Aulas sin acné
La crisis ha disparado las matriculaciones en los Centros de Educación de Personas Adultas de la región y ha cambiado el perfil de los estudiantes
Isabel Fombella, profesora de Sociales, pasa lista. "Yo". "Sí". "Presente". O simplemente el silencio de los que ese día han faltado a clase, que son unos cuantos. Toca continuar con las características de la II Guerra Mundial: guerra química, el uso de aviación, el gas, la propaganda... Un breve repaso de la clase anterior en el que unos 30 estudiantes interactúan con diligencia. Es materia de secundaria, pero en el rostro de los que se sientan en los pupitres hay menos acné y más bigote; menos griterío que en un instituto y más madurez. Son alumnos del Centro de Educación de Personas Adultas Hortaleza-Mar Amarillo, que en los dos últimos años ha tenido que reforzar con dos clases más (una a distancia) para hacer frente al aumento de estudiantes que vuelven a clase para sacarse el graduado en secundaria. Un fenómeno que se ha disparado en los último años en todos lo centros de la Comunidad de Madrid, según explican desde la Consejería de Educación.
La Comunidad de Madrid cuenta con 69 CEPA. "En los últimos años se ha incrementado de manera importante el número de alumnos que, por diversas circunstancias, abandonaron en su día sus estudios y ahora vuelven a las aulas para tener mejores oportunidades en el mercado", explica una portavoz. En 2011 se matricularon 18.277 alumnos en toda la Comunidad, el curso pasado fueron 20.159 y este año, con datos provisionales cercanos a esa cifra, la Consejería pronostica que volverá a subir. Es una respuesta lógica a los datos del paro, y posiblemente más aún a los de desempleo juvenil, que siguen siendo negativos. La última Encuesta de Población Activa (EPA), correspondiente al tercer trimestre de 2013, situó la tasa de paro juvenil en un 50,74%, frente a la al 49,57% que se registró en el mismo trimestre del año pasado. En España, de los más de 5,9 millones de parados contabilizados al finalizar septiembre, el 16% son jóvenes menores de 25.
El CEPA de Hortaleza es como cualquier instituto. Tiene en torno a 275 alumnos, aunque este año esperan superar los 300. Cuenta con seis cursos de enseñanza secundaria: dos de nivel 1 (1º y 2º de ESO) y cuatro de nivel 2 (3º y 4º de ESO). También tienen dos niveles de enseñanza primaria y cursos de español para extranjeros. Los estudiantes son en su mayoría jóvenes instalados en la veintena. "El perfil del alumnado es diverso", cuenta Gonzalo Toraño, director del centro. Por la mañana suelen ser estudiantes de entre 18 y 22 años que han fracasado en el instituto y que continúan con el último eslabón de enganche al sistema educativo. Por la tarde los estudiantes son mayores, sobre los 30 años, que están trabajando o que se han quedado en el paro. "El título de secundaria no es mucho, pero los alumnos saben que sin él no son nada", asegura Toraño.
Jesús Atienza, de 21 años, abandonó los estudios hace siete "por problemas familiares" cuando cursaba 2º de ESO. Es de los que se vieron con dinero muy joven, aunque en su caso la decisión de ponerse a trabajar estuvo motivada por ayudar en casa cuando su familia lo necesitó. Con 14 años empezó de aprendiz en un taller de coches. Al principio cobraba unos 1.100 euros, pero fue promocionando y su sueldo llegó a superar los 2.000 cuando le hicieron jefe de taller. "En todo ese tiempo me di cuenta de que necesitaba estudiar para ser lo que quiero: policía o militar", señala.
"Antes de la crisis había muchos abandonos a partir del segundo trimestre", explica Fombella, profesora y jefa de estudios del centro. Habla con la misma claridad con la que imparte sus clases, algo que lleva haciendo en el mismo centro desde hace nueve años. "Ahora se ve a gente desempleada, que trabajó en los años de bonanza económica y terminó perdiendo el empleo", explica. Fombella observa que los alumnos que vuelven tras un paréntesis en sus estudios a veces se muestran inseguros. "La gente mayor es la que se muestra menos segura, pero la que obtiene mejores resultados. Los más jóvenes se sienten más confiados, pero acaban con peores resultados".
Abdelbassit Tilyly, de 22 años, llegó a Andalucía en 2008, procedente de Marruecos, donde tiene a su familia. Llegó a España atraído por esos cánticos que ahora se antojan de una época lejana. "La idea era escaparme de Marruecos y venir a buscar el futuro aquí en España. Cuando uno tiene cierta edad y la familia está mal, intenta hacer cualquier cosa para ayudarlos", asegura. Al año siguiente cambió el sur por la capital, donde recibe la ayuda de la Asociación El Olivar, una residencia con vocación de reinserción social para jóvenes sin hogar. Desde entonces ha realizado un módulo de jardinería y ha pasado por varios trabajos: construcción, jardinería... Fue una educadora quien le convenció para que se sacara el graduado: "Te vas a meter porque quiero que lo hagas y lo vas a sacar", cuenta que le dijo. Su acento marcado y su manera de conversar dan señales de que no lleva mucho tiempo hablando el idioma. De hecho, está apuntado al curso de español para extranjeros que ofrece el centro. Sin embargo, habla mucho mejor de lo seguramente piensa. Pausado, claro, de fácil comprensión. Su asignatura preferida es historia porque la relaciona con la política. Le gusta ver los informativos, saber qué ocurre en el mundo. Conocer a aquellas personas que han quedado en la memoria, hayan hecho algo bueno o malo. "Para aprender de ellos", asegura. "En España no he encontrado lo que buscaba, pero sí algo mejor: gente que me ayuda".
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