Los ascetas del rock
Es la mejor banda sonora de la otra América, la que dista mucho del proverbial sueño autóctono
Difícilmente encontrarán una banda capaz de conjurar un clima más solemne sobre un escenario que Low. Poco importa el recinto en el que desenvuelvan su morosa propuesta. Porque, invariablemente, flota en el ambiente un clima de espiritualidad casi catedralicia, que invita al sagrado mutis y al rictus de asombro. Así, a bote pronto, costaría recordar algo similar. Quizá desde los tiempos del The Trinity Sessions de los Cowboy Junkies (grabado, por cierto, en una iglesia de Ontario, hace veinticinco años).
Contribuye a ello la pericia casi sobrenatural que el trío de Duluth (Minnesota) conserva para reproducir, sin necesidad de mirarse a los ojos y con pasmosa fluidez, un hondo cancionero que va calando poco a poco, trasluciendo su filiación original a un subgénero que no fundaron pero sí perfeccionaron, como fue aquello del slowcore. Su fe en su propia propuesta, trasunto de la que profesan en cualquier otra faceta de su vida, es tan inquebrantable que no hay en sus conciertos el más mínimo gesto de cara a la galería. Pero a la vez tampoco el más mínimo renuncio. El banalizado término “auténtico” cobraría en sus manos una nueva dimensión.
Low+Arborea.
Low: Alan Sparhawk: voz y guitarra; Mimi Parker: voz y batería; Steve Garrington: teclados y bajo. Espai Rambleta. Valencia, martes 14 de mayo de 2013.
Su concierto del martes, precedido por el exquisito muestrario de folk vetusto y psicodélico de los norteamericanos Arborea (quienes ya presentaron las mismas credenciales en el Tanned Tin de hace tres años) llegaba casi una década después de su última visita a Valencia (Repvblicca en 2004). Y fue un nuevo punto álgido a recordar en el magro historial de conciertos memorables del que disponemos por aquí. Por supuesto, no por previsible menos elocuente. Cualquiera que les pudiera ver a su paso por el Auditori del Fórum en el Primavera Sound de 2010 estaba ya sobre aviso. Lo cierto es que en aquella ocasión, en formato comprimido y con su álbum más agradecido sobre las tablas (The Great Destroyer), el triunfo estaba cantado.
Pero en el espléndido auditorio de La Rambleta ellos mismos validaron que los temas de su reciente The Invisible Way mezclan igual de bien con su producción más añeja, sin aparentar fisuras. Las erupciones eléctricas controladas de On My Own son igual de turbadoras que las de Monkey o Canada.
Y sus nuevas letanías marca de la casa, como So Blue o Holy Ghost, irradian el mismo magnetismo que algunos de sus guiños a sus seguidores de más largo recorrido, como fueron Words o In Metal. Su discurso, realzado por unas enigmáticas proyecciones en tonos sepia, alcanza sobre el escenario su sublimación como lo que es: parte de la mejor banda sonora de la otra América, aquella que dista mucho del proverbial sueño autóctono. Aquella que convierte las pesadillas en música celestial.
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