Profecía autocumplida
La reunión ocasional de caracteres, tan dispares y acusados, fue seguramente algo irrepetible
Dado su carácter excepcional, lo que podría haber dado lugar a múltiples desajustes acabó deparando un concierto absolutamente brillante, sin mácula alguna. Y el órdago que se marcaron los valencianos La Muñeca de Sal hace meses no era pequeño: compilar una decena de versiones de temas emblemáticos (unos más, otros menos) de la reciente historia de la música pop de dentro y de fuera de nuestras fronteras con un elenco de vocalistas totémicos de la independencia de este país (Los Profetas, así nombrados para la ocasión). Cada uno con sus registros, con sus filias (ya que ellos mismos elegían la canción) y sus caprichos personales. Porque tampoco es moneda común escuchar a Fernando Alfaro cantar en catalán o a Antonio Luque hacerlo en francés.
El objetivo era el disco que la revista Rockdelux editó con su número de mayo, pero traducir todo eso al escenario requería algo más que una pizca de audacia. En primer lugar, un poder de convocatoria del que muy pocos pueden sacar pecho, y al que solo fueron ajenos Elle Belga (presentes mediante grabación) y Anthony Reynolds, por imponderables mayores. En segundo lugar, traduciendo a escena y al mismo tiempo puliendo las aristas del tratamiento homogeneizador que su sonoridad daba a las canciones del disco. Una apropiación de material ajeno que podrá lucir más en unos momentos que en otros, pero que hacía suyas unas señas de identidad de lo más diverso. Por la extracción de los originales y por los diferentes registros vocales aportados.
El riesgo era mayor aún sobre las tablas, por cuanto el vigor instrumental de algunas versiones amenazaba con diluir matices (pese al espléndido sonido de La Rambleta) e irradiar cierto monolitismo. Quizá por ello los extremos funcionaron mejor que ninguna otra cosa: las vías más heterodoxas y a la vez, la más rabiosamente ortodoxa, depararon los mejores momentos. Sin medias tintas. O desfigurar el original hasta pervertirlo o reproducirlo preservando su espíritu con cierta reverencia. Entre las primeras, A Day In the Life (Beatles) con Jesús Sáez (Llum) o la desengrasante Faithless Lover (Nick Lowe) con Elle Belga sonando desde la pantalla, haciendo de la necesidad virtud. De las segundas, ninguna mejor que The Partisan (Leonard Cohen) con Corcobado: hay elecciones que de tan obvias salen bordadas. Y otras ganaron por la vía del entusiasmo, como la desbordante Estatua del jardín botánico (Radio Futura), en manos de un Jorge Pérez (Tórtel) que le inyectó nueva vida.
La Muñeca de Sal y Los Profetas
José Juan López: guitarra; Juan Luis Salmerón: guitarra y voz; Sergio Devece: bajo; Roberto Timón: batería; Sergi Calvo: zanfona; Nacho Nácher: programaciones; Rocío Porcuna: voz y flauta; Luis Lonjedo: pintura; Jaime López: proyecciones; Jorge Pérez, Nacho Vegas, M.A. Landete, Fernando Alfaro, Antonio Luque y Joaquín Pascual: voz. Javier Corcobado, Jesús Sáez: voz y guitarra. Auditori Espai Rambleta. Jueves 27 de junio de 2013.
La reunión ocasional de caracteres, tan dispares y acusados, fue seguramente algo irrepetible. No habrá estampa más duradera y gráfica que los retratos que el pintor Luis Lonjedo inmortalizó en vivo desde una esquina del estrado con el semblante de cada vocalista. Pero lo que de verdad deslumbró, y no es proselitismo local, fueron los hipnotizantes preludio y epílogo con los que La Muñeca de Sal comprimieron su espectáculo. Mención especial para Eterno Retorno (del primero) y Jericó (del segundo). Media hora larga de efecto devastador, merced a una selección de material propio de fornido rock instrumental que pulveriza la necesidad de etiquetas como post o progresivo. Y que evidenció que en un mundo cuerdo la banda valenciana no debería necesitar ni versiones ni invitados de campanillas para congregar varios centenares de personas en cualquier auditorio del país, sin desmerecer a nadie. Nos queda el consuelo de que a veces también ganan los buenos, aunque solo sea por una noche.
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