El corazón del Espanyol
Los gritos en el vestuario, las prisas en los aeropuertos, además de las bromas y su enorme capacidad de trabajo, definen a José María Calzón, delegado del equipo desde hace 34 años
Agarró el teléfono y, aunque convaleciente por su segundo infarto, pidió a su compañero y amigo que fuera rápido a la habitación del hospital. “El muy burro me suelta: ‘Quiero que cojas esto del primer cajón, llama a fulanito para esto otro y acuérdate de aquello…”, explica Rafa Ramos, jefe de prensa del Espanyol, todavía impresionado. “Es un animal del trabajo”, aprueban todos en las oficinas del club. “¡Y qué le voy a hacer!”, replica con una sonrisilla de orgullo José María Calzón (Somiedo, Asturias; 1945), delegado del Espanyol desde 1979, por más que en el 1969 ya organizara los viajes del equipo, entonces trabajador de Wagonlit, y en 1972 se integrara al cuerpo técnico de José Emilio Santamaría para sacar estadísticas; “trabajar es mi vicio y el fútbol mi hobby, por lo que no sé cuándo pararé. Seguramente cuando mi cabeza empiece a fallar o el Espanyol me eche”.
De niño, cuando sus padres se mudaron desde Asturias a la Barceloneta, se enganchó unos años al waterpolo. Pero a él le gustaba el fútbol y lo intentó también con el ping-pong. “Porque en esa época no había discotecas y el club Ariel, que era de tenis de mesa, montaba bailes en Gran Vía con Bruc, frente al hotel Habana”. Lugar donde conoció a su mujer. “Una santa porque nunca me dice que lo deje… está tan acostumbrada a no verme”, cuenta Calzón; “y la familia sabe que no voy a bodas, comuniones ni nada si hay partido. Nunca he faltado a un encuentro por enfermedad, más allá de los infartos de 1990, cuando jugamos contra el Castilla, y de 2000, que nos medíamos al Athletic”. Y por eso se ha hecho legendaria una frase que le soltó a José Antonio Camacho en medio de una batalla de bromas —“mister, no te olvides que tú te irás y yo seguiré…”— y que de vez en cuando recupera para poner picante a las conversaciones. Aunque con Javier Aguirre prefiere darle a la cháchara, recordando anécdotas sobre el mundo del balón.
“Tuve dos ofertas del Barcelona y preferí quedarme, pero tendría más títulos...”, bromea
“Con los entrenadores que más relación he tenido son Santamaría y Clemente”, asegura. Hasta el punto de que al primero le cuidaba el alquiler de su casa (una inquilina fue Sara Montiel) y con el segundo habla semanalmente. “Bueno, con todos me he llevado bien”, abunda; “menos con Alan Harris, que no me dio tiempo”. Resulta que en 1989 se reunieron en un restaurante con el presidente Ferran Martorell y el socio más significado, José Manuel Lara, para preparar la pretemporada. Pero al día siguiente, Lara cambió de opinión. “Dijo que no ponía dinero hasta que no se fichase a Benito Joanet”, desvela Calzón. Por lo que pagaron cinco millones de indemnización a Harris y Calzón añadió uno más a su ya extensa lista de 34 entrenadores y tropecientos jugadores.
“¡Y mira que Joanet era terrible en el aspecto de la comida y la dieta!”, exclama. “Aunque otros, como Ernesto Valverde, no me dejaban beber ni una cervecita en la comida. Pero claro, yo me la escondía detrás de una columna… hasta el día en el que me pilló y ya me dio por imposible”, relata. “Es que todos son muy maniáticos; Heriberto Herrera solo dejaba comer la merluza hervida y Bielsa… ¡tenía pánico al avión!”. Por eso muchos recuerdan ese viaje en el que la pastilla del doctor Mauri dejó de hacerle efecto porque el avión se retrasó dos horas e Iván Helguera empezó a dar golpes a la pared. “Ese ruido no es normal, ¿no?”, decía al tiempo que se moría de la risa. “Pregúntele a la azafata, José María, pregúntele por favor”, murmuraba Bielsa, blanco del susto.
Ha tenido, sin embargo, dos viajes de pánico. “Uno a Bilbao, que parecía que nos la pegábamos en el cementerio, justo al lado del antiguo aeropuerto”, explica; “y el otro en Santander, donde me enseñaron qué era el viento del sur. Tras aterrizar con apuros, una ventolera nos hizo dar la vuelta y casi nos salimos de la pista”.
“Valverde prohibió la cerveza; yo la escondía hasta que me pilló y me dio por imposible”, dice
Diego Orejuela, blanquiazul de 1982 a 1991, interviene: “Pero daba igual el viaje. Si llovía, hacíamos un traslado pesado o pasaba cualquier menudencia… siempre le decíamos: ‘Para qué vamos a hacerlo bien si se puede hacer mal, ¿eh, Chema?’. Y se agarraba unos buenos mosqueos”. Aunque otro viaje les pasó una factura distinta. Resulta que al acabar el partido con el Dépor, se retrasaron “cinco minutos de reloj” y el controlador aéreo se marchó a su casa. “Para nosotros quedarnos a dormir no fue problema, pero sí lo fue para gente que debía tomar un enlace para Sudamérica y otros que tenían oposiciones”, masculla aún dolido; “y esa señora anciana que nos gritaba: ‘¡Por un premio Nobel no se hubiesen esperado!”. Y eso que Calzón se esmera en apremiar a los futbolistas. “Cuando pasa un cuarto de hora del partido ya está dando gritos, empujando y recogiendo la ropa”, recuerda Moisés Hurtado, ahora futbolista del Girona. “¡El avión se va!, suelto cada dos por tres”, reconoce Calzón; “pero si hemos perdido y no es realmente una urgencia, me mido más”.
En los viajes y en las concentraciones, en cualquier caso, pasa infinidad de horas de ocio. “Al principio jugábamos al remigio, después al dominó y a las cartas. Incluso se inventaron la Peña del Pito Doble entre Pochettino, Cristóbal, Pacheta y Toni Jiménez”, recuerda; “más adelante le dimos al tute con De la Peña, Iván Alonso y Luis García… pero estos eran unos tramposos”. Y, ahora, se entregan a la pocha con Colotto, Torje —“lo hace bien el condenado”, apostilla—, Lanzarote y Sergio García. “Pero también juega al Candy Crush…”, intercede Rafa Ramos. “Estoy en el nivel 101… pero me cuesta mucho”, reconoce.
"Le llamamos Shrek porque es un ogro bondadoso", revelan desde el vestuario
Lo que tampoco falta son las chanzas. “Le decíamos que sus dedos eran como morcillas. Y también le pusimos el mote de Shrek y se le quedó”, recuerda Hurtado. “Y así sigue”, explican desde el club; “porque es un ogro bondadoso”. Como broma, sin embargo, se queda con la que le hizo a Camacho, cuando le vertió un cubo de agua en la cama y se la rehízo. “¡Maldita sea, qué narices es esto, qué me cambien la cama!’, se le oía gritar a las tantas de la mañana en ese hotel de Oisterwijk (Holanda)”, revela Calzón. Incluso en el trabajo se permitió dos jugarretas, frente a la Real en 1982 y ante el Barça B, en Segunda, en 1989. Fue cuando decidió poner los nombres falsos de los jugadores. "A Orejuela, por ejemplo, le puse D. Rodríguez (su segundo apellido)", rememora. Recoge el testigo Carlos Naval, delegado azulgrana: “Yo no estaba con el filial, pero nos llegó la jugada, sí”. Y añade: “La verdad es que nos tenemos aprecio con José Mari y, en el tema reglamentario, se las sabe todas, por lo que si tengo una duda, le consulto”.
“Organiza viajes y stages, emite licencias, hace los recursos… es un hacha en todo”, amplían desde las oficinas del Espanyol. “Bueno, sobre los recursos", responde Calzón; “antes era más fácil engañar; ahora, con tantas tomas, es complicado. Y los que no se ganan nunca son los de las expulsiones de insultos y a los técnicos”. Capacidad de esfuerzo y trabajo —hasta tiene el título de entrenador hasta el segundo nivel— que Antón Parera, exgerente del Barcelona, apreció porque le hizo dos ofertas. “No quise ni hablar porque aquí estaba bien y no sabía lo que me esperaba allí… Nunca me he arrepentido, quizá solo por los títulos”, bromea.
Una edad que no le impide seguir disfrutando del día a día del club y su trabajo, por más que piense que viajar cansa por repetitivo. Y son muchos los que opinan que José María Calzón seguirá siendo amigo de sus amigos —está, por ejemplo, en el grupo de WhatsAap del equipo que disputó la final de la UEFA del 1988—, seguirá dando esos paseos al estadio en día de partido con el utilero, seguirá gritando en el vestuario que el avión se marcha y que se den prisa, seguirá en su sitio mientras desfilan los entrenadores y, de paso, seguirá siendo el corazón del Espanyol.
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