La procesión intestinal
Blasco, que parece haber metido el cazo en algo tan sagrado como las ayudas a las ONG, va y se ríe en los últimos días desde lo que queda de su escaño
Confieso sin rubor que me muero de risa cada domingo mientras ceno al hojear la homilía de Pedro Jotero Ramírez en El Mundo, que suele consistir en una mezcla mal hilvanada de sucesos históricos de tiempos muy pretéritos para concluir en torpes observaciones acerca de un presente problemático que también mueven a risa. Algún lector pensará que más carcajadas produce la página de al lado, donde el gran Anson cree repartir canela fina distribuyendo admoniciones piadosas o entusiastas, en un estilo propio de un tabernario dotado de una prosa cursi que se cree investido del derecho divino para premiar o castigar a quien se le antoja. Nunca leí a carcamales con una prosa tan impostada, por lo que puede sugerirse que quien tuvo razón carece ya de ella y dedica su ocio a parecer fino cuando es más basto que el esparto. Nada diré de Alfonso Guerra y de sus colmillos cuasi cuáqueros cuando anda por ahí de bolos intentado vender su último libro, un libro en el que se trata de poner a caldo a cuantos no le siguieron el juego, y resulta curioso que pese a sus inimitables argucias todavía se haga pasar por intelectual de cierto postín, abanderado de una muy seria reflexión propia de quienes no cursaron el bachillerato de entonces y se conformaron con Mahler (previa visión entusiasmada de Muerte en Venecia) y con Antonio Machado, venerable persona y deficiente poeta. Es lo que tiene el localismo como profesión, que acaba por producir cierta risa misericordiosa.
A lo que iba es a las risitas desde el escaño de Rafael Blasco, todavía aforado en esta Comunidad Valenciana que lo ha padecido mucho más tiempo del que merece ese ubicuo personaje. En un panorama en que la mitad del hemiciclo popular de las Cortes Valencianas está imputado o en trance de serlo, el señor Blasco, que parece haber metido el cazo en algo en principio tan sagrado como las ayudas a las ONG, va y se ríe en los últimos días desde lo que queda de su escaño. Pero no se equivoque el lector. No se trata de una sonrisa, o de una risa, franca, abierta, risueña, abierta hacia la felicidad del que resabe inocente, no. Es más bien la risa o risita sardónica y amenazante del culpable que rumia a las puertas del banquillo algo así como os vais a enterar si me tocáis un pelo, mientras sus intestinos es que se rilan, por no mencionar a su querida esposa y lo que ha hecho con un museo de referencia como el IVAM, la risita de Robert de Niro haciendo de Al Capone en Los intocables cuando está seguro de haber comprado al jurado que lo juzga, la sonrisa cínica de un menesteroso sin necesidad que decidió trampear a cuenta de los impuestos de los ciudadanos y que se cree que saldrá bien parado porque si larga aquí se monta la de dios es cristo. Ya se ha montado, cariño, solo falta que se descubra todo de una puñetera vez y que los responsables de que una pobre mujer de Orriols tenga que llevar a sus hijos entre clase y clase a comer a la Casa de la Caridad paguen lo que han hecho, si es posible, sin reírse. No hay pañales para tanta mierda, con perdón.
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