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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un zombie en bicicleta

Hay que pedalear sin pausa, aunque no queden fuerzas, todo con tal de mantener el equilibrio y evitar que la bici se caiga

Lluís Bassets

Hay que pedalear. Pedalear siempre. Pedalear con desespero. Pedalear más allá de las propias fuerzas. Sobre todo en la cuesta, sobre todo si todo es una buena cuesta. Pedalear alocadamente, incluso sin sentido. O con todo el sentido: el de saber que en cuanto se deje de pedalear la bicicleta se cae. Y se cae también el ciclista, se rompe el brazo o la crisma, y con él todo el equipo.

Esta ha sido una buena semana para el ciclista. Todo le ha ido de cara y ha podido mantener el equilibrio sobre la bicicleta sin poner los pies en el suelo, sin caerse en la cuneta, a pesar de la bronca que le organizan sus adversarios. O quizás gracias a la bronca que le engrandece y convoca a sus seguidores para que se arracimen y le animen desde las cunetas.

La velocidad es escasa, ciertamente, y a veces parece incomprensible que la bicicleta no vuelque, prácticamente clavada e inmóvil. No hay problema para el equilibrista, que pronto recupera el movimiento, y todo eso a pesar del vértigo intenso que llega ante las curvas, las pendientes, los baches, los pedruscos en mitad de la pista o los agujeros terribles en el asfalto, que hacen temer por codos y sus rodillas. Nada, todo superado ante el público entusiasta, con una enorme sensación de éxito y de alivio, aunque la cantimplora esté vacía, los pulmones sin aire y los resultados sean nulos. No pasa nada. Llegaremos. Sí se puede. Todo es posible. Con ilusión.

En realidad, son los obstáculos los que le despiertan y dan vida, al ciclista y todavía más a sus ruidosos seguidores. El ciclista está agotado, sin rumbo ni fuerzas. La pájara, dicen los más piadosos. O peor. Un zombie en bicicleta. Las elecciones del 25N dieron lo que dieron: por más que se disfrace, la conducción del pelotón ya no está en sus manos. Lo único que de él depende, gregario vestido de amarillo, son sus pies: a pedalear. Y el ruido inmenso de la caravana, claro, este fragor que ocupa el escenario entero y no deja oír otra música, otra conversación, gracias al entusiasmo organizativo de la multitud de familiares y amigos.

El había imaginado una pista suave y limpia en la que iba a escaparse en solitario, para entrar en la meta en una nube de gloria y heroísmo. Ahora anda en ese confuso pelotón que todavía le reconoce como líder, aunque sean otros los que le abren el paso. Su ambición se desvaneció con los resultados que arrojaron las urnas. Se ha encontrado con una pronunciada cuesta, que digo una cuesta, con el mismo Tourmalet, y no le asisten las fuerzas, ni las propias ni las ajenas. Y lo peor es el empujón que cabe esperar en cualquier momento con el propósito de lanzarlo de una vez sobre el asfalto.

De ahí su concentración en esos desesperados ejercicios de pedal, con un único objetivo de seguir en la carrera. Sabe que su esfuerzo no conduce a ninguna parte, pero mientras se aguante vivo encima del sillín seguirá vivo políticamente.

Así es como el ciclista irá inventando rutas y etapas, metas e hitos, pactos y declaraciones, organismos e instituciones que den sentido a su pedalear frenético. A la espera de que le asista y le salve un cambio atmosférico, una divina sorpresa, un súbito desfallecimiento del adversario, o incluso las elecciones generales de 2015 sin ningún partido con mayoría de gobierno, de manera que su equipo regrese finalmente a donde solía, y de donde nunca debió partir.

En el equilibrismo del zombie es fundamental la fecha de 2014, exhibición de poderío nacionalista y de hegemonía cultural, momento simbólico de la ruptura imaginada con España, e incluso ensueño de secesión que celebra la malhadada sucesión y el final de la guerra entre potencias europeas de hace nada menos que tres siglos. ¡Santa memoria!

Mientras los niños se entretengan en festejos no hará falta que los adultos lleguen a mayores. La independencia también es un estado de la mente, y un estado bien propio aunque no alcance la categoría de lo real. Un año más ganado. La solución en 2015, con las elecciones generales. Y la consulta, en 2016, perfectamente legal, solo si el apoyo nacionalista tiene valor de cambio para la nueva investidura. Pedaleando hasta entonces. ¡Cuidado! Y sin caerse

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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