La despedida y cierre de Fabra
La sociedad civil atropelló al presidente del Consell en las calles de Valencia, Alicante y Castellón
Algunos políticos tienen la suerte de poder cincelar su propia lápida. Es el caso de Alberto Fabra, quien el sábado fue atropellado en las calles de Valencia, Castellón y Alicante por una relevante representación de la sociedad civil, la que tanto llenó su boca hace unas semanas en un acto tan desesperado como fallido con el que trató de maquillar su avanzado rigor mortispolítico. Aquel fue el último servicio que Ràdio Televisió Valenciana (RTVV) hizo por su causa. El martes pasado se la cargó porque el Tribunal Superior de Justicia no acomodó el fallo sobre el ERE a sus intereses y descorchó el frasco de la demagogia con una disyuntiva obscena (“No voy a cerrar un colegio o un hospital para mantener RTVV”) en quien ha liquidado escuelas rurales y salas hospitalarias.
Es cierto que la Generalitat no tiene dinero (ni siquiera puede pagar la Seguridad Social, según crujen los pasillos del Palau), pero sin embargo está pagando 18 millones de euros por el Open de Tenis, mantiene abierta la hemorragia del aeropuerto de Castellón (ahora abonará 25 millones en 10 años para ponerlo en marcha, más lo que pase de tres por las autorizaciones) o asume 47 millones de deuda de la empresa privada (Valmor) que gestionaba el siniestro de la Fórmula 1. Es evidente que, pese a algunos gestos, en la escala de prioridades del presidente de la Generalitat los servicios públicos todavía van a la zaga de los eventos y RTVV, en todo caso, estaba en la cola.
Fabra ha anotado en su efímero palmarés el hito de ser el primero en cerrar una televisión autonómica, y para ello ha tomado atajos de incierto resultado. En Madrid, el macizo antiautonomista se lo aplaude y le pasa la mano por el lomo. Incluso los que sacan tajada de la desaparición de RTVV (los agraciados en el amigable reparto del multiplex autonómico) lo encuentran lógico y ponen cara de circunstancias mientras se frotan las manos. Pero en la Comunidad Valenciana, más allá del mínimo histórico (periodístico y económico) en que la han sumido en estos años los Gobiernos del PP, Canal 9 era el espejo en que se reflejaba el pueblo, la caja de resonancia de los signos de referencia común, el escenario en el que se representaba, mejor o peor, su manera de ser. Y eso es lo que Fabra, deslumbrado por su propia inadvertencia y quizá por la refulgencia de las farolas de la M-30, no tuvo en cuenta en el momento de tomar la decisión.
La manifestación del sábado, sin sacralizar el hecho de que agrupó todas las variedades de la senyera (algo inaudito desde el 9 de octubre de 1977 e imposible tras la guerra de símbolos librada durante la transición), apuntaba que a Fabra, a quien miles de personas pedían la dimisión, se le ha ido el asunto de las manos. La decisión de cerrar RTVV no solo está removiendo, y amplificando en el altar de España, todas las capas de excrementos que dejó su partido en el ente (sí, el PSPV-PSOE lo instrumentalizó, pero el PP lo manipuló hasta el paroxismo y lo saqueó), sino que está sacudiendo de su estado de idiotización a la sociedad que unida paró el asfaltado del cauce del Turia y la urbanización del Saler.
Ahora los damnificados de RTVV son los únicos que la defienden (quienes la han exprimido hasta la asfixia quieren hacer desaparecer el cadáver) y tras 20 años de aplastamiento quieren salir a la superficie. Algo está sucediendo en la sociedad y cuando se sustancie los mismos que aplaudieron a Fabra en la junta directiva regional del PP, y cierran filas a regañadientes instados por Génova ante el desbarajuste, son los que lo van a despedazar. Porque ese bumerán tiene retorno y le va a abollar la cabeza.
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