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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Calabuig, la prostitución y la decencia política

Este hombre lleva tan mal la crítica que es frecuente que atribuya a quien se la dirige ocultas e inconfesables intenciones

El actual portavoz municipal de los socialistas, Joan Calabuig, se ha caracterizado desde su llegada a esa responsabilidad por un peculiar braceo, que yo supongo destinado a llamar la atención o ganar visibilidad. Una gestualidad consistente en una larga sucesión de giros centristas y aproximaciones a la derecha municipal, de resultados habitualmente desastrosos para la imagen del partido y de nulos efectos cívicos. Esto es lo que puede verse desde fuera del PSPV, a poco que uno se fije. Lo que quizá no se ve tanto desde fuera es la forma en que se conduce en los debates internos. Este hombre lleva tan mal la crítica que es frecuente que atribuya a quien se la dirige ocultas e inconfesables intenciones.

El último de aquellos movimientos públicos y de estos deslices internos tiene que ver con la aprobación de una Ordenanza Municipal contra la Prostitución, que es un prototipo de la hipocresía con que la derecha suele afrontar estos temas que involucran a las mujeres y la desigualdad. La Ordenanza que apoya Calabuig, sin haber obtenido para ello el consenso de ningún órgano del Partido y, menos aún, de la militancia, no contiene ni una sola de las señas de identidad con que la izquierda se aproxima este agujero negro de la desigualdad social y de género. No se plantea como un instrumento de lucha contra la explotación sexual, ni como un combate contra la exclusión, ni como una iniciativa de igualdad. Nada de eso puede hacerse con una Ordenanza de Policía destinada a disimular la mala imagen que dan a la ciudad los barrios con alta concentración de comercio sexual.

Al votar esa Ordenanza, Calabuig ejecuta otra de sus piruetas centristas destinadas a mendigar alguna visibilidad mediática, pero compromete seriamente la imagen de un partido, el PSOE, que se había ganado a pulso el respeto del feminismo, con leyes como la de Igualdad o la de Violencia de Género.

Pero lo que parece fuera de toda ética es que, para salir del aislamiento interno y externo con que se ha encontrado en ese tipo de decisiones, para contrarrestar las críticas que tan mal sabe encajar, contraataque falseando descaradamente los términos de la discusión.

Tuve un debate con él el pasado 17 de junio, moderado por Justo Serna en el Col·legi Major Rector Peset. Cuando en el calor de la discusión le oí pronunciar solemnemente que algunos compañeros se iban de putas, pensé que quizá no había previsto bien el efecto de sus palabras e ignoré el comentario. Posteriormente un periodista me interrogó al respecto y fui sincero al decir que no creía que Calabuig estuviera acusando a sus críticos. Luego supe que no era un desliz, propio del directo, sino una idea que ya había expresado otras veces en público. Insinuar que la crítica a su conservadora ordenanza esconde una tibia posición frente a la prostitución y hasta una connivencia propia de usuarios de esa deplorable práctica, es sencillamente juego sucio y una falsedad deliberada. Calabuig sabe que la oposición a su iniciativa proviene en primer término de compañeras y compañeros socialistas, militantes del feminismo y partidarios de una línea abolicionista, similar a la que países como Suecia y ciudades como Sevilla vienen practicando con éxito, que combina la persecución de las mafias de tráfico y de los usuarios, junto a políticas de integración, formación y dignificación de las mujeres prostituidas. Una posición que casa mal con esta Ordenanza destinada a esconder la prostitución en el interior de los locales o en las afueras de la ciudad. Debe saber también Calabuig que, precisamente, una parte de los apoyos que ha encontrado su Ordenanza corresponden a intereses vinculados a aquellos locales, deseosos de eliminar la competencia callejera.

Él probablemente sabe todo eso, pero necesita abrir fuego contra quienes le critican, no con el recurso de la argumentación sino con las armas de la estigmatización y la culpa, como corresponde a un líder débil, poco acostumbrado al debate democrático. Al hacerlo así, se descalifica ante la ciudadanía y eso los y las militantes no suelen perdonarlo. Creo que lo recordarán a la hora de escoger en primarias a su candidato a la alcaldía. Mientras tanto, Calabuig debería hacerse a un lado y no ya por este turbio asunto, sino por decencia política.

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Pepe Reig es militante del PSPV

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