Ya no hay rollo en Madrid
El último laboratorio de revelado de celuloide de la capital ha trasladado su servicio a Barcelona Los primeros abrieron a principios del siglo XX y almacenaban memoria fílmica española
“El fin de una era”. Así iba encabezado el e-mail que recibieron en su bandeja de entrada los trabajadores del penúltimo laboratorio de celuloide de la capital, Madrid Film, el 29 de febrero de 2012 a mediodía. Una hora y media antes, a las 10.28, Francisco Marlasca, empleado del estudio desde hacía 38 años, había revelado el último rollo en esta empresa fundada en 1910 y que cambió hasta tres veces de ubicación, una de ellas tras un terrible incendio en 1950 en el que se perdió una parte de la memoria fílmica de España. Hace un mes, la última compañía que trabajaba con celuloide decidió desmantelar su laboratorio. Barcelona es desde ahora el centro de operaciones de lo analógico. Madrid se ha quedado sin cocinas en las que producir películas de 35 milímetros.
El que tecleaba el contenido de ese correo electrónico es Eladio Fernández, ex director del área digital de Madrid Film, un hombre que representa en su persona la transformación en la que ahora está envuelta la industria cinematográfica, porque empezó en esta profesión por amor al 35 milímetros y acaba de terminar la postproducción digital de una película, labor que desempeña desde el cierre de la empresa, que acabó sus días como Technicolor. “El apagón fotoquímico se producirá en un año”, augura. A pesar de que él ha sabido adaptarse a los cambios, habla con nostalgia de algo que aún no ha desaparecido, el celuloide, pero que tiene todas las de perder frente al avance del proceso 100% digital. Fernández rememora las siete semanas de locura que dura normalmente un rodaje en las que cada día había que llamar al director para planificar el trabajo. Para él, los técnicos de laboratorio son también “pequeños artistas” y cuenta que muchos de los que comenzaron a trabajar con 16 años en Madrid Film se hicieron abuelos revelando películas en el mismo puesto del laboratorio. “Todos los que trabajábamos allí sabíamos que este cambio iba a ocurrir, pero me ha sorprendido la rapidez con la que se ha desarrollado todo”. A Fernández le apenó pero no le extrañó saber que Test Deluxe Spain dejaba de revelar en Madrid.
“No hay demanda, el 35 milímetros se va a convertir en un artículo de lujo”, afirma Vanessa Ruiz, directora comercial de esta empresa multinacional mientras pasea delante de las mesas que hasta hace escasas tres semanas ocupaban los técnicos del laboratorio. Algunos restos de celuloide y otros materiales reposan en los cajones y en las papeleras a la espera de que se desmantele por completo esta parte de las instalaciones. En los armarios se apilan las cintas de las últimas películas que se revelaron aquí. Entre ellas las de algún veterano, como Pedro Almodóvar, que a pesar de que por primera vez ha rodado y montado un largometraje con el proceso digital, sí que realizó copias en celuloide de sus Amantes pasajeros. “Aunque hayas rodado y editado en digital, se hacen copias en 35 milímetros bien para su conservación o para distribuir a las salas que siguen proyectando con este formato”, explica Guillermo Peña, director de operaciones de Deluxe Madrid.
Luchar contra el tiempo
Aquí surge otro de los retos a los que se debe enfrentar la industria antes de dar el salto definitivo; mientras que el celuloide ha demostrado ser un material resistente al paso de los años y capaz de conservar las películas prácticamente inalteradas pese al paso de los años, la obsolescencia de lo digital amenaza los largometrajes que solo se conservan de este modo. “Si desaparecen los laboratorios por completo, habrá que buscar fórmulas alternativas”, reconoce Fernández. Al cierre de instalaciones de revelado hay que añadir el oficio que acabará despareciendo o convirtiéndose en muy minoritario y al cese de fabricación de celuloide a partir del año 2015.
De momento, los laboratorios que hasta ahora han funcionado en Madrid, esa cocina de la que salió la gran mayoría de la producción cinematográfica española, permanecen mudas ante todas estas preguntas, como si lo que ellas tenían que hacer ya lo hubieran hecho, y su legado reposa seguro. Muchas de las bobinas enlatadas de Madrid Film fueron trasladadas a almacenes, otras devueltas a sus propietarios y otro puñado acabó en el depósito de la Filmoteca. A pesar de las llamas, la mayor parte de los largometrajes que almacenaban se salvaron, recuerda Eladio Fernández, “por la ayuda de los vecinos, que echaron una mano”. La mayoría de las cintas de Deluxe duermen en un gran almacén en Barcelona y unas pocas aguardan en las instalaciones de Madrid a ser trasladadas también a la ciudad condal. Con el cambio los estudio ganan espacio, porque si antes las películas se alargaban durante cinco o seis bobinas, ahora cientos de ellas caben en una pequeña habitación.
Podría pensarse, al leer que el cierre de laboratorios se debe a una falta de demanda, que ya casi no se ruedan películas en 35 milímetros. Nada más lejos de la realidad. Son muchos los cineastas que siguen optando por este formato, que se niegan a renunciar a él, pero “se ve que la tendencia va a la baja”, asegura Ruiz. “Antes había trabajo para tres empresas en Madrid, ahora solo nosotros, y acabamos de trasladar el revelado a Barcelona. En general los noveles optan por el digital y los más veteranos por el 35”, detalla. Pero a continuación precisa que cada proyecto es un mundo y que es prácticamente imposible generalizar. Dos de las últimas películas reveladas en sus instalaciones son Lejos del mundo, del madrileño Gerardo Herrero que tiene 18 largometrajes a sus espaldas, y La herida, ópera prima de Fernando Franco, ambas pendientes de estreno. Los hay que todavía se aferran con más intensidad a la fabricación artesanal de películas. Enrique Urbizu prescindió para su multipremiada No habrá paz para los malvados de los ordenadores incluso para el montaje de las escenas, según cuentan en Deluxe Estudio.
A ojos de experto
Entre los motivos por los que sobrevive el celuloide, muchos en el mundillo del cine alegan que el digital aún no ha conseguido alcanzar la calidad del 35 milímetros, aunque también añaden que un ojo que no sea experto seguramente no sea capaz de distinguir ambos formatos en una pantalla. El productor madrileño Enrique López Lavigne, que también ha trabajado con Deluxe Estudio, se mueve entre ambos mundos pero de todos modos, considera que “aún no se ha conseguido imitar la perfección y belleza del celuloide”. En el caso de una de sus películas, Lo imposible, Lavigne explica que la decisión de rodar en 35 fue debida a un criterio creativo porque “no tenía rival”, pero admite que la digitalización posterior fue crucial “para conseguir el resultado esperado en la incrustación de los efectos”.
Lo imposible es otro ejemplo del proceso de transición que vive el cine. Cómo la manera de trabajar más tradicional se aprovecha de lo nuevo para llegar al resultado deseado. “En España ha habido una contraposición entre los productores que han arriesgado más y los exhibidores que se han resistido a la digitalización”, explica Fernández. De ahí la existencia todavía de laboratorios a pesar del avance de los rodajes digitales, servir como nexo de unión entre los que elaboran sus productos en disco duro y los que desean seguir recibiéndolos en bobinas.
López Lavigne apunta a la democratización del mundo del cine que supone lo digital porque, asegura, abarata costes y es menos complejo. Pero Vanessa Ruiz, cuestiona que por norma general los rodajes en este formato sean siempre más baratos. “Depende muchísimo de todos los factores, porque tal vez lo que ahorrar en transporte de las cintas, lo inviertes en unos súper efectos”, explica. Ruiz encuentra difícil hacer una foto estática de la creación de películas en este momento, porque las transformaciones son constantes, por ejemplo en el traslado de las copias a los cines. “Pasado mañana, las películas llegarán a los cines vía satélite, esto es inminente”, afirma.
Lo analógico y lo digital se sigue mezclando en las instalaciones de Deluxe, la huella del celuloide todavía está muy presente. Una bofetada de olor de ácido acético y percloro sacude al que entra en el laboratorio, hoy silencioso. En el piso superior, todavía conviven a escasos centímetros de distancia el proyector de celuloide, con algunas bobinas a su alrededor, y el digital, que el operador dirige mediante una pantalla y un teclado. Ese olor químico es uno de los recuerdos que sigue más presente en la mente de Eladio Fernández: “entiendo que no a todo el mundo le guste”, bromea.
Porque más allá de las cuestiones técnicas, que como en todo acabará resolviéndose de un modo u otro, la desaparición de los laboratorios despierta la nostalgia en muchos de los que un día los vieron en pleno funcionamiento. Eladio Fernández utiliza los metros de celuloide para describir la transformación del cine español y de la propia España. De los apenas 10.000 metros de material bruto de los largometrajes de Antonio Ozores de los años 50, a los 100.000 que alcanzó Mar Adentro de Alejandro Amenábar, en 2004. “Negar que hay una evolución es actuar como un avestruz que esconde la cabeza y no quiere saber nada, hay que aceptarlo y simplemente modificar la manera en la que fabricamos sueños”, asegura.
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