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ÓPERA

Culebrón con sonido barroco

El espectáculo de Agripina posee una impecable factura teatral

La esposa del emperador romano Claudio, Agripina, sobeteando al liberto Narciso en pleno consejo de administración; su hijo, Nerón, esnifando coca como un poseso; Popea ahogando sus penas en la barra de un bar, rodeada de yuppies que bailan en torno a un clavecinista con tics rockeros… estas son algunas de las imágenes que el director de escena escocés David McVicar usa sin remilgos para modernizar la trama de Agrippina, ópera con la que hace tres siglos Georg Friedrich Händel conquistó al público veneciano y que se estrena en el Liceo como primer montaje de la temporada.

AGRIPPINA de Händel

Con Sarah Connolly, mezzosoprano. Danielle de Niese, soprano. David Daniels, contratenor, Franz-Josef Selig, bajo. Orquesta del Gran Teatre del Liceo. Harry Bicket, dirección musical. David McVicar, dirección escénica. Producción de los teatros de La Monnaie de Bruselas y Champs Elysées de París. Teatre del Liceu. Barcelona, 16 de noviembre.

El espectáculo, coproducido por los teatros de La Monnaie de Bruselas y Champs Elysées de París, posee una impecable factura teatral y la dirección de actores no deja un cabo suelto en una acción escénica que aprovecha la intriga barroca, marcada por largos recitativos, para transformar Agrippina en una feroz comedia sobre el poder cargada de sexo, celos, humor y pérfido glamour.

El tratamiento de los personajes, aunque se enfade McVicar, remite inequívocamente a las arpías protagonistas de culebrones televisivos como Dallas, Dinastia y Falcon Crest. Y la mezzosoprano Sarah Connolly (Agripina) es la Joan Collins de este culebrón con sonido barroco. Su rival, Popea, interpretada también de forma soberbia por Danielle de Niese, es una trepa, manipuladora y tan letal como su contrincante.

El tratamiento de los personajes remite inequívocamente a las arpías protagonistas de culebrones televisivos como Dallas, Dinastia y Falcon Crest

El ritmo teatral, los gags y las coreografías animan una función —hay proliferación de arias (37) y largos recitativos— que dura más de cuatro horas, pero la música de Händel, en especial sus más delicados matices, queda completamente distorsionada, relegada a un segundo plano por la primacía escénica. La orquesta del Liceo, con una ajustada plantilla de 30 músicos en un foso elevado que facilita la transparencia sonora, realiza un notable trabajo bajo la experta y escrupulosa dirección de Harry Bicket. Connolly y Niese son las reinas de la fiesta, como cantantes y como actrices, no siempre ajustadas al estilo, pero con extraordinaria fuerza expresiva. Bien, pero sin la frescura y brillantez de antaño, el contratenor David Daniels (Otón) y rotundo, aunque fuera de estilo, el bajo Franz-Josef Selig (Claudio). Pasada de rosca, en todos los sentidos, Malena Ernman (Nerón), acertados Henry Waddington (Palante) y Enric Martinez-Castignani (Lesbo) e insufrible en lo vocal Dominique Visse (Narciso).

Lujoso vestuario, con balenciagas incluidos, y práctica escenografía en la que destacan una escalera móvil amarilla que conduce al trono y los telones que muestran la plenitud, decadencia y agonía de la loba romana que amamantó a Rómulo y Remo.

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