Tablada: hacia un final feliz
Las 14 inmobiliarias propietarias de los terrenos han tasado las 356 hectáreas de la dehesa en 210 millones, más del doble de lo que pagaron por ellas
Está uno tan poco acostumbrado a las buenas noticias, que no acaba de creerse las dos sentencias del Tribunal Supremo, del pasado 8 de abril, que consagran el carácter de “no urbanizable y de especial protección” en el reñido suelo de Tablada. ¿Estaremos ante un final feliz?
Cuando uno repasa la historia, siente una mezcla de perplejidad y de rabia. ¿Cómo es posible que un territorio mítico, que a lo largo de siete siglos perteneció al pueblo sevillano, como pastizal de uso libre, terminara siendo, mordida tras mordida, pasto de especuladores? Pero así es la historia. Una historia que se remonta al siglo XIII, cuando Alfonso X hace donación a la ciudad de la dehesa de Tablada, donde su padre, Fernando III, había acampado en el asedio a la ciudad moruna, entre 1247 y 1248.
Desde entonces, esta impresionante extensión casi virgen, de 356 hectáreas inundables, ha estado ligada a los hitos más importantes del devenir de Sevilla, entre ellos, gestas aeronáuticas, como el primer vuelo trasatlántico entre España y América, en 1933. Otros, sin embargo, son de infausta memoria. Allí se levantó, en 1481, un quemadero de la Inquisición, que estaría activo ¡hasta 1781! Pero, sobre todo, Tablada fue pieza clave para los militares insurgentes del 18 de julio de ese año, como cabeza de puente para el transporte aéreo de las fuerzas rebeldes. A lo largo de ese mes, al aeródromo llegaron 2.063 militares, en su mayoría mercenarios marroquíes, “perfectamente equipados para el combate”, —como se lee en el libro Historia de Tablada, (Serrano de Pablo, 1971)— y 23.393 hasta septiembre; lo cual echa por tierra esa superchería de que Queipo de Llano conquistó Sevilla paseando a cuatro moros. La verdad fue la sistemática masacre de todos conocida.
Pero la trapisonda político-judicial de los últimos años también ha sido notable. En realidad se inició con una primera compraventa a la baja de esos terrenos, en 1934, cuando el Ayuntamiento de Sevilla, asfixiado por las deudas contraídas en la Exposición Iberoamericana de 1929, vende al Estado la parte más importante de la dehesa, con un adelanto de 8 millones de pesetas. Estamos en el bienio negro de la República. El trato se cerró en 1946, en pleno franquismo, con otros 8 millones. Una verdadera ganga.
Hay que dar el salto a 1997, cuando ya el Ministerio de Defensa ha desistido del uso militar de Tablada. En ese año adjudica en subasta pública —bastante irregular, por cierto—, un primer lote de terrenos a las dos Cajas de Ahorros que había en Sevilla, por 5.000 millones de pesetas. Ambas entidades, comandadas por sendos exsocialistas fuera de control político, han de añadir 3.000 millones por derechos de reversión a otros antiguos propietarios. Pero la fecha fatídica es el 18 de febrero de 1999, cuando el andalucista Alejandro Rojas Marcos, delegado de Urbanismo y aliado de la alcaldesa Soledad Becerril (PP), firma un convenio sobre Tablada con las dos entidades de crédito, en el que se compromete a que la dehesa será urbanizable. El convenio es ratificado en pleno el día 25, con los votos en contra de PSOE e IU, y una buena trifulca. La alcaldesa ni siquiera intentó un trato directo y amistoso con el Gobierno de Aznar, su jefe de filas, para que Tablada revertiera a los sevillanos. Por lo visto, había que hacer caja y dejarse de tonterías.
En el 2000, se suceden nuevos acuerdos de las entidades bancarias con el Ministerio para hacerse con otras parcelas, por 1.335 millones de pesetas, y con otros particulares, hasta formar el conjunto actual de 356 hectáreas. Pero las cajas no pueden resistir la presión del Banco de España, que les advierte de una operación de alto riesgo (fueron locuras como esta las que las llevaron al desastre final), y terminan vendiendo a un consorcio de 14 inmobiliarias, hoy agrupadas como Tablada Híspalis, que dicen haber comprado la antigua dehesa por 15.000 millones de pesetas. Tras proyectar una ilusoria macro urbanización de 20.000 viviendas, acaban de perder un largo contencioso contra la Junta de Andalucía, que en 2009 ratificó ese carácter de “no urbanizable y de especial protección” que le otorgó el Ayuntamiento en el plan general de 2006, siendo alcalde Sánchez Monteseirín, aliado con IU. Los actuales propietarios han tasado Tablada en 210 millones de euros, es decir, más del doble de lo que pagaron, sin haber movido una piedra.
La pregunta es, naturalmente, ¿y ahora qué? Después de las sentencias del Supremo, qué puede pasar. Ya hubo en 2007 dos intentos de expropiación que resultaron fallidos por cobertura legal insuficiente. Ahora ha cambiado el escenario, pero ¿seguirán pleiteando los propietarios actuales en el Constitucional, acaso en Bruselas? No les arriendo las ganancias. Como no me creo que se pueda tener tanto dinero muerto.
La reflexión política es inexcusable. Tablada nos la fueron arrebatando los distintos poderes de la derecha de este país. Primero, con el bienio negro de la República. Después, con Franco. Y después con un Gobierno de Aznar y un Ayuntamiento regido por la alianza de conservadores y andalucistas. En cambio, los intentos de recuperación se han debido a gobiernos de izquierda, en el Ayuntamiento y en la Junta de Andalucía, más la presión ciudadana. También es bueno refrescar estos hechos, ahora que se dice que todos los políticos son iguales. Pues no.
Y en el horizonte, ese parque periurbano con el que muchos soñamos.
Antonio Rodríguez Almodóvar es escritor y miembro de la plataforma ciudadana Tablada Verde y Pública.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.