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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los niños y el ‘kitsch’

Vísperas de vuelta al cole. Ay melancolía de fin de fiesta

Anastasia (izquierda) y Kosta.
Anastasia (izquierda) y Kosta.

Estamos en vísperas. Vísperas de la vuelta al cole y que empiece el nuevo curso. Vísperas de todo, pero lo que es pasar, pasar, no pasa nada. Ni el viento. Ni siquiera un triste bombardeo. Anda un poco decepcionado y preocupado el presidente de los Estados Unidos porque se ha propuesto matar a unos cuantos sirios (y además sin ensañarse, sin poner en riesgo vidas americanas y sin entrar en guerra, ya que él, el primer presidente negro de la historia americana, es un humanista, progresista y tal, no como el infame Bush) y ¡resulta que oye, no le dejan, tú! Y eso que no pretende que el régimen caiga y entregarle el país a los barbudos, sino sólo dañar un poco a las fuerzas de El Asad, debilitarle un poquito, un poquitito, sólo un rápido escarmiento. Tiene sus motivos el buen Obama, al fin y al cabo el régimen ha hecho algo horrible con el gas sarín. ¡Bueno, pues no le dejan castigarle! Y qué gracioso —tétricamente gracioso—, resulta verle remover Roma con Santiago y emplear a fondo todas sus dotes persuasivas para que le concedan el permiso de hacer algo que supuestamente, dada su cultura política, su talante y su carácter, preferiría no hacer: matar. Ese peazo premio Nobel de la Paz trata de convencer chinos, rusos y mongoles, a los congresistas influyentes los recibe en su despacho oval o les invita a comer en esa hamburguesería de Washington que le gusta tanto:

 —De verdad te lo digo, Johnny, entre mis muertos no habrá niños, o por lo menos procuraré que no haya fotografías de niños muertos. Sólo soldados y tal. Anda, déjame matar, va, sólo un poquiiiito.

Pero el interlocutor está distraído con el iphone, jugando al póker o mirando porno. El presidente insiste:

—¿Bueno, qué, Johnny, me das tu apoyo para ir a Siria de una maldita vez?

—¡Jopé, qué tía! ¡Qué melones!

Ahora ya sabemos cuál era el final lógico del lema publicitario que aupó a Obama a la presidencia —“Yes, we can”— en el inolvidable vídeo, obra maestra de la propaganda, donde cantantes y actrices, alternándose con anónimos ciudadanos, afectando seriedad, esa gravedad moral del tipo honesto que sopesa los grandes problemas del mundo y decide colaborar en resolverlos, ese sentido de la responsabilidad que pone una nota preocupada en el semblante, miraban a cámara y repetían el mantra: “¡Sí, podemos!”. El repugnante kitsch de la bondad afectada, de la preocupación afectada. ¿Podemos qué? “Yes, we can bomb!”.

Son las vísperas del gran show kitsch de la Diada, en la que dándose la mano y coreando La estaca de Lluís Llach, el separatismo local aspira a lograr lo que el separatismo vasco no logró matando a mil. ¡Criaturas!... Las vísperas son fechas irritantes para el sistema nervioso. A uno le parece que no se acaban nunca. “Oh que llarga es fa sempre l’espera/ quan s’espera que vindrà el pitjor./ Quan s’espera que tot ja s’acabi/ per tot d’una tornar a començar”, decía una espléndida canción de Pau Riba.

Va a cerrar en Madrid, tras recibir a 700.000 visitantes, la retrospectiva Dalí, un artista que de joven expuso un Sagrado Corazón sobre el que había escrito “a veces escupo por placer sobre el retrato de mi madre”, y que de mayor hizo del kitsch bandera, le pasa el testigo de la cursilería a Barcelona, en vísperas de que florezca en apoteosis el neoBorn, en cuyo subsuelo por cierto se ha encontrado una baldufa o peonza muy interesante, reveladora, que un niño, un pobre niño de 1714, dejó olvidada cuando salió pitando de su casa para no caer en manos de Felipe V a caballo. ¡Hay una psicofonía desde entonces que reclama “¡Devolvedme mi baldufaaaaaa!” ¡Es la voz del kitsch sentimental y retentivo-anal! Ya no estarás solito, pobre niño de 1714, a partir de ahora vas a tener muchos amiguitos que te harán compañía, pues el director del Born se propone “que passin per aqui totes les escoles de Catalunya”.

Vísperas de la vuelta al cole después de las largas vacaciones de verano. Prepara, querido lector, el plumier, los cuadernos y libros, y la bata. Ay, qué pereza, qué melancolía de fin de fiesta. Menos mal que este curso contaremos en clase con la presencia, verdaderamente deliciosa, de Kosta, niño ruso que llegó a Barcelona hace pocos meses pero ya tiene un patín, un patinete y una bicicleta, además del coche de sus padres (adoptivos), Volkswagen al que se abraza y le dice: “Cochiiiito”… Yo sólo le veo un leve defecto a Kosta: le enseñé a decir la palabra porc para que insulte a la gente por la calle, pero ahora en cuanto me ve me la lanza a mí, con una gran sonrisa de niño con todas las maravillas del mundo al alcance de sus manitas y todo el futuro por delante: “Ignasi! Porc!”. ¡Válgame Dios!

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