la convicción de que existe un amplio consenso social latente sobre los beneficios del cambio para mejorar la calidad de vida.
Sin embargo, el aspecto más interesante de la propuesta es su potencial efecto positivo sobre la salud de la democracia. Actualmente, la franja de población de entre 30 y 50 años, que está en una posición privilegiada para construir ciudadanía, no tiene tiempo para la vida pública porque está desbordada por la necesidad de compatibilizar la vida laboral con el cuidado de niños y mayores. Así, un efecto indirecto de los malos horarios es la excesiva profesionalización de la política, una de las causas de la actual desafección y de muchos casos de corrupción. Otra consecuencia política de los actuales horarios es la creciente mercantilización de la vida íntima. La dificultad de combinar todas las esferas vitales lleva a las familias que se lo pueden permitir a subcontratar cada vez más todo tipo de servicios personales. Ya no hay tiempo para saborear la vida, sólo para “gestionarla”, y cuanto más se depende del mercado para todo, menos se confía en los otros y más se fragiliza la vida en común. A esta presión se le añade la destrucción de servicios públicos de apoyo a las familias vinculados a educación (guarderías, escuelas, extraescolares) y salud (atención primaria, hospitalaria, dependencia).
En realidad, la gran prioridad política del cambio horario debería ser la igualdad entre hombres y mujeres. Hoy, las principales víctimas del sistema actual siguen siendo las mujeres, forzadas a demasiados equilibrios entre vidas profesionales activas y cuidado familiar. Actualmente, por cada 26,3 mujeres que trabajan a tiempo parcial sin quererlo, tan sólo un hombre lo hace. Y, aquí, cambiar los horarios sería un factor necesario pero no suficiente. Se requieren políticas decididas de igualdad que protejan también a los muchos padres que hoy quieren ejercer de padres. El valor del cuidado está emergiendo como uno de los elementos sobre el cual podría pivotar una reforma política de gran calado. Ponerlo en el centro del debate tiene la virtud de devolver humanidad a la política, porque reconoce la fragilidad, la dependencia mutua y la reciprocidad como motores de la vida en sociedad. De ello se derivan acciones que están teniendo éxito en otros países, con beneficios para el desarrollo económico y mejoras sustanciales en los índices de igualdad. Lejos de constituir el problema central de la organización social, la cuestión del cuidado podría abrir una buena pista para salir del atolladero en el que nos encontramos.
Judit Carrera es politóloga
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