El hombre inquieto que lo canta todo
Lleva un cuarto de siglo en el oficio, pero Coque Malla no renuncia al empeño de reinventarse
Lleva un cuarto de siglo en el oficio, pero Coque Malla no renuncia al loable empeño de reinventarse. Incluso en los detalles escénicos: ayer decidió auparse a una tarima en el centro de la Galileo Galilei y renunciar al escenario, ocupado esta vez por un puñado de espectadores perplejos. Tiene algo de irónico que Malla recupere la idea del escenario entre el público, tan propia del rock enfático, para un concierto de vocación acústica e intimista. Aunque, más que confesiones, ayer se intercambiaban sudorinas y encontronazos con unos camareros condenados a las angosturas. Puede estar orgulloso el madrileño: no es fácil agotar entradas en una ciudad aún inmersa en la operación retorno.
Hace tiempo que Malla asumió la llegada de los cuarenta y tantos, una década que le está sentado muy bien. Ahora no aspira a provocar suspiros, o no por la vía rápida, pero su cancionero adulto pervivirá con más longevidad que algunos divertimentos juveniles. Hasta a sus detractores les han pillado a contrapié álbumes como La hora de los gigantes o Termonuclear, trabajos en los que el antiguo líder de Ronaldos da muestras de melomanía omnívora. Por eso sale airoso de formatos adustos como el de ayer, en el que lidió solo o en compañía de Charlie Bautista, ubicuo subalterno cuyos teclados siempre arropan con manto sutil al jefe de filas.
El repertorio reciente de nuestro caballero con chaleco y sombrero se amolda con buen gusto a los rigores de la desnudez. Déjate llevar es una sorprendente balada de hechuras clásicas, la canción en castellano que Stephen Bishop habría escrito a mediados de los años setenta. Berlín y sus rimas en “vida” roza la categoría de himno, aunque no fue el único ritmo de vals. Lo intenta también invita al acompasado balanceo de cabezas a izquierda y derecha. Y Hace tiempo, con la emocionante compañía de Vilma, se adentra en los atormentados territorios de la ranchera. Como le habría gustado escuchar a Enrique Urquijo.
El madrileño puede estar orgulloso: no es fácil agotar papel en agosto
Es en esa versatilidad, precisamente, en la que este Coque maduro merece todo el aplauso. El hombre inquieto que no hace mucho concibió un monográfico sobre ¡Rubén Blades! parece ahora, más que nunca, dispuesto a cantarlo todo. Ayer se atrevió con el baladón canónico del último Dylan, To make you feel my love, para emparentarlo (salvando las distancias), con su Siempre junto a ti. Terminó en penumbra con No surprises, de Radiohead, y pidió innecesarias disculpas (“Espero que no haya ningún irlandés en la sala”) antes de abordar Danny Boy. Alentador que un artista tan prolífico y recurrente aún conserve capacidad para la sorpresa.
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