La voz del asesino
Alejandro de Abarca Barnet, 'El Enano', de 35 años, secuestró en 2010, ató, drogó, mató y quemó en Mallorca a una mujer de 25 años
Alejandro de Abarca Barnet se afeita la cabeza y prolonga su dedo meñique derecho con una uña exagerada. Es un espolón de gallo que mesa con los dedos durante los días que permanece en el banquillo de los acusados. El reo usa esa uña para jugar, rascar y hurgar. Una garra es elegante en guitarristas y delata a yonquis que catan cocaína.
Abarca da una lección al tribunal sobre toxicomanías: porros, hachís, cocaína, heroína, “la piedra, crack le llaman en Norteamérica”, dice. “No veía nada, ni los tornillos” de la rueda del coche que pinchó porque se “dormía” al volante. Se dijo “ciego” de droga para exculparse del crimen que cometió.
Quemó, aún con un halo de vida a una mujer que secuestró, ató, drogó, encerró el maletero y en la parte de atrás de su propio coche durante trece horas porque cruzó dos veces Mallorca. Roció a su víctima, maniatada, con gasolina e hizo arder el auto. Le vieron irse de allí en bicicleta. Huyo de s’Albufera de Muro y dejó atrás un pira que quemó a 600 grados.
El criminal se expresa con timbre geológico, a veces sordo y gutural, casi metálico
El delincuente dio su versión mentirosa: calentaba droga en un cazo de papel de plata, la llamarada se escapó, hubo una explosión, el fuego pegó sobre el bidón de gasolina del grupo electrógeno de la caseta de su hermano. Él salió despedido, quedó aturdido en el suelo con el coche en llamas y la víctima dentro, drogada. Pidió “perdón y respetos” a los familiares.
Las manos de Alejandro son las de un asesino. Es el veredicto unánime del tribunal popular que le juzgó esta semana de noviembre de 2013 por la muerte de Ana Niculai, de 25 años. El asesinato lo cometió el 19 de julio de 2010, lo confesó al ser detenido tras una semana en fuga. Se escondió en la montaña pero un tipo como él no pasa desapercibido ni sale fácilmente de una isla. Le identificaron caminando por un torrente seco.
Ana había emigrado de Rumania con sus diez hermanos y vivía en Palma hasta que un lunes a las siete de la mañana se cruzó en un aparcamiento subterráneo con Alejandro, apodado El Enano, de 35 años y 1,49 centímetros de altura. La mujer tenía un bar con una socia en Sa Gerreria, exbarrio chino de Palma. [Aquí queda una devastación patrimonial, un cráter urbanístico, un barrio nuevo que es una burbuja gigante por un negocio inmobiliario y social fallido, en la misma trama de Baleares SA, etapa Ciudad Rodríguez].
La voz del criminal tiene timbre geológico, tono gangoso, sordo y gutural, casi metálico. La jerga carcelaria aflora desde el estómago y fluye con vocales impropias (asin) entre las comisuras labiales bien dibujadas. Unos ojos claros y fríos dominan un rostro impenetrable. El enano frunce el ceño y su frente-testa es de luna llena. La cabeza pelada, es gruesa.
Se escondió, pero un tipo como él no pasa desapercibido en una isla
Diez mil veces retratado cinco minutos al día durante la semana de banquillo, en dos ocasiones se embozó. En el calabozo del tribunal, rejas y banco de piedra a la vista, se cubrió con la capucha, se sentó en cuclillas, se ladeó. Ante el jurado en algún momento pareció que dormitaba.
Mudó de sudadera y chaqueta cada día: del gris corredor al rojo carmesí pasando por los dameros recosidos en azul. De brazos cortos abreviados, al ser esposado con las manos atrás se quejó de “daño” y amenazó con pegar “una patada en los huevos” a un policía. Éste replicó, sarcástico, que llegaría “a la espinilla”. Con los grilletes puestos cayó, rodó por las escaleras de la Audiencia, apenas se magulló.
Es un tipo muy peligroso con un grueso historial previo de detenciones y hasta nueve condenas por robos con violencia. Más que reincidente, personaje de reclusión desde su adolescencia. Procede de Terrassa. Nadie habló a su favor ante el tribunal, ningún testigo le ayudó. Un colega de prisión dijo que le advirtió que retornase al centro de reinserción social (CIS). El Enano mató siendo preso de permiso en tercer grado. Desde 2010 Alejandro está lejos de la cárcel de Palma por las amenazas de muerte de antiguos colegas.
El fiscal jefe Tomeu Barceló vio en él “la reencarnación del mal”. Todas las acusaciones exigen una condena de más 44 años por asesinato, detención ilegal, incendio y daños, robo con violencia, conducción temeraria, conducción sin licencia, hecho probados.
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