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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tiempos de catarsis

Invitación a observar la pintura de Xavier Valls y de Luis Marsans en este clima de debate independentista

Mercè Ibarz

Son tiempos de catarsis, como si estuviéramos en una segunda Transición. ¿Lo estamos? Puede. Desde luego, la catarsis va preñada. Me refiero a los artículos en la prensa escrita y en la digital y en blogs, así como a las frases concentradas de las redes sociales que han ido apareciendo en los últimos días sobre la perspectiva, tras la Via Catalana, de que Cataluña deje de formar parte de España. La cosa va del “ne me quitte pas” al “no me confunda usted” / “no se confunda usted” o el “no juguemos a los imposibles” o el “¿qué he hecho yo para merecer esto?”. Y mucho más, ya saben.

Se manifiestan también rebeldes de la llamada “mayoría silenciosa” que no quieren ser malinterpretados. No sé si vascos y gallegos se están pronunciando en sus respectivos idiomas sobre el momento catalán, puede que sí y que sus escritos lleguen en los próximos días. Sea como sea, el debate hace todo lo posible por existir más allá de las tertulias oficiales de las televisiones y de las secciones escritas de opinión de los periódicos. Eso es bueno.

Pero también son necesarios los silencios. Los silencios elocuentes, que permiten renovarse. Por ello voy a hablarles de pintura. Cuando la palabra está encendida, ya sea por despecho ante la actual movida de tantos catalanes o por alucine de no haberse uno dado cuenta antes de lo que está sucediendo, conviene una dosis de silencio reparador. Si se está en Barcelona o se pasa por la ciudad, dos pintores pueden proporcionar sosiego: Xavier Valls y Luis Marsans.

También son necesarios los silencios. Los silencios elocuentes, que permiten renovarse

Son pintores de lo intemporal, sobre todo Valls (Barcelona 1923 -2006), un artista que solía decir que la pintura es algo así como el exilio. Me gusta la idea, exiliarse de la algarabía dominante. Se refería Valls a que, ante la tela él, ante el propio trabajo cada cual, uno está más solo que la una, no hay otra manera. Para mi es cierto en cualquier trabajo (eso que tanto escasea hoy), lo creativo no es cuestión que afecte solo al arte, no. Pensar es también creativo, sobre todo en esta segunda Transición. Es en ese exilio donde se logra el futuro: la obra, el proceso, el resultado.

También para el espectador el arte es un exilio: un cuadro es un país que te acoge o te expulsa. De la misma manera, uno es un país que acoge o expulsa un cuadro, una película, una canción. O un argumento político. Somos exiliados en construcción del propio país. Estoy hablando de arte, claro. Y quien dice arte dice vida.

No hacemos otra cosa, cada cual con lo que puede: arrancar frutos al exilio. El pintor Valls —el pintor del barrio de Horta y de sus tantísimos años en París— dedicó su arte a extraer la luz de las imágenes cotidianas para ofrecérnoslas. Algo así, me digo, es lo que deberíamos poder lograr en este debate sobre el futuro que nos espera y cómo lo vamos a construir. Arrancar de su exilio la imagen de lo que podemos vivir, y lograr que sea visible. Mirando las obras de Valls eso me parece.

La exposición está en el Espai Volart, en la calle de Ausiàs March. La directora, Glòria Bosch, ha bregado para reunir estos cuadros, obra de un artista demasiado desconocido todavía entre sus convecinos. De acuerdo que vivió muchos años en París (su hijo Manuel, de quien en la exposición vemos más de un retrato adolescente, es el actual ministro del Interior francés), pero eso no justifica nada. Bueno, ahora lo tenemos aquí. Una catarsis dulce a través de sus colores tenues, calmos. Si no hemos hecho caso de su obra, ahora lo podemos remediar y preguntarnos cómo es que no lo habíamos advertido antes. Sucede a menudo: todo lo que está fuera de las corrientes principales resulta incomprensible en estos tiempos raudos, y resulta que Valls es un pintor figurativo, contemplativo, de una sutileza hecha de quietud, armonía y tiempo. Sus cuadros y acuarelas han precisado tiempo, mucho tiempo, hasta existir plenamente.

Y además, Luis Marsans (Barcelona, 1930), en el mismo Volart. Por fin otra exposición de este pintor que no ha dejado su ciudad natal pero que también merece mayor reconocimiento. Otra propuesta de silencio, a través de la geometría que observa y capta en cuadros a menudo pequeños. Me quedo con sus paredes medianeras, rastros urbanos de la vida interior de las casas. Lo que no se advierte, Marsans lo muestra. Algo parecido procura la catarsis que estamos viviendo, eso sentí ante las pinturas de Marsans y de Valls. Mirar honestamente, comprender.

Mercè Ibarz es escritora.

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