Y toreó Jiménez Fortes
Se quedó como único espada del cartel titular y fue lo único bueno que pasó en una desangelada tarde de toros
Se quedó como único espada del cartel titular y fue lo único bueno que pasó en una desangelada tarde de toros, marcada por las sospechas de que las ausencias de Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera no eran creíbles. Acostumbrados a ver a toreros actuar en las plazas con las heridas aún abiertas, todo hacía pensar que la escasa presencia de público había espantado a dos de los que dicen defender este espectáculo.
Desde luego, la fiesta no se defiende huyendo de una ciudad que necesita mucho apoyo para que no se extinga de la temporada taurina en los próximos años. Otro día con apenas un tercio de ocupación en los tendidos. Ni tampoco se defiende lidiando corridas anovilladas, desrazadas y con tan poquita fuerza como la que ayer salió al ruedo gasteiztarra.
Jiménez Fortes dio la cara y puso las únicas notas interesantes del festejo. Desde que salió el tercero se vio que su toreo era diferente a lo anterior y del bueno. Verónicas cargando la suerte y muletazos siempre obligando al toro, ceñidos y llevándoselos atrás. Claro, así el novillito que le tocó en suerte le duró la mitad que a sus compañeros.
ALBARREAL / PADILLA, FANDI Y FORTES
Tres toros de Albarreal, segundo, tercero y cuarto, desiguales, deslucidos y descastados, y tres de Antonio Bañuelos, primero, inválido, y quinto y sexto, anovillados y con muy poca fuerza. Juan José Padilla: estocada baja (silencio) y estocada baja (oreja). El Fandi: metisaca, pinchazo y estocada caída (saludos) y estocada atravesada (oreja). Jiménez Fortes: estocada trasera (oreja) y dos pinchazos y estocada (saludos tras aviso).
Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera fueron sustituidos por Padilla y El Fandi, debido a sendas gastroenteritis.
Vitoria, 6 de agosto de 2013. Un tercio de entrada. Segunda de la Feria de la Virgen Blanca.
El arrimón final fue sincero, con frialdad entre los pitones y con verdad, porque lo único que tenía el de Albarreal eran dos petacos que tapaban su pobre cuerpo. Fue la primera oreja de la tarde y la única que tuvo enjundia. En el sexto nada pudo hacer ante un inválido de Bañuelos, con el que realizó una labor larga pero insulsa.
Siempre ha existido en la historia del toreo el denominado toreo pueblerino, aquel que encandila a los menos entendidos, pero que logra gran aceptación popular. Dicen las crónicas que hasta el malogrado Espartero era un torero de público, pero denostado por los aficionados. Después vinieron otras épocas con nombres pasajeros que nunca merecieron un recuerdo especial de los entendidos, pero que sin embargo llenaban las plazas.
Y ahora, que se torea mejor que nunca, El Fandi también parece empeñado en perfeccionar ese toreo hueco que solamente se basa en llegar a los tendidos. Su primer toro era un manso de Albarreal, en el que el granadino destapó todo un recital de ese toreo. Quitó por chicuelinas separando del animal cada vez que se acercaba; peor fue en el quinto cuando recorrió media plaza en unas atropelladas lopecinas.
En banderillas, cuanto más despegado clavó más encandiló al público, hasta cuando puso dos pares en uno, sin reparar en que las prisas es lo único reñido con el arte del toreo. Pero lo más burdo llegó con la muleta, donde lo principal fue hablar con el público, acompasar los muletazos con los olés de los blusas y celebrar continuamente la música. En algo tiene buen gusto el granadino, puesto que los pasodobles fueron de lo único salvable en una tediosa tarde.
Pero muletazos buenos ni uno. Siempre por arriba, porque el toro se caía; siempre despegado y en línea recta. En cuanto el toro se paraba, pasito atrás y carrerita. Nada tenía que ver este espectáculo con el de Jiménez Fortes. Posiblemente fuera más divertido, pero de contenido poco, muy poco. Y eso que en su exceso, se tiró a matar abajo y hubo de rectificar con un metisaca que le privó de cortar orejas en su primero.
Tampoco estuvo fino Juan José Padilla ante dos descastados toros. Quiso con su toreo, pero se le vio muy limitado físicamente; se cayó en un par, tuvo muchos trompicones y sus faenas fueron pura apariencia. Más la ridícula insistencia en hincarse de rodillas ante un toro que se caía. Así comenzó su faena al cuarto, de hinojos y cuando se levantó el torero fue el de Albarreal quien rodó impotente. A partir de ahí, ¿qué se puede esperar?
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