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Comida con la Legión Extranjera

Celebración de los 150 años de la batalla de Camerone, con los ex legionarios de la asociación catalana de veteranos

Jacinto Antón
Una estampa del combate de Camerone.
Una estampa del combate de Camerone.

 Comida con antiguos legionarios en Barcelona. Beau repas. No podría haber compañía mejor que esos types pas ordinaires para celebrar el gran día de la Legión Extranjera francesa, el pasado lunes, aniversario de la legendaria batalla de Camerone, del que además se cumplía la redonda fecha de 150 años.

El 30 de abril de 1863, un puñado de legionarios, a la sazón en México como parte de la fuerza de intervención francesa que ocupó el país, se atrincheraron en la hacienda de Camarón de Tejada (Camerone), en Veracruz, e hicieron frente heroica y suicidamente, diez horas, al ataque del ejército mexicano. Dado que los legionarios, bajo las órdenes del capitán Danjou, eran 65, y los mexicanos 1.200 de infantería y 800 de caballería, la cosa se saldó como era previsible y como suelen saldarse esas situaciones de un contre quarante. Pero la batalla, en la que los legionarios prodigaron actos de valentía y se negaron repetidamente a rendirse, ha empapado desde entonces la memoria de la Legión Extranjera y nutrido su ideario y su imaginario.

El aniversario de ese Álamo de la Legión se celebra con gran sentimiento en los acuartelamientos. Y de igual forma lo conmemoró el lunes en el restaurante Wok Chao de Barcelona —que, convengamos, no es la vieja Maison mère de Sidi Bel Abbés pero tiene un aire indochino y ecos de Tonkin—, la Asociación de los Antiguos de la Legión Extranjera Francesa en Catalunya (AALEF), integrada por veteranos de la unidad, catalanes y del resto de España.

Entre los comensales,

Gracias a los oficios de Joaquin Mañes, autor de varios libros de referencia sobre la legión, entre ellos, precisamente, El mito de Camerone (Magasé, 2012), pude colarme en la celebración de esos valientes, con el único atributo de ser lector conspicuo de Beau Geste y saberme alguna estrofa de Le boudin, la marcha de la Legión Extranjera. Eran media docena, mayores, impecables, trajeados, con la corbata verde y pasadores con el emblema de la Legión —la granada de seis llamas—, varios con sus medallas, y con la boina verde en el bolsillo (el quepis blanco con cogotera no cabe).

La conmemoración barcelonesa siguió la pauta tradicional, a excepción naturalmente del paseo de la célebre mano del capitán Danjou (la prótesis de madera del oficial), que fue recuperada entre las ruinas de Camerone y, conservada ahora en el cuartel Vienot en Aubagne, sede del 1er Régiment Étranger, es la reliquia principal de la Legión. Hubo el viejo brindis africano con los vasos a medio llenar (“Attention pour la poussière!”), la lectura en francés del Récit de Camerone, relato épico de la jornada, y se cantó, bajito pero con mucho sentimiento, Le boudin. Durante la comida, que no fue nada sobria e incluyó marisco, fui hablando con los viejos soldados y sonsacándoles sus recuerdos. Suman tantas aventuras que te mareas. El restaurante se llenó con sus memorias de pólvora, arena, jungla y exotismo. De coraje y de horror. No todos los días te sientas a la mesa con tantas personas que han protagonizado arduos hechos de guerra. Y matado.

Alejandro Rodríguez Díaz (Toledo, 1946), hermano del sindicalista Apolinar, pasó a Francia en 1972, escapando del Tribunal de Orden Público franquista. Los gendarmes le dieron a elegir entre regresar a España o alistarse en la Legión Extranjera (“que yo ni sabía lo que era”). Entre otras muchas acciones, participó en 1976 en la misión para liberar a los niños del autobús escolar secuestrado en Djibouti por rebeldes prosomalíes. Le pregunté al enjuto ex legionario si él abatió a alguno de los terroristas. “Sí, a más de uno”. No lo lamenta: “Aquellos tipos degollaron a un niño y arrojaron la cabeza por la ventanilla”. Rodríguez recibió la Legión de Honor y la medalla al mérito militar.

Comida de ex legionarios, el lunes, en Barcelona.
Comida de ex legionarios, el lunes, en Barcelona.

José Luis Sancho, de 82 años, también ganó condecoraciones. Me las enseña en la pequeña cajita en que las lleva. La del valor militar la logró sacando a su teniente de la línea de fuego cuando los fellaghas atacaron a su patrulla en la guerra de Argelia. “¿El valor? Eso lo decides en el acto. Ahora no lo haría”, me dijo. Le miré a los ojos, y no le creí. Sancho se apuntó a la legión tras una riña en un lupanar en el Raval, en el que arrebató el revólver a un policía. Estuvo en el Fezzan libio y luego por todo el África francesa. Vivió grandes peripecias y combatió mucho. Le pregunté por las heridas de su cara. La de la frente, me sorprendió, es de cuando tenía siete años y resultó alcanzado por la explosión frente al Coliseum en el bombardeo italiano de Barcelona en 1938. La de la nariz es efecto de un cáncer del que se trató. En la Legión, en cambio, no sufrió ni un rasguño.

Rodrigo Hernández (Puig-Reig, 1935), estuvo en Madagascar y le pareció un paraíso, pero luego en Argelia “las pasé canutas”. Silbaban las balas sobre su cabeza. Una vez que resultó herido perdió el camión en que debía ir y los fellaghas lo atacaron y mataron a 21 de los 22 que viajaban en él; el otro enloqueció. De la Legión conserva la exigente pulcritud. “No puedo salir de casa sin afeitarme y con los zapatos relucientes”. Alberto Catasus, de Barcelona (1936), parece afectado por el cafard. “Me fui en el 59 a Francia por la miseria y me tocaba los cojones que me pidieran siempre 'les papiers'. Así que a la Legión. Soldado de segunda, porque no había de tercera. Argelia, el islam, de aquellos polvos estos lodos. ¿Que se han meado sobre los talibanes muertos? Te explicaría cosas mucho peores”.

José Hernández (Barcelona, 1929) se alistó en 1953. Estuvo en Dien Bien Phu. “Fui de escolta de un convoy de suministros, nos marchamos antes de que se cerrara el cerco, la artillería machacaba contínuamente, los caminos estaban muy minados”.

El ex adjudant (brigada) Fernando Segovia (Lleida, 1949) tiene el raro privilegio de haber servido en las dos legiones, la española y la francesa. “Ambas muy duras. En instrucción iguales. En combate mejor la francesa”. Me dijo que cualquiera puede ser legionnaire, que no depende del físico. Él mismo mide 1,63. “Es cuestión de voluntad”. Tomé nota por si las cosas empeoran.

Segovia formó parte como franc-tireur del 2º Rep (Régiment étranger de parachutistes) en el famoso combate de Kolwezi de 1978 en Zaire. “Saltamos para rescatar a la gente de los guerrilleros katangueños. Tuvimos cinco muertos y 19 heridos. ¿Ellos dices? Centenares”. Tampoco le quita el sueño haber matado. “No me causó ningún trastorno. Estás ahí para eso, la Legión es una tropa de choque”.

Tras el café, los viejos legionarios se fueron marchando uno a uno. Ninguno marcaba el pas Légion (88 pasos por minuto), pero todos llevaban la cabeza alta y tatuado en la figura “Legio Patria Nostra”. No hubieran desentonado en Camerone. Ni en Zinderneuf. Braves types.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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