Un jardín modernista en peligro
Un proyecto hotelero amenaza un conjunto de 1892 en la misma manzana de La Pedrera
Desde la azotea de La Pedrera, de Barcelona, se ve una importante mancha verde en el centro de la manzana. Es uno de esos rincones insólitos que a veces esconden las grandes ciudades. Se trata de un frondoso jardín modernista que pertenece al número 179 de la calle de Pau Claris, aunque, en realidad, es mayor ya que abarca la trasera de dos fincas. Un pulmón verde que fue diseñado cuando se construyó el edificio, en 1892, y que ahora corre peligro porque hay un proyecto para reconvertirlo en un hotel. El jardín no está protegido. En realidad, solo lo está la fachada. Algo que llama la atención ya que la finca fue construída por el arquitecto modernista Joan Martorell i Montells, uno de los maestros de Antoni Gaudí y autor, entre otras obras, del Palau Robert en la Diagonal de Barcelona y de la restauración del monasterio de Pedralbes. El inmueble de Pau Claris fue un encargo de Carlos Godó, primer conde de Godó.
“Todo dependerá de lo que se quiera hacer y cómo” es la escueta versión que ofrece el consistorio barcelonés cuando se pregunta sobre qué ocurrirá con el jardín. El Ayuntamiento de Barcelona confirma que se han producido contactos para discutir sobre la iniciativa pero que, de momento, no hay un anteproyecto sobre la mesa. “El jardín no está catalogado por patrimonio y todo dependerá de la volumetría que propongan”, añaden las fuentes municipales. No quieren precisar si, en este caso, aunque el jardín no esté protegido se podría condicionar la licencia hotelera a que se respetara su actual configuración.
El patio no está protegido pero sí la fachada de la finca, el 179 de Pau Claris
Hace algo más de seis años, el comercio Vinçon, frente por frente a la finca de Pau Claris y cuyas parcelas se tocan en el interior de manzana, propuso crecer más: precisamente avanzando desde su terraza hacia el jardín de Pau Claris. La iniciativa no cuajó porque “suponía ocupar una parte del jardín” , según recuerda una fuente del área de urbanismo de aquellos años. La misma que señala que al tratarse de la manzana de La Pedrera la protección de ésta puede suponer limitaciones a según qué planteamientos.
Un gran magnolio, frondosos setos en flor, un olmo, un tilo y otros árboles —algunos de ellos centenarios, entre ellos una palmera washingtonia— se alinean en unos caminos que serpentean desde donde termina la fachada trasera hasta otro edificio singular: las cocheras. Se construyeron a la vez que la finca y se conservan como eran, con el pavimento de grandes losas de piedra. Su uso sigue siendo el mismo: aparcan los vehículos de algunos inquilinos de la casa. Hace algo más de un mes técnicos de Parques y Jardines entraron en el jardín para talar una gran palmera dactilífera que estaba enferma.
Inmueble, zona verde y cocheras están casi intactos y forman un espacio singular
“Seguro que a lo largo de los años se ha tenido que transformar un poco. Por ejemplo el suelo para adaptarlo al paso de vehículos más pesados hacia la cochera. Y probablemente los parterres estuvieron mejor cuidados y con más vegetación. Pero pese a esas pequeñas transformaciones, sin duda tiene valor porque es un pulmón en medio del Eixample”, apunta Enric Batlle, arquitecto y paisajista tras visitarlo. Opina que es el todo (el inmueble, el jardín y las cocheras) lo que lo convierte en un conjunto muy singular, quizá el jardín modernista particular mejor conservado y de los más antiguos de la ciudad.
De hecho, no pocas personas que pasan por delante entran en el vestíbulo al ver el jardín al fondo. Pero lo hacen sin conseguirlo porque el portero sale al paso advirtiendo que es propiedad privada. El vecino Palau Robert —del mismo arquitecto— alberga en el interior del jardín idénticas cocheras al edificio de Pau Claris, que actualmente se han reconvertido en una sala de exposiciones.
Que en la isla esté el edificio de Gaudí podría limitar las intervenciones
Que la finca está en venta y lleva camino de convertirse en un hotel lo saben bien los despachos profesionales que la ocupan: dos bufetes de abogados, un estudio de diseño y arquitectura; y también algunos pisos —pocos— que siguen ocupados. Los contratos vigentes expiran en diciembre de 2014. “Ya sabemos que nos tenemos que ir pero nos da mucha pena porque este es un rincón precioso”, explica una profesional que tiene su despacho asomándose al jardín y que oye a los pájaros cuando trabaja.
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